Retrato de un kamikaze feliz 

Luis Manuel Otero Alcantara. Foto: Belo PCruz.

Un retrato de Luis Manuel Otero Alcántara es imposible excepto, quizás, para él mismo. Fácil sería pintar su pelo afro, la boca grande, las extremidades largas y su estilo fashion, desenfadado, que acepta lo mismo un traje con lentejuelas que una flor adornando su cabeza o unas uñas pintadas de rosado chillón. Sin embargo, de nada valdría dibujar los ojos sin hacerle justicia a su mirada de alegre encabronado, su expresión épica e indiferente, de “lo asumo sin miedo” y “me importa una pinga” a la vez. 

Un retrato del Luisma -como le llaman sus amigos- tendría que ser, por lo menos, como aquellos que hizo Warhol de Marilyn Monroe: varios rostros, el mismo rostro, pero con diferentes colores. Dentro de Luis Manuel conviven muchos otros Luis Manuel, muy distintos entre sí aunque unidos por el hilo fino de una historia: el relato de un outsider. No hay lienzo ni foto que alcance a representar a un performance vivo de 31 años. Simplemente se desbordaría, quedaría demasiado fuera del encuadre, demasiado muerto, demasiado inmóvil.

Hay imágenes de él, muchas. Le gusta posar para las redes sociales, casi siempre risueño, y estas son las más. Están esas otras, posadas también aunque algo serio, con la circunspección que se espera de un artista aclamado y las facciones responsables de un superstar que deja entrever cierta picardía inevitable de creerse tal cosa. Porque sí, el Luisma siempre ha soñado con ser un superstar, ya fuese como Michael Jackson o como Sartre, lo importante es ser famoso. Y, por último, existen aquellas instantáneas más borrosas y desenfocadas, a veces fotogramas de videos donde comparte escena con personajes anónimos y uniformados policías que lo sujetan mientras él, resistiéndose, aparece con los ojos bien abiertos y las venas del cuello hinchadas por un grito. Aquí está, un tríptico que aún resulta insuficiente para revelar la verdadera naturaleza alegre, ambiciosa e indomable de Luis Manuel Otero Alcántara. Nadie puede retratarlo. A fin de cuentas ¿quién podría representar la incómoda sonrisa de un kamikaze feliz?

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Luis Manuel está frente a su profesora de la primaria mientras recibe un regaño. Él la detesta, como detestará siempre el poder en cualquiera de sus formas, pero por ahora solo aborrece a quien cuestione sus malacrianzas de niño impertinente. La mira desafiante y no con la cabeza baja en señal de respeto o de arrepentimiento. La maestra le informa que lo acusan de haber robado un curioso lápiz con Barbies dibujadas de la mochila de Lorena.

La familia de Lorena está entre la más acomodadas del grupo, y así lo hacía notar dándole a la niña atractivos juguetes, como un enorme oso de peluche que maravilló al resto de los pequeños hasta provocarles algo de envidia por no tener padres ricos, según se entiende la riqueza en los alrededores del reparto Atarés.

Luis Manuel Otero Alcantara. Foto: Belo PCruz.

Ante las acusaciones de la maestra, Luis Manuel se declara inocente. Ella le dice que todos creen que fue él porque se ha pasado el día detrás de Lorena, molestándola, hablándole sin parar.

Profe, el problema es que Lorena trajo un caramelo rojo, muy bonito, con formitas. Yo nunca he probado uno y le pedí un pedacito y no me quiso dar”, dice Luis Manuel y un regaño aún peor le cae encima.

En los años del Período Especial, Luis Manuel es un muchacho bastante tranquilo para la media de los chiquillos buscapleitos del barrio. Su madre no lo deja salir mucho para que no se contagie en el ambiente arrabalero y malandro que habitan los demás. En la calma del hogar ha descubierto una atracción tremenda por la televisión y los dibujos animados norteamericanos que en los años 90 sustituyeron a los rusos en la programación infantil. Nada de eso ha impedido, sin embargo, que él aprenda las leyes básicas de su entorno: leyes salvajes donde la apariencia de tipo duro lo es todo y una pelea nunca, pero nunca, debe evitarse. No importa si el contrincante es mayor o más fuerte, ni siquiera que sean varios, la norma indica enfrentarse a golpes antes de ser sometido por un abusador. Algo de ese espíritu quedará en él, mezclado con el gesticular propio de los “guapos” y el léxico desenfadado y ordinario del bajo mundo habanero.

Como fiel consumidor de animados estadounidenses, el Luisma sueña con tener juguetes vistosos de Batman o Superman. Como niño pobre del Cerro, no los puede tener. La escasez, las ganas de jugar, y el deseo de tener lo que otros niños como Lorena tienen, lo impulsan a crear sus propios juguetes. Sobre los trozos de madera extraídos de basureros cercanos o carpinterías, Luis Manuel golpea, araña y pule. Su tía, que es podóloga, le ha prestado un bisturí y su tío una cuchilla para los detalles, aunque a veces echa mano a las herramientas de soldador de su padre, sin importar que estas sirvan más para trabajar el hierro que la madera. Poco a poco el uso que le da a sus trabajos comienza a perder valor frente al proceso mismo de tallar. Lo metódico del trabajo manual le gusta, le sienta bien para estar calmado, pero no es algo a lo que pretenda dedicar el resto de su vida.

Mis padres no tenían intención de que fuera artista. Ellos preferían que yo fuese un técnico medio, que fuese carnicero y garantizara un bistec para la casa, que tuviera cuatro muelas de oro y un par de Nike. Nada más”, recordará años más tarde.

La madre de Luis Manuel es técnico medio en Construcción Civil y su padre un hombre honrado del bajo mundo, abakuá y soldador. Poco o nada saben de lo más elemental del arte y cualquiera de sus manifestaciones no pasan de ser “cosas”. En el hogar el ballet es considerado “cosa de maricones” y la escultura, al menos las tallas en madera del niño, simplemente “cosas bonitas”, estatuillas y bastones por los que un extranjero pagaría 20 dólares en Obispo, algo que definitivamente ayudaría a la familia. Si los extranjeros no compraban, siempre quedaban los babalawos, que apreciaban el buen gusto del Luisma con sus bastones, a veces con formas de serpiente y con lentejuelas pegadas a los ojos como diamantes. Los santeros veían algo místico e intimidante donde un escultor de 12 años veía el bastón de Jafar, el villano de Aladino.

 «El bastón de Jafar, el villano de Aladino»

Luis Manuel se niega a vender su obra, y no por un apego ridículo a las esculturas; es la sensación de que estas ya no le pertenecen a él, sino a sus manos. Entonces crece también su ambición, sus deseos de fama, de ser alguien importante y conocer más allá de las callejuelas sucias del Cerro. No sabe de ningún tallador en madera que haya conseguido esto, así que supone que la escultura no debe ser el camino a la grandeza. Desde su amor ingenuo y el inocente concepto de lo que puede ser un futuro brillante, Luis Otero Chala, el padre, da ánimos al muchacho:

Tú ahora te quejas de que no tienes un par de Adidas, pero llegará el día en que tengas miles de Adidas” – le dice, y Luis Manuel piensa en negros famosos y en cómo sacar provecho de sus piernas largas. Le llegan a la mente algunos nombre: Javier Sotomayor, Iván Pedroso, negros de éxito, negros como él, que todos conocen y seguro tienen un carro y mujeres y dinero. Ya está decidido. Será deportista.

Esta es la épica de la que se agarra su historia, un cuento de la Cenicienta, una telenovela mexicana, un cliché terriblemente real que no explica del todo al Luis Manuel Otero que conocemos, aunque, sin dudas, ayuda a entenderlo.

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Muchos años después, a pocos días de haber salido del calabozo, Luis Manuel Otero reflexionará sobre las incontables veces que el gobierno cubano lo ha apresado por disentir de la política del Estado y cuestionarse desde el performance todo lo que no puede ser cuestionado. Dirá que a veces se siente cansado, que por mucho que lo evite siempre queda algo de él, una pequeñísima porción, tras los barrotes. Entonces, irremediablemente recordará sus días de atleta en la ESPA provincial, cuando corría carreras de resistencia.

Era bueno corriendo, o dice que era bueno, aunque en ese medio donde se fuerza a las piernas a producir más que a la mente siempre consiguió algo de tiempo para sus estatuillas de madera. Sus compañeros las aplaudían y como él, consideraban que aquello era solo un pasatiempo. Los años en la ESPA no sirvieron de mucho para mejorar sus habilidades manuales, pero le enseñaron otras cosas igual de útiles para su futuro.

Luis Manuel Otero Alcantara. Foto: Belo PCruz.

Una carrera de larga distancia es una lucha contra uno mismo, caldo de cultivo para el ego que nace en la soledad sacrificada de una pista y necesita crecer para silenciar los dolores del cuerpo. Mientras corre, el Luisma solo piensa: “Yo puedo seguir, yo puedo seguir”. 

Yo seguiré. Mi compromiso con los demás pasa por mí y la idea que tengo de mí mismo. No sé cuánto dure, pero mientras pueda, yo voy a seguir”, dirá más tarde sobre el constante peligro de la prisión. 

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Tú eres un adulto ya y sabes que allí entra todo tipo de personas, así que tú sabrás qué haces. Pero te voy a llevar porque yo sé que ahí puedes hacer… tus cosas”, le dijo su padre cuando ambos se disponían a entrar a la casona de Nicolás Alayo, en la Habana Vieja.

Nicolás, un viejo artista plástico casado con las representaciones pictóricas cercanas a las raíces tradicionales cubanas, acoge a Luis Manuel como acoge a otros bohemios pintores y escultores de la capital, gente que a los ojos de Luis Otero Chala no pinta bien, gente rara y, hasta cierto punto, amanerada. Para el Luisma comienzan a desaparecer los prejuicios machistas y homófobos al lado de Nicolás. Es su primer choque con el mundo del arte, el impacto de un ambiente distinto a la marginalidad del barrio y al silencio entregado de los deportistas.

Luis Manuel se acerca también a Enix Berrío, su tío, profesor de Historia de la Filosofía en la Universidad de La Habana, Licenciado en Historia y Economía y Máster en Relaciones Internacionales desde 1998. Es su primera experiencia fuera de los arrabales. Siente, a veces, que no sabe nada de cuanto se habla a su alrededor y cree que le tomará mucho tiempo averiguarlo. Se centra en el deporte, en sus carreras de resistencia que no son más que pequeños tramos de una pista más grande que lo llevará al estrellato en alguna Olimpiada. Sin embargo, su sueño acaba tras un violento altercado en una carrera en Santiago de Cuba, y lo sancionan a un año fuera de competiciones. 

Luis Manuel Otero Alcantara. Foto: Belo PCruz.

Prohibirle competir a un corredor por un año es como romperle cada hueso de las piernas y pedirle después que vuelva a la pista con la misma agilidad de antes. Luis Manuel llega a La Habana derrotado, a volcar su fracaso en las horas de trabajo manual sobre la madera pero, al entrar a su casa, las estatuillas no están. 

En este punto de la historia las casualidades marcan el espíritu determinista de su vida a un ritmo casi cinematográfico: Luis Manuel peleándose en Santiago de Cuba y su madre regalándole las estatuillas a una tía suya. Luis Manuel sancionado y su tía entregando las estatuillas a la Casa de Cultura de la Víbora. Luis Manuel de camino a La Habana y alguien, nadie sabe quién, llevando las estatuillas a un profesor de un taller de escultura en madera. Luis Manuel de vuelta a casa y su madre informándole que a cierto profesor le han encantado las obras y que lo invita al taller.

Como deportista… ummmm… puede ser. Pero como escultor serás letal”, le dijeron Enix y Nicolás, o eso recuerda el Luisma que le dijeron Enix y Nicolás. Ahora entiende que la vida, de cierta forma, le había dado todas las señales posibles sobre cuál debía ser su futuro. Aún desconoce de un tallador en madera que fuese una superstar. No importa, él piensa ser el primero.

Luis Manuel pasa más tiempo junto a Nicolás y lo escucha hablar de pintura, de escultura, de música y también de política; de cómo había renunciado a las filas del Partido Comunista de Cuba hacía unos años por no compartir los criterios de algunos funcionarios tozudos y ortodoxos, de su vida militar en Angola y de su regreso al país como veterano de guerra. Nicolás Alayo se declara atiimperialista, admirador de Hugo Chávez y revolucionario convencido. Pero Luis Manuel presiente en su maestro el desencanto y la frustración de una generación que cedió a sacrificarse en los altares de un sistema demagógico. Eso lo inspirará después a crear una serie de estatuillas de mutilados sin rostros y presumiblemente tristes llamada Los héroes no pesan.

También se apega a Enix. Le pide recomendaciones de libros, películas y obras pictóricas. Comienza a estudiar qué es el surrealismo, el impresionismo, el dadaísmo y todos esos “ismos” de los que siempre oyó hablar a su tío sin comprender una palabra. No le interesa ser un especialista en arte, pero atrapa las conversaciones al vuelo, mastica cuanto puede y digiere aquello que le interesa, lo que puede asimilar desde su desconocimiento.

Cuando oye hablar de la escuela de artes de San Alejandro pretende ingresar y realizar su carrera de artista por el camino clásico, esa ruta autoimpuesta por la élite cultural aficionada a las formalidades de la academia. Luis Manuel se prepara para los exámenes de admisión. Logra hacerse de 100 CUC que convierte en cartulinas, lápices y pinturas. También consigue asistir a clases privadas para los aspirantes a San Alejandro, clases caras que paga con la venta de esculturas y la ayuda de Nicolás y otros amigos, clases que no le sirven de nada cuando le informan que ha sobrepasado la edad permitida para matricular en la escuela. Desesperado, pide unirse al curso nocturno para trabajadores y la respuesta es una negativa rotunda. El curso nocturno de arte desapareció un buen día, cuando Fidel Castro entendió que en Cuba había ya demasiados artistas y cada vez menos campesinos y obreros. 

Nuevamente vuelve a casa derrotado. Cuando le pregunten años después, dirá que fue en ese instante que comenzó su carrera artística.

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Los virtuosos incomprendidos no andan por rutas llanas. Sería contraproducente, un asesinato a sangre fría de la narrativa del éxito. De cierta forma, la fama suele deber mucho de su esencia a los relatos oscuros que supone esconder, a la soledad y al sufrimiento del creador, a los momentos duros  que llegan de golpe, todos juntos, como para probar la entereza del espíritu. Luis Manuel Otero Alcántara, el outsider, el prohibido, el proscrito de las instituciones culturales cubanas, el asiduo visitante de los calabozos y las salas de interrogación de los órganos de la Seguridad del Estado, procurará entonces construirse una “etapa de crisis”, tan convincente como clásica, en la historia del peregrinar hacia la fama que aspira.

Su etapa de crisis pudiera parecer una copia de otras tantas ya reconocidas y hasta elogiadas por los exégetas del arte, sin embargo, es cierta, sucedió así, tal y como él la narra. El Luisma, el artista que pretenderá romper con todo lo política y artísticamente correcto en su país, será también ese extraño caso en que, sin proponérselo, el cliché se hace real, se vuelve carne. 

Poco después de cumplir los 18 años todo se le viene encima como una avalancha. Su padre muere, se marcha de casa y decide estudiar una Licenciatura en Cultura Física solo para escapar de los tres años de Servicio Militar Obligatorio que le esperaban. Por entonces no tiene nada, ni siquiera un par de zapatos sin agujeros para ir a clases. 

Vive de vender estatuillas de negros a caballo y de los Orishas del panteón yoruba a babalawos y religiosos, a veces a 50 CUC cada una. No cree que sea una prostitución de su arte porque todavía no se considera un artista por derecho. Tampoco lo motiva ningún credo. Luis Manuel no pertenece a un sistema de creencias específico pero cree en un “algo” más allá de la inmanencia humana. Piensa que lo terrenal es importante, pero superfluo en cuestiones de temporalidad. Su fe, enfocada en energías espirituales que sobreviven a la muerte, será un pilar imprescindible de su futura temeridad.

Luis Manuel Otero Alcantara. Foto: Belo PCruz.

Vender esculturas de motivos religiosos es cuestión de supervivencia, de saber desglosar 50 CUC, que le saben a gloria, en un par de zapatos, un pulóver y algo para transporte y meriendas ocasionales. Nicolás Alayo entiende las necesidades del Luisma, pero lo convida a hacer algo más.

El arte no son negritas culonas ni negritos bembones. Tienes que abrir tu cabeza a otras cosas”, le dice y Luis Manuel se le aparece luego con dos estatuillas: un negro atado con cadenas y otro con el rostro agónico de un santo en pleno martirio. 

Decidido a dejar la vida de artesano de ferias, logra una exposición cerca del hotel Habana Libre que pasa sin penas ni glorias. En el 2011 consigue llevar a cabo otra más personal con más 30 estatuillas: Los héroes no pesan. A esta última invita a veteranos de la misión militar cubana en Angola y Etiopía. La exposición se convierte en un juego de observaciones. Los veteranos  observan las obras como quien se mira en un espejo y Luis Manuel los observa a ellos. Entiende así, quizás por primera vez, el poder de una imagen.

Sin causar mucho revuelo, Los héroes… es referenciada en el Caimán Barbudo y en la Asociación “Hermanos Saíz”, a donde pertenece Luis Manuel. También logra ser reconocido como artesano en el Registro del Creador y como un artista menor, casi imperceptible, a los ojos de los organismos culturales del país. Poco a poco comienza a entender que si aprende a rozar algunos temas políticamente sensibles generará polémica y rating alrededor de su figura. Como artista -y como cubano- desarrolla una suerte de sexto sentido para saber hasta dónde presionar y cuáles son los límites permitidos por la institución. Sobre esa delgada línea decide hacer de trapecista. Más allá de las fronteras de la provocación solapada y cómplice solo existe el ostracismo, esa tierra de malditos que pronto habitará.

Carnés de Luis Manuel Otero

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Luis Manuel camina confiado por la calle Obispo y se detiene en la esquina Aguacate, justo a las puertas de la sede de la Asociación Cubana de Artesanos y Artistas (ACAA). Hace años que pertenece a esta organización gremial, sin embargo, unos días atrás, el presidente de la Junta Directiva, Dámaso Crespo Entenza, lo llamó por teléfono solicitando una entrevista privada.

Atraviesa la puerta principal aparentemente sereno. Presiente que Dámaso le echará una de sus refriegas para él, nuevamente, hacer como que no escuchó nada y seguir por la línea de trabajo que lleva desde un tiempo a la fecha. Pregunta por la oficina del presidente. Le indican que pase. Entra. Mira a su alrededor y ni sombra de Dámaso. En su lugar, dos hombres le miran de frente con cara de llevar esperando mucho rato.

¿Luis Manuel Otero Alcántara?– preguntan. 

Él afirma.

Somos de la Seguridad del Estado y queremos hablar contigo

Tiempo atrás, de madrugada, el Luisma y unos amigos cargaban unas pesadas carretillas llenas de palos y gigantescos trozos de tela por las calles. Eran partes de una pieza que llevaba rato preparando, y que una vez frente al Museo Nacional de Bellas Artes, se unieron hasta formar una enorme figura con forma de araña. Ya estaba. Había intervenido con su arte un espacio público. Ahora solo quedaba ver qué hacía la gente con su obra.

A la mañana siguiente deshicieron la escultura cuando ya muchos habaneros la habían visto. A Luis Manuel le pareció interesante y entretenida esta nueva manera de mostrar sus obras. Repitió la idea, esta vez con un elefante frente al Capitolio. El resultado fue el mismo. Manuel Alejandro Hernández Cardona, estudiante de San Alejandro y amigo suyo, tenía razón en el momento en que le aconsejó: “Deberías hacer tus estatuillas grandes y ponerlas en la calle”.

Manuel era el link del Luisma con la academia y los movimientos más vanguardistas en el mundo del arte. A veces le informaba de talleres abiertos y conferencias en el Instituto Superior de Arte a las que él asistía. En una de ellas oyó a hablar a Tania Bruguera, una gurú del arte moderno cubano que comenzaba a cuestionar la institucionalidad de la cultura del país. Años después la conocerá de cerca, compartirán experiencias y serán parte de un movimiento que pondrá en jaque a la política cultural del gobierno de la Isla. Pero ahora él era uno más entre los oyentes, invitado por su amigo Manuel.

Luis Manuel había dejado la talla en madera. Ahora buscaba una estética nueva, algo que nadie pudiera definir en “lindo” o “feo”. Los palos amarrados con retazos de tela le parecieron ideales y los mostró con algo de éxito en sus exposiciones. Otero cuenta que participó en una Bienal, expuso en el centro Wilfredo Lam y se coló de a poco entre la capa media de los artistas plásticos del país, muy distante todavía de la élite consagrada.

Siempre quise ser un superstar, me gusta el reconocimiento, la fama. Eso siempre lo he dicho. No lo escondo. Si tú llegas al Cerro, donde nací, y enseñas a La Mona Lisa, todos la van a reconocer, incluso, puede que te digan que la pintó Da Vinci. Pero si les enseñas el autorretrato de Da Vinci nadie te va a decir quién es. Yo no quiero que me pase eso. Yo quiero que asocien mi obra conmigo, que sepan quién soy. ¡Un tipo famoso! Pero en ese entonces no lo era. ¿Qué era? Pues negro, sin formación académica, de los que se proponían para un evento y no lo aceptaban casi nunca. Era de pinga y de ‘a pinga’ hice para que me conocieran”, comentará tiempo después. 

En su eterna búsqueda de reconocimiento, la araña y el elefante gigantes jugaron su papel, pero resultaban insuficientes. Luis Manuel planeó otro camino, uno más atrevido: el performance. Realizó unos cuantos, entre ellos el controversial Streaper, donde casi se desnudaba durante una videollamada, bailando para su novia de entonces en la céntrica zona wifi del cine Yara. Donde algunos vieron un escándalo público, el Luisma sintió que había hecho una crítica seria a la ausencia de intimidad de los cubanos para conectarse a Internet. En ese tiempo ni se soñaba con la llegada de los datos móviles al país, y quienes podían pagarlo debían usar las redes sociales en espacios públicos, como lanzando los pormenores de sus vidas a los cuatro vientos. El performance, por suerte, no le costó mucho más que unos regaños…

 

Los agentes de la Seguridad del Estado le hablan sin parar. A veces se muestran duros y enojados, pero otras comprensivos. Es el viejo juego del “policía bueno y el policía malo” que tantas veces usarán con él. Le mencionan algunas de sus obras anteriores, incluso Streaper, pero no se detienen en ello. La razón de la cita es la obra más reciente, esa que Luis Manuel ha bautizado como Museo de la Disidencia en Cuba, donde revisita el concepto original de “disidencia” y pone a compartir espacios a importantes disidentes de la Historia de la nación, desde Fidel Castro hasta el fallecido opositor Oswaldo Payá. Tal atrevimiento incomoda a los agentes del Ministerio del Interior, que ahora aparentan bajar la guardia. Incluso pareciera que son amables.

Nosotros no queremos perderte. Queremos tenerte del lado de acá, pero no te corras más para allá”, le dice uno de ellos.

Mientras permanece callado, Luis Manuel cree que ha llegado el momento de cambiar el rumbo, de definirlo todo. 

***

El primer encuentro con la Seguridad del Estado es el parteaguas en su vida profesional, el momento en que pasa de artista marginal a artista marginado. Ahora es un cismático del que nadie recuerda sus tiempos anteriores a la apostasía. Muchos ojos que frente a él pasaban de largo ya no le pierden el rastro y lo elogian o lo censuran, y la política se vuelve la nueva lupa desde la cual apreciar su obra. 

Luis Manuel, el contestatario, representa el otro camino del arte, la ruta fuera del relato clásico que termina volviéndose tal. Es el cliché del anticliché en un momento de la historia del arte donde lo marginado se convierte en algo más que atractivo: cool

Trabaja como un conspirador inquieto, ideando lo que él llama sus “tallitas nuevas” cada vez que encuentra un nicho temático sagrado de este país. Es un travieso iconoclasta y su filosofía va de crear para romper, de desacralizar lo encumbrado. Engrosó por accidente las filas de la izquierda moderna pluralista, esa que abandonó el despotismo de la vieja trinchera de la lucha de clases y se fue a pelear por las minorías sociales y la utopía aterrizada de la libertad. El conceptualismo del que se dice fiel devoto está ajeno a toda complejidad estética y de sentidos, como si lo hiciera para ser fácilmente captado por cada persona que conoció en su vida, desde los malandros del Cerro hasta los ágiles atletas de la ESPA. Y todo esto lo logra sin querer. Es genuino, es espontáneo. Luis Manuel Otero Alcántara es la energía de un performance vivo.

Pareciera a veces que el Luisma bailador, parrandero, mujeriego, mal hablado y fashion en el vestir es su pose profesional, aquello  a lo que también echa mano para construirse una identidad pública llamativa, pero no es cierto. Pese a sus sueños de superstar aún no ha desarrollado la extravagancia esperada de uno. Lo que para algunos sabe a esnobismo solo es la coherencia que mantiene sobre los retazos de su origen.

Su carisma resalta y le pone cerca del epicentro de lo “independiente”, rodeado de otros proscritos como Michel Matos, Amaury Pacheco o Yanelys Núñez. Junto a ellos peleará mil batallas. La primera: la Bienal 00.

Cuando Luis Manuel hable de la Bienal 00 lo hará como un niño que, después de mostrar las marcas de una tunda aleccionadora, siente el orgullo de haber logrado una travesura imposible. 

La Bienal 00, un evento al margen de las instituciones culturales del país que pretende conjurar a buena parte de los artistas independientes cubanos y algunos extranjeros, se desarrolla bajo el constante asedio de la Seguridad del Estado desde mucho antes de comenzar. Durante los meses previos, las intimidaciones llegan a Luis Manuel por vía telefónica, a veces tres o cuatro llamadas por semana. En ocasiones, cuando envía a uno de sus amigos a pagar y recoger pegatinas para el proyecto, estos le comunican que una patrulla los ha interceptado, los ha enviado a un calabozo y decomisado la compra. Son momentos de estrés para el Luisma. Todo parece conspirar en su contra. Ser presa fácil y habitual de la policía, figurar como una gigantesca diana para las difamaciones, indefectiblemente nadar a contracorriente; todos son, al final, los riesgos de quien decide asumir la vida de outsider.

La Bienal 00 fue el proyecto más difícil al que me he sometido como artista, activista y ser humano. Fue mi primera vez preso. Tres días en el calabozo por unos supuestos sacos de cemento que había obtenido ilegalmente. Claro, era mentira. Pero yo estaba preparado para eso porque yo iba a hacer el evento y había que matarme para que no lo hiciera. Lo difícil también fue convocar a los artistas. Mucha gente no quiso participar porque pensaban que me estaban dando rating. En el mundo del arte lo más complicado es que la gente se desprenda de su ego. Te lo digo yo”, recordará un año más tarde.

La Bienal 00 comienza. Luis Manuel anda de aquí para allá preparándolo todo, ajustando presupuestos, evadiendo la represión y la censura como un atleta con las piernas atadas puede evadir las vallas de una carrera con obstáculos. Cae, se levante, cae, se levanta. A su lado, y en las mismas condiciones, está la curadora y artista independiente Yanelys Núñez. Yanelys es también su novia.

Luis Manuel Otero Alcantara. Foto: Belo PCruz.

Ya, la cogieron”, dice preocupado Luis Manuel después de 20 minutos de intentar localizar a Yanelys. Ella no responde al móvil y ninguno de sus amigos sabe dónde anda. Lo más probable es que a estas horas esté en un calabozo.

El Luisma sale en su búsqueda. Yanelys estaba encargada de solucionar uno de los tantos inconvenientes logísticos del evento. Ella es una pieza clave. Si la detienen todo puede complicarse aún más.

Después de un rato la encuentra. Ambos están desesperados. Él por ella, y ella porque unos artistas mexicanos participantes en la Bienal 00 han sido llamados por las autoridades migratorias cubanas, seguramente para expulsarlos del país. Al verse, Luis Manuel y Yanelys se toman por el cuello, discuten, pelean. Luego se ríen. La presión del momento a veces les supera.

Tiempo después, cuando Yanelys se encuentre viviendo en Europa, Luis Manuel hablará de sus proyectos para realizar un corto documental sobre aquellos días. 

Yanelys fue imprescindible, una cosa tremenda. Creo que nunca lo he hablado así, pero ella es una pieza importante, sin dudas, la mitad de mi obra. Ella y mis socios se mantuvieron cuando otros se echaron para atrás por miedo a las mentiras que el gobierno hablaba del evento. No critico a esa gente. Cada cual elige vivir con miedo o sin él. Pero lo importante es que la Bienal 00 se hizo. Fue de pinga. ¡Pero se hizo!”, dirá también.

En un ring imaginario, Luis Manuel se siente un peso pluma en constante pugilato contra los pesos pesados del poder totalitario. Es una pelea de desgaste y, aunque las apuestas no estén a su favor, el marcador de rounds habla por sí mismo:

Luis Manuel (1)- Gobierno (0)

***

Luis Manuel, yo no puedo creer que el decreto ese sea motivo de tanto escándalo – le dice la Teniente Coronel Kenia en la sala de interrogatorios.

Kenia, nosotros entregamos cartas, pedimos hablar, hicimos todo lo que legalmente se puede hacer ya. ¿Ustedes no se dan cuenta de que hay hasta artistas oficiales pronunciándose? Mira, esto del 349 es algo personal. Con esto ‘me fui por los pies’. Conmigo es hasta el final.

Luis Manuel desconoce si el verdadero nombre de la interrogadora es Kenia, no obstante, ha desarrollado con el tiempo y las múltiples detenciones cierta relación con ella. No puede decirse que de confianza, pues Kenia es una represora de carácter fuerte, la encargada de “atender” a los artistas subversivos. Sin embargo, el Luisma le guarda cierta simpatía. Se han visto ya varias veces, siempre la misma escena: Kenia le pregunta, él le contesta indiferente, Kenia lo amenaza, él le contesta indiferente, Kenia lo manda unos días al calabozo, él lo acepta indiferente. 

Para entonces Luis Manuel ha leído el Decreto 349, firmado por el presidente Miguel Díaz-Canel el 20 de abril del 2018 y listo para ponerse en práctica a partir de diciembre de ese año. Entiende que la nueva ley es un regreso al oscurantismo cultural de los años 70, cuando en el llamado “Quinquenio Gris” fustigaron como nunca a la libertad creativa, y se castigó a la intelectualidad cubana mediana y completamente alejada del cánon político-cultural soviético. El decreto también establece la figura de los “inspectores de la cultura”, individuos con patente de corso para prohibir cualquier expresión artística, incluso, estando esta última en pleno desenvolvimiento.

También ya ha hablado con otros artistas independientes para organizar una respuesta a semejante institucionalización de la censura, ha firmado el Manifiesto de San Isidro pidiendo la derogación del Decreto, ha pedido una reunión con el Ministro de Cultura, y enviado cartas, intentado infructuosamente embarrarse de mierda para protestar frente al Capitolio habanero antes de ser detenido por la policía… A esta hora, sentado frente a la malas pulgas de la Teniente Coronal Kenia, Luis Manuel siente que poco le queda por hacer.

Kenia, tú me vas a trancar, después me vas a soltar, y así. Pero cuando yo salga me voy a esconder en un lugar donde solo una persona de mi confianza podrá localizarme. Fíjate, esa persona no me va a echar pa’ alante porque las pierde todas conmigo. Y allí, escondido, voy a hacer una huelga de hambre y de sed hasta que quiten el 349. La cosa es así. Tú sabes que yo soy loco. O quitan eso o me muero”.

Kenia, que lo conoce, sabe que la amenaza va en serio. Un activista muerto no es algo que pueda permitirse. Aumentaría el revuelo alrededor del Decreto 349, se sumarían otros artistas independientes a la huelga, convertiría a Luis Manuel en algo más que un mártir de la oposición y traería el consecuente alejamiento con la comunidad internacional.

Escúchame bien. Si tú haces eso yo personalmente te voy a ir a buscar, te voy a encontrar, voy a romper la puerta de donde estés escondido y te meto a ti, a Amaury Pacheco, a Michel Matos y a toda tu gente presos”, contesta Kenia, enojada.

Luis Manuel pasa los siguientes días tras las rejas. A la salida continúa la protesta cívica junto a sus amigos firmantes del Manifiesto de San Isidro, un grupo tan compacto que el Luisma ha considerado que funciona a la manera de una secta religiosa. Poco después se suman varios artistas a las protestas cívicas por la derogación del Decreto hasta que, finalmente, el Ministro de Cultura comparece ante la televisión nacional para declarar que la ley no se ejecutará.

Luis Manuel (2)-Gobierno (0)

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En París, el precio de una cerveza en las cercanías del Louvre le parece exorbitante a Luis Manuel. Por eso prefiere pasar de largo y seguir caminando junto a una curadora de arte amiga suya que le cuenta cómo el gobierno francés invierte en la cultura del país. De pronto ella se detiene y le pide que le proponga algo atrevido, algo que en Cuba no pudiera hacer. Lo dice entusiasmada, como esperando el más alocado proyecto de un performance. Él responde:

Exponer mis esculturas en una galería.

***

Cerca del Capitolio, en una especie de bar al costado del teatro Alicia Alonso, está Luis Manuel Otero Alcántara. Hace una semana salió de prisión, tres días después de que unos policías vestidos de civil lo agarraran de imprevisto por el cuello y los brazos cuando orinaba tras una mata y en la oscuridad de la noche a la salida de una fiesta. Sus amigos pensaron que ya se había ido a su casa. Un rato más tarde, al llamarlo al teléfono sin obtener respuesta y averiguar por todos los rincones posibles, entendieron de qué se trataba. Durante tres días abundaron los post en Facebook exigiendo saber su paradero hasta que, de pronto, apareció. Había sucedido lo de siempre: el calabozo. Ahora, mientras juega a pasarse de una mano a otra una botella de cerveza, Luis Manuel ignora  que en tan solo una semana sucederá lo mismo. Si lo supiera, diría que no le importa, que ya está adaptado.

¿Por qué te detuvieron la última vez?– le preguntan

Por la carrera de la bandera. Esa es mi línea en estos días, cuestionarme esa cosa que es sagrada y que el régimen gusta escudarse tras su simbolismo. En un totalitarismo nacionalista como este, los concepto de Patria y Bandera están más que gastados.

No es la primera vez que te encierran. Más o menos cuántas veces han sido.

Baff. Más de veinte. ¡Qué sé yo! Pero eso sí, me pueden meter preso, pero hago la obra. Lo importante siempre es completar el performance. Ya que me metan preso lo asumo como parte del presupuesto de la obra, es una consecuencia que tengo presente de antemano.

¿Y no crees que de tanto encerrarte la gente se adapte y lo vea como algo normal?

Esa es una estrategia del régimen para desacreditarme, para hacerme caer, pero también le funciona para intimidar. El régimen actúa así para que la gente piense: “Coño, si a un tipo mediático como el Luisma le meten esos pases, qué quedará para nosotros”. Y a mí que me metan preso, que me maten, que hagan lo que quieran. Yo soy libre, no le tengo miedo a nada. Fíjate, soy un ser humano y quiero, además, ser un tipo famoso. La gente piensa que por tratar de ser libre no me importa el money. Y sí, me importa tener money, vestirme a mi onda, viajar, tener mujeres… la buena vida. Yo trato de tener mi buena vida. Pero no puedo ser como otros artistas pretenden. Eso de jugar con la cadena y no con el mono, eso de moverse en una zona de confort donde el atrevimiento del arte sea superficial y sin tocarle las narices al poder para que les dejen tener y hacer de todo, ¡eso conmigo no va! Porque tú puedes tener la jeva más rica del mundo, todo el money del mundo, ser dueño del Capitolio mismo, pero sin libertad todo eso sabe a mierda.

¿Cómo es un calabozo?

Hace silencio.

Aunque nunca le ha temido a las detenciones, la experiencia de un calabozo le resulta sobrecogedora. Después de los interrogatorios lo suelen encerrar con varios presos comunes. A veces solo los observa callado y otras confraterniza con ellos. Entonces le cuentan sus terribles historias de tramas enrevesadas que van siempre de venganzas, violaciones o asesinatos. Jamás ha tenido problemas con sus compañeros de celda, incluso, alguna vez ha conseguido que le presten un desodorante o un jabón. A ellos les permiten recibir ropa y artículos de higiene de sus familiares pero a Luis Manuel, cuyo paradero nadie conoce, no. En el espacio pequeño entre los barrotes el día pasa lento y se conoce la hora por la luz que entra por una ventanilla o por el reloj de algún guardia de buen humor que accede a decirla. La mugre y las sudoraciones producto del hacinamiento impregnan las paredes de un olor nauseabundo. Los colchones de esponja, de un grosor fino, huelen peor, pero es preferible descansar aquí, dormir cuanto se pueda para matar el tiempo, antes de posar el cuerpo fatigado sobre una incómoda cama de piedra.

Mira -dice muy serio- si algún día me pasara algo dentro de una prisión fue por cosa de la Seguridad del Estado. Ahora me están construyendo una causa penal por lo de la bandera. Dicen que por uso indebido de los símbolos patrios y por hablar mal del presidente. ¿Tú sabes lo que es eso? ¡Que me quieran meter preso por hablar mal de un presidente! Nosotros no somos un país normal. La gente tiene miedo porque hay paranoia y todos prefieren pensar en qué comer antes que en sus derechos. Es como en la Matrix, cuando uno de los personajes traiciona. Él traiciona porque prefiere la supuesta comodidad de vivir una mentira a enfrentarse a los peligros de saber la verdad. Y eso lo mata todo.

¿La creatividad también?

No te engañes. En Cuba no hay creatividad. Ese discurso de los 90 ya caducó. Aquí la gente sobrevive, son supervivientes. Y los creativos se van. Imagina que Steve Jobs y Bill Gate estuviesen creando sus cosas en Cuba. Iba a visitarlos un agente de la Seguridad a decirles: “Ese pelito largo y esos pantaloncitos apretados es de maricones” o “Eso de tener empresas prósperas son cosas del enemigo capitalista”. Se hubiesen ido pa’ la pinga de aquí. Y ahora el problema de emigrar no es tan duro como antes. Pero imagínate a Colón partiendo en sus carabelas y la reina de España gritándole: “Escoria, gusano, vendepatria, España es de los revolucionarios, no te queremos”. Jajajaja. Colón se hubiese quedado con los indios.

Luis Manuel Otero Alcantara. Foto: Belo PCruz.

¿Crees que el pueblo cubano despierte algún día?

Yo no sé. Ya sucedió una marcha LGTBI, una protesta por la SNET, pequeños pasos. Pero este régimen se lo pasa todo por la morronga. Yo no sé los demás, pero yo voy a dar guerra. Mi solución pudiera ser irme o callarme, pero amo a mi país y ni me voy a ir ni me voy a callar.

A poco más de 100 metros, del otro lado de la calle y tras las vidrieras de la Editorial Abril se exponen varios libros a la venta. Uno de ellos, Argumentos culturales de la Revolución Cubana, de Fidel Castro, resalta por el grosor de su lomo entre otros más delgados de la autoría del Che Guevara. Según la encargada de la vidriera, nadie ha venido a comprarlo.

Luis Manuel, el gobierno te ha desacreditado como artista y mucha gente no está de acuerdo con tus maneras de expresarte. ¿Cómo respondes a eso?

Me da igual. Yo soy un kamikaze y seguiré hasta donde me den las fuerzas. Y que crean que mi performance es excentricismo. No importa. La historia me absolverá.– y sonríe como solo él puede hacerlo.

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Luis Manuel Otero Alcantara. Fotos: Belo PCruz.

Contralmirante de un bote solitario que teme a los aviones, periodista accidentado, fumador de cuanto combustione, bebedor de mercurio, enamorado de los mitos y de todo aquello que termine en un “Basado en hechos reales”.
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Un pensamiento en “Retrato de un kamikaze feliz 

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