Es lunes 5 de abril y una escena rocambolesca tiene lugar en las calles de La Habana. Los testigos se quedan extrañados o se echan a reír cuando ven al payaso Desparpajo saludarles alegremente desde el interior de una patrulla de policías, rodeado por agentes de la Seguridad del Estado con cara de pocos amigos.
-Baja las manos.- ordena uno de los agentes, y el payaso, que antes que nada se debe a su público, responde a los transeúntes subiendo los hombros, como pidiendo disculpas por la mala educación de su acompañante.
Al llegar a la estación policial de Cuba y Chacón, un oficial del Ministerio del Interior ordena esposarlo.
-¿En serio? ¿Esposar a un payaso?- dice irónico Desparpajo.
El oficial, acercándosele, contesta algo enojado:
-¡Sí, por payaso!
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Desparpajo es más que el nombre que asume el joven artista y profesor Manuel de la Cruz cuando pinta una enorme sonrisa en su cara y corona su cabeza con una peluca multicolor. Es su alter ego gracioso y ocurrente, que solo existe para hacer feliz a los demás, en especial a los niños.
“El show debe continuar”, reza una conocida máxima de las artes escénicas, que Manuel obedece al pie de la letra. Por eso, como buen actor, olvida su nombre real y su pasado, para asumir al personaje de una forma tan profesional que ninguna circunstancia es capaz de arrancarlo de su propia historia.
Antes de ser detenido por la policía política, Manuel acudió al llamado de su amigo Luis Manuel Otero Alcántara para celebrar una suerte de actividad comunitaria con los niños de la barriada de San Isidro. Para ello debía dejar de ser él y convertirse en Desparpajo, el simpático payaso que repartiría caramelos, dulces y libros a los pequeños de una de las zonas más marginadas y vulnerables de La Habana, donde esos mismos caramelos, dulces y libros son un lujo que no todos los padres pueden dar a sus hijos.
Otero Alcántara había decorado su casa, que es también la sede del Movimiento San Isidro (MSI), para la ocasión. Dibujó en sus paredes las imágenes que acompañan la envoltura de muchas de las golosinas más deseadas por los niños del país, llenó una mesa con todos los regalos que pudo conseguir y ambientó el espacio con algo de música.
Días antes, la televisión nacional había anunciado la actividad como un espectáculo “subversivo” financiado desde Estados Unidos y planificado durante todo un mes, cuyo objetivo era demostrar que muchos niños en Cuba no podían consumir dulces y caramelos a causa de la mala gestión económica del Gobierno. En esa ocasión, el locutor Humberto López hilvanó una historia poco convincente en la cual altos mandos de la Casa Blanca, en complicidad con agentes de subversión política radicados en México, conspiraban para repartir unas cuantas golosinas en un barrio habanero. Sin embargo, Humberto López jamás ofreció pruebas creíbles al respecto, ni aclaró en su comentario las causas por las que los niños cubanos no pueden acceder a estas confituras.
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Las esposas lastiman las muñecas de Desparpajo, que se queja ante sus represores con histrionismo teatral, algo exagerado, como hiciera cualquier payaso. Los agentes de la Seguridad del Estado reparan entonces en una cámara fotográfica de juguete que lleva al cuello. La escena es hilarante. Por primera vez es Desparpajo quien disfruta de las payasadas de estos agentes que discuten sobre qué hacer con la cámara. A lo mejor se trata de un artefacto que los está grabando, piensan unos. Tal vez se trata de algo peor como ¡un explosivo!, creen otros.
La policía política lo lleva entonces de vuelta a San Isidro, pero no le deja bajar de la patrulla. Poco después, lo traslada a la estación de Aguilera, donde retendrán a Desparpajo hasta cerca de las 7 de la noche. La bolsa con confituras que llevaba encima es decomisada cuando los agentes de la Seguridad del Estado, muy serios, le dicen que sospechan que se trate de caramelos envenenados por la CIA. Nuevamente es el payaso quien suelta una carcajada. Jamás había tenido un público tan inusual y ocurrente con este.
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A las 10 de la mañana ningún niño se había asomado por la sede del MSI. Fue entonces cuando Otero Alcántara y Manuel de la Cruz, ya convertido en Desparpajo, se asomaron en la puerta y vieron cómo la Seguridad del Estado había plantado a varios de sus agentes vestidos de civil en cada esquina, cerrando el paso a cualquiera que pretendiese asistir a la actividad.
-Vamos a salir- fue lo que dijo Otero Alcántara en una directa en Facebook, poco después de dar instrucciones a algunos amigos de que cerraran la puerta y la aseguraran para que la Seguridad del Estado no pudiese allanar fácilmente la casa.
Antes de irse a la calle, Luis Manuel y Desparpajo se acomodan correctamente sus nasobucos, para evitar cualquier acusación por propagación de epidemia por parte de la policía política. Desparpajo, que vive su personaje al límite, dibuja entonces sobre la tela que cubre su boca una enorme y simpática sonrisa de payaso con un diente de menos.
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-Creo que soy el primer payaso de la historia con nasobuco- dirá Manuel, ya sin su peluca multicolor, en una directa en Facebook que hará cuando al fin llegue a su casa, luego de horas de interrogatorio con dos agentes de la Seguridad del Estado. Luego enseñará el certificado de la multa de 3.000 CUP por propagación de epidemias que ahora, en la estación de Zanja, un Teniente Coronel ordena a la policía rellenar.
Poco antes de ser interrogado, la policía le quitó el teléfono, con la excusa de evitar cualquier grabación. Sin embargo, la verdad es que, mientras Desparpajo es amenazado con la prisión por dos intimidantes sujetos, alguien se ha dedicado a hackear su celular y escribir desde su perfil de Facebook comentarios difamatorios.
Desparpajo se niega a hablar con el Teniente Coronel que tiene delante. Dice que prefiere no decir nada, aunque, si es inevitable una conversación, prefiere sostenerla con el oficial de al lado, uno de menor rango.
-Yo soy payaso y él dice que tiene un sobrino pequeño, así que hablo con él- dice, a lo que el Teniente Coronel responde con un bufido y alguna que otra amenaza.
Mientras la policía política le recita todo un repertorio de posibles cargos y condenas que pudieran levantarle por sus vínculos con el MSI, Desparpajo piensa en el poco carisma que tienen estos interrogadores. Se pregunta si realmente es un buen payaso, si ha fracasado al no hacer reír a estos dos individuos con cara de pocos amigos.
Hace un tiempo le detuvieron en la estación de Zanja. Entonces no llevaba encima la peluca multicolor ni la nariz roja ni la cara pintada de blanco. Ese día, cuando le preguntaron por su trabajo, se presentó como Manuel de la Cruz, artista y profesor graduado del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona. Por alguna razón, los policías soltaron una carcajada, como si en vez de decirles la verdad les hubiera contado un buen chiste. En otra ocasión, en la estación policial del Cotorro, le respondió a sus interrogadores del Ministerio del Interior que su valor para enfrentarlos estaba en la poesía, en el arte… y otra vez se echaron a reír.
Quizás Manuel de la Cruz es mejor payaso que Desparpajo, piensa ahora, preocupado.
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Desde la sede del MSI alguien graba el momento de la detención. El video muestra cómo cerca de diez agentes de la Seguridad del Estado se abalanzan sobre Luis Manuel y Desparpajo, los sujetan, y a empujones los hacen desaparecer por las esquinas, donde esperan las patrullas de policía. Poco antes de salir de la casa, como vaticinando cuanto ocurrirá después, Luis Manuel señala a su compañero y, hablando a la cámara dice:
-Esto será así, El Payaso vs El Poder.