DJ Gomeko, el Bárbaro del Ritmo

Hay pocas mesas vacías en este bar. Son las cinco de la tarde de un día de agosto en el paseo marítimo de Primera y 70, en Playa, La Habana. La bocina del local bota un estribillo: Las putas no tienen dueño, ni jefe, ni na’/ las putas son del que venga y les dé con maldad. Los clientes se menean y bailan con los hombros y con la punta del pie.

Yilio Gómez está en una de las mesas. Usa pantalón deportivo, pulóver a rayas, gorra, tenis Gucci, piercings en la ceja y en la nariz. Cuando lo conocí, en 2018, se pintaba las uñas y tenía el pelo corto y negro. Ahora se lo alisa con queratina. Le cae a un lado amarillo y al otro rojo. Con la vista en el móvil toma una cerveza casi por inercia.

Y en la bocina: 

Las putas son de calle, se tiran a cualquiera/ tienen corazón pero adentro de tu billetera.

―¿Sabías que este tema está pegado? ―le pregunto mientras veo en YouTube que tiene 2,6 millones de reproducciones.

―Yo no oigo música en la calle ―responde―. Nunca me entero de lo que está pegado.

Yilio Gómez tiene 23 años y desde los 16 es productor de reparto, el reguetón cubano. Ha compuesto el background de varios himnos del género: “Ona Ona”, de Harryson; “Prométeme”, de Un Titico & Kn1 One; “Pauta”, de Popy & La Moda. También de este que sueltan las bocinas, “Las pu”, de Chocolate y El Chulo.

Lo mencionan como El Gómez, Gomeko, o El Bárbaro del Ritmo.

 

 

***

El 31 de agosto de 2020 es cualquier día en La Habana. Hay sol, pero el barrio Buenavista está mustio como siempre: aceras rotas, niños descalzos, basura desbordada en los latones.

Al mediodía, un muchacho con bocina portátil toca el timbre de la casa número 661266 del barrio. Nadie contesta. Llama a un móvil apagado. Desiste y se va. 

A las cuatro de la mañana de ese día, Yilio me había dejado un mensaje en WhatsApp: “5332…, el # de la pura”. Supuse que se acostaba a esa hora y me daba el teléfono de Imilce por si llegaba y él estaba durmiendo. Al mediodía, cuando llego, la llamo…

Pasados diez minutos, Yilio me abre la puerta que da al portal. Tiene cara de pereza. Trae medias a la altura de la rodilla con chancletas, las cejas arregladas. Cuatro cadenas de oro con dijes de la Caridad del Cobre y la marca Louis Vuitton. Me saluda retraído. Aunque ha pinchado en vivo como DJ en el Anfiteatro de Guanabacoa, en el Túnel, en el Yoni, en el Anfiteatro de Marianao y en otros mil bares y discotecas frente a miles de personas; aunque su música es para gozar, es un muchacho muy tímido.

―Alguien te estaba buscando cuando llegué ―le digo.

―Sí, yo sé. Pero si dejo entrar a todo el mundo no me dejan tiempo pa’ la entrevista. 

Wow Music es el nombre del estudio que antes se llamaba La Casa Gómez. Una especie de ático a donde se llega por una escalera de hierro, incómoda, bastante estrecha. Aire acondicionado, una butaca, una computadora con monitor View Sonic mediano, dos bocinas. Una cortina evita que la luz pase desde la ventana. Debajo de la mesa, un revoltijo de cables que solo Yilio sabe de dónde vienen y a dónde van. Hace poco cambió la cabina de lugar, retocó el color blanco de las paredes.

―Esto estaba fula pa’ lo reconocido que soy ―dice―. No parecía mi estudio.

Hace dos años, la primera vez que lo visité, las paredes estaban grafiteadas a bolígrafo, a lápiz y a plumón por artistas bastante conocidos (Señorita Dayana, Kola Loka, El Yonky); por otros que me sonaban más o menos (Tikko, El Klásiko; Yumita & Versety); por otros de los que no tenía idea (El Gallardo & El Sánchez, Cristian Nipe).

Yilio me dijo que cuando pintara no iba a dejar que nadie escribiera las paredes.

―¿Tú estudiaste música?

―Lo mío es empírico, ¿viste? 

Me cuenta que con 15 años unos amigos del barrio le propusieron formar un grupo: Los Inseparables. Él aceptó, pero no le gustaba cantar. Pasaba por los estudios, pagaba 5 CUC, pero no grababa, sino que observaba el funcionamiento de los programas. Después, en su casa, trataba de hacerlo en una laptop. 

Consiguió tutoriales, estudió solo. Después compró el Cubase y el Fruity Loops, programas para hacer música. Practicó con ellos hasta que la laptop empezó a apagarse sola.

―Ya yo estaba decidido. O aprendía o aprendía… O aprendía.

En aquel tiempo su casa estaba todo el día llena de chiquillos. El PlayStation 3 y el televisor de pantalla plana que le había regalado su hermana, que vive en Estados Unidos, eran novedad en la cuadra. A Yilio, que soñaba con su estudio y necesitaba dinero para hacerlo, se le ocurrió alquilar el PlayStation por 1 CUC la hora.

Algunas tardes salía a jugar bolas. Era hábil, tenía puntería. Ganaba muchas y las vendía a cinco por un peso. También, como en el barrio casi nadie tenía refrigerador, empezó a vender hielo. Congelaba agua en 40 cacharros y los vendía a 2, a 5 o a 25 pesos, en dependencia del tamaño.

―Poco a poco fui haciendo mi menudo. Vendía lo que hubiera pa’ reunir y comprar mis equipitos. 

DJ Gomeko en el estudio.  (Foto: Sabrina López Camaraza).

Con dinero que le dieron sus padres más lo que él había reunido, Yilio fue comprando las piezas por Revolico: el chasis, el monitor, el micro. Luego el board, la memoria RAM, la torre… Más de 300 CUC en total. Tres meses después, cuando unió todo eso, tenía una máquina bastante moderna. 

Aquel ático era un lugar vacío. Sin pavimento ni electricidad. Yilio sacó un cable desde la casa y le puso corriente. Acomodó unos palos, cartón-tabla y cerró la cabina. La rellenó con hueveras de cartón para insonorizarla. Su hermana le regaló los audífonos, Imilce el equipo de música y una silla. Julio, su padre, lo ayudó a convertir un microfonito de mesa en un micrófono de pie.

Ni a Imilce ni a Julio les interesa la música. Ella es licenciada en pedagogía y él técnico electrónico. En la familia solo el hermano mayor estuvo en un grupo de reggae, pero lo dejó cuando se fue de Cuba. 

―Cuando Yilio era niño le gustaba la mecánica, la electrónica. Se pasaba la vida jugando con mis herramientas de trabajo ―afirma Julio―. Pero cuando el hermano se ponía a cantar, él también se ponía en el micrófono, pa’ aquí, pa’ allá. Y siempre le gustó el baile.

A los 16 años ya tenía su estudio. Terminaba las clases de electrónica en el politécnico y se ponía a grabarles a los chiquillos de la cuadra. La primera tarifa fue de 3 CUC.

―Reuniendo y reuniendo pude echar el piso de cemento, porque lo tenía de tierra. Tremendo polvero, jaja. Y un monitor “culón” que se me apagaba, ¿viste? La pantalla se ponía azul. Tenía que darle golpes. Hasta que pude comprar un monitor normal. Tampoco tenía tarjeta de sonido. Grababa con el audio interno de la computadora, que tenía el mismo plug para el micrófono y para la bocina. Tenía que desconectar una cosa para poner la otra. Una locura.

―¿Cómo hiciste para conseguir clientes?

―Los mismos chamacos fueron regando la bola. Hasta que vino Lobo King Dowa y me ayudó mucho. Fue el primer artista reconocido al que le grabé. Después conocí a Harryson. Hicimos tres discos: 4 x 4, 4 x 4 Forever, y 4 x 4 Forever Plus.

“Ona Ona” fue el primero de los himnos que vendrían luego. Puso a Harryson en el mapa del género como solista y al Gómez le dio fama suficiente para que otros artistas acudieran a él, que entonces tenía 19 años.

―Cuando Harryson grabó conmigo fue una epidemia. Los temas se escuchaban en la parada, en la guagua, en los bicitaxis, en todos lados.

La primera vez que conversamos, a Yilio le faltaba un año para terminar el Servicio Militar. Le pregunté en qué tiempo hacía música…

―Yo llego del Servicio y me meto en el estudio, hasta que es tarde ya y me tengo que acostar. Ese es mi diario: Servicio-Estudio-Servicio-Estudio. Es vicio lo que tengo.

A veces se embulla tanto que las bocinas hacen retumbar la casa. 

Después del Servicio, Yilio decidió que no estudiaría en la universidad y que viviría de la producción musical. Aunque ahora el estudio está en remodelación, lleno de cables y manchas de pintura, no ha dejado de trabajar. Termina una maqueta detrás de otra y le graba a quien venga. Luego limpia las voces, masteriza, pule la base. Lo hace con un pie encaramado en la silla, formando un ángulo recto.

―A veces no tengo ganas de hacer nada y el artista me dice: “A ver qué tienes ahí”. Le enseño algunos beats que me pongo a hacer cuando estoy aburrido. Si alguno le cuadra, grabamos arriba, y después yo le meto las manos.

La remodelación de Wow Music empezó casi con la cuarentena. Yilio compró bocinas, audífonos, una tarjeta de sonido; le regalaron un micrófono de gama alta que protegió con un filtro, y cambió aquella computadora vieja por una de novena generación, aunque, según me explica, la perfección en la producción musical no depende tanto de la máquina como de la tarjeta de sonido, las bocinas y el micrófono. Sigue trabajando con el Cubase 5 y el Fruity Loops.

Lo mínimo que graba es un tema diario. Generalmente hace tres o cuatro; depende del artista. Si lo hace todo bien, demora menos de dos horas. El negocio funciona por turnos, previo acuerdo de día y hora. La tarifa es de 10 CUC por background y otros 10 por grabación.

―Hay veces que voy grabando y arreglando al mismo tiempo, ¿viste? Así es menos trabajo pa’ mezclar. Pero a veces tengo el día vago, y quiero matar rápido, y no hago nada cuando estoy grabando. Entonces, cuando voy a meterle al tema, tengo que arreglar voz por voz. Así me demoro más.

En Buenavista hay otros dos estudios que cobran mil veces más que Wow Music.

―Los reparteros no tienen dinero. Si los aprietas, se van a grabar a otro lugar más barato. Y yo no puedo morirme de hambre.

Desde el principio, Yilio abrió su canal de YouTube, DJ Gomeko, que pudo monetizar a través de su hermana. Ya suma más de 8000 suscriptores y algunos videos pasan de 90 000 reproducciones. Aunque tiene Wifi y lo actualiza sin tantos problemas, debe comprar tarjetas de recarga Nauta y pagarle 30 CUC mensuales a una persona que le extiende la señal desde el router del parque.

―El Internet en el estudio es básico. Además de transmitir directas de los artistas y subir el contenido, lo uso para ver tutoriales y mejorar mi trabajo. 

También lo utiliza para trabajar con reparteros cubanos emigrantes. Desde que la furia del reparto llegó a Estados Unidos, muchos de estos artistas, debido al tema económico ―porque allá las producciones son muy caras― envían sus proyectos para que aquí se les haga el background y la mezcla. 

―Después suben el tema a todas las plataformas digitales, generan cantidad de dinero, y uno tiene que esperar por el buen corazón de algunos.

Antes de empezar a trabajar en alguna de estas colaboraciones, Gómez debiera firmar un contrato con el artista en el que se establezcan los pagos, los porcentajes de regalías; además de legalizar el derecho de autor. Esto evita, por ejemplo, que alguien más utilice su música. Sin embargo, él nunca lo ha hecho así. Por desconocimiento.

 

 

 

 

Desde enero de 2018, Yilio trabajó fijo con el dúo Popy & La Moda, como productor musical y DJ en vivo. Eran un equipo: Los Leroley. Por eso te quité lo malencué/ por eso te quité to’ lo maligno/ por eso con el Gómez te solté/ porque ese sí es el Bárbaro del Ritmo, decían en sus canciones. 

Él habla de esto con tono uniforme, en presente. Se refiere a cosas que no existen aunque están ahí. Me cuenta que los presentó un amigo en común después de un concierto en el bar Coliseum. Al día siguiente, por casualidad, se toparon en la calle. Popy le preguntó si podían pasar a hacer algo juntos y él respondió que sí. 

―Para mí eran unos desafinados, no sabían cantar. Pero al final, lo que sucede conviene. 

Así, tema tras tema, tarde tras tarde, acabaron un disco: One Leroley. Una noche Gómez les pinchó en vivo en un bar y, desde entonces, formaron equipo. 

―¿Cómo aprendiste a pinchar? 

―Eso no es difícil, ¿viste? Se hace con un programa que se llama Virtual DJ. Lo único que hay que hacer es dar play y jugar con el tiempo de la música para que no se forme reguero. Ya yo lo había hecho varias veces antes de empezar con ellos.

Popy & La Moda, como la mayoría de los reparteros, doblaban en sus conciertos. Ensayaban poco. El guion del show se preparaba minutos antes.

―Sin prueba de sonido ni nada. Una talla loca, jaja.

En las presentaciones utilizaba su laptop, hasta que se le derramó agua encima y no tuvo arreglo. Luego llevaba las pistas en una memoria flash y las ponía en la computadora de los locales. Los sábados tenían peña fija en un bar en Playa, el resto de la semana tocaban donde los llamaran: Coliseum, Big Bang, Palacio de la Rumba; plazas, piscinas… Hicieron giras por Santiago de Cuba, Matanzas y Cienfuegos.    

Entretanto, sacaron otros seis discos y firmaron con el sello Fénix Music, radicado en Miami. Vinieron videos profesionales, colaboraciones, sueños. Pero el grupo se desintegró en febrero de 2020. Perdieron el contrato. Popy se cambió el alias a Wow Popy y Gómez cambió el nombre de su estudio. 

―Popy y yo seguimos trabajando juntos. Estamos deseando que pase el coronavirus, porque en este tiempo sin discotecas ni cafeterías ni bares, el negocio no camina. 

Mientras esto sucede, se ha enfocado en su primer álbum como productor, Tsunami: 19 canciones en las que colabora con sus amigos, los artistas más populares del género.

***

Ya son casi las cuatro de la tarde. Aquel muchacho con bocina portátil que llamó al mediodía llega al estudio. Se presenta como Ángelo, un ex cantante de salsa que ahora está incursionando en el reparto. Pregunta si van a grabar por fin…

Yilio empieza a acomodar cables, a probar el micrófono, que no está en la cabina sino al lado de la computadora, por lo del arreglo.

―¿Qué crees que falta en tu carrera? 

―Trabajar con la farándula, terminar de arreglar el estudio. Y producir en otro lugar que no sea Cuba. Aquí pegas mil canciones y sigues siendo el mismo. La música de nosotros no está registrada ni tiene valor. Uno se la pasa peleando y peleando por amor al arte.

Antes de irme, hago fotografías y escucho lo que empieza a grabar Ángelo: una letra ininteligible sobre un charlatán y una mujer soltera. Mientras él canta, Yilio aprieta botones con una agilidad impresionante, casi sin mirar. Supongo que está arreglando las voces al tiempo que graba. Lo hace con un pie encaramado en la silla, formando un ángulo recto. 

 

Sabrina López Camaraza (Matanzas, 1998) Estudiante de Periodismo. Ganadora del concurso de Crónica Miguel Ángel de la Torre (2018). Colabora en 'elTOQUE' y Periodismo de Barrio.
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