Ilustración: Alejo Cañer
La imagen de una decena de hombres de entre 18 y 30 años de edad, en bañadores de un mismo diseño, sobre el muro del Malecón y a espaldas al Morro, todavía recorre las redes sociales. Es la foto oficial del concurso Míster Cuba 2023, que se celebró en la Fábrica de Arte Cubano (FAC) el pasado 18 de junio. Para sus detractores, la cosificación del cuerpo masculino, el daño antropológico de importar eventos extranjerizantes, o simplemente la banalidad, terminarán dañando la cultura cubana. Les recuerdo a los que se rasgan las vestiduras de la cubanidad machirula que estos eventos siempre han estado en Cuba; nunca la abandonaron.
Sin adentrarme en los certámenes de belleza femeninos, a los que habría que dedicar un apartado, vale recordar que la última Miss Cuba fue la reconocida actriz y directora de teatro Flora Lauten, en 1960.
Estos eventos han sido y son parte de la cultura LGBTIQ y lo mismo han sido evocados en noches de fiesta gay y concursos de transformistas que en shows a lo largo y ancho de todo el país. Por supuesto, esta cultura, o mal llamada subcultura, ha estado lejos de la vista de quienes opinan desde la cultura oficial como un tótem de prácticas homogeneizantes, jerárquicas, excluyentes y teleológicas.
Desde una perspectiva histórica, este fenómeno re-emerge de manera clandestina, en la década de los 90, en las famosas “fiestas de 10 pesos” y los shows de transformismo que colmaron locales abandonados―como se aprecia en el documental Mariposas en el andamio (1995), dirigido por Luis Felipe Bernaza y Margaret Gilpin― y los convirtieron en cabarets, con estética camp, rearticulados en medio de la precariedad.
Es evidente que existe una incipiente industria del entretenimiento que promueve el ideal de belleza masculina hetero-cis, cuyo sostenimiento sería impensable sin redes, recursos y espectadores/consumidores que sustentan y materializan prácticas asociadas al esparcimiento cada vez más extendidas y diversas. En las fiestas o discos gay, se encuentran con frecuencia strippers que amenizan los espacios como parte del espectáculo mayor, junto a transformistas, cantantes y bailarines, cada noche.
Cada vez soy más escéptico de las reivindicaciones sociales que se puedan esperar de este tipo de celebraciones, incluido el Míster Cuba. En muchas ocasiones son plataformas que promueven y normalizan la violencia simbólica cis-hetero-patriarcal, el racismo, la aporofobia, la homo/transfobia internalizada o la serofobia. En la búsqueda de una ideal hombre, masculino heterosexual, cis, como único modelo se entretejen invisibilizaciones múltiples. No se trata de la gala de los Premios Óscar en la que algún actor o actriz lanza un panfleto a favor de las mujeres, comunidades negras o indígenas, o colectivos LGBTIQ. Incluso en esos espacios mediáticos la instrumentalización de las luchas opera en contra de los movimientos sociales. No hay nada mal con nuestras identidades y nuestros cuerpos, ni mucho menos con las biografías personales y colectivas en las que se inscriben. El reconocimiento a la diversidad debería ser el centro de cualquier agenda o política públicas, ahora más que nunca con el avance de la derecha conservadora y negacionista a nivel global. Considero, por otra parte, que la no celebración de un evento como Míster Cuba va en detrimento del talento y las oportunidades de colocar a Cuba en el contexto internacional.
Al menos por esta vez, en la página oficial en Instagram de Míster Cuba no se endulza la píldora. La propia presentación del concurso especifica que “su misión es representar al país en competencias internacionales”. Como plataforma creada para promover la participación de jóvenes modelos en eventos similares a escala global, en otros escenarios con más oportunidades laborales y menos prejuicios machistas, podría entrever una incipiente agencia de representación, pero la opacidad deja muchos cabos sueltos. La representación de Cuba en competiciones internacionales ha ido ganando visibilidad para la comunidad cubana. En 2019, Rubert Manuel Arias clasificó como el octavo hombre más bello. En 2022, Juan Carlos Ariosa y Luis Daniel Gálvez obtuvieron las coronas del Míster Global y el Míster Supranational, respectivamente. Aunque estos jóvenes modelos residen en Miami, dejan la puerta abierta, con buenos augurios, a la comunidad de modelos, tanto masculina como femenina de la Isla.
La connotación real radica en que quizás por primera vez, en 60 años, un evento de esta magnitud atrae la atención de las instituciones ―privadas y públicas― culturales cubanas. La realización del certamen en la Fábrica de Arte Cubano ―que es, por supuesto, una institución creada para legitimar el circuito del arte contemporáneo cubano―, me hace cuestionar no ya la legitimidad del concurso ni los múltiples significados e interrogantes que se disparan al utilizar el espacio artístico como plataforma para un espectáculo como este, sino sobre quiénes patrocinan: el jurado o el personal que está detrás del evento. El medio oficial Tribuna de La Habana apenas mencionó que estuvo “organizado por una marca chilena y una serie de negocios privados”. Sin embargo, en ninguna de las otras páginas consultadas se corrobora dicha información. La ausencia de datos ensombrece la transparencia de la competición.
No obstante, mi pregunta sigue siendo la misma: ¿Quiénes están detrás de este negocio? ¿Cómo se eligen los candidatos? ¿Más allá de la escueta presentación en redes cuál es el compromiso social de estos certámenes de belleza masculina? Si se despejan estas dudas, podremos ver el nodo de este fenómeno que, como dije anteriormente, ni es nuevo ni lacera la cultura cubana, sobre todo porque es cultura cubana también; simplemente se adapta a las nuevas circunstancias o adapta a Cuba a los universo de los realities y la emocionalidad exacerbada de las redes sociales. A no ser que algún funcionario quiera defender la moral socialista y las buenas costumbres y prohíba este tipo de eventos, estamos ante un proyecto en expansión.
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