Ilustración: Alen Lauzán
Hace unos meses, Alexandria Ocasio-Cortez amenazó con revelar al público el secreto del socialismo. Lo hizo con un guiño cómplice, cubriéndose la boca, como si hablara solo para entendidos. “La gente habla de socialismo, pero desconoce de qué se trata realmente”, le sopló la chica del Bronx al micrófono de su iPhone.
La idea de que Ocasio-Cortez sepa lo qué es “realmente” el socialismo solo puede querer decir que estuvo en Miami, donde se habría entrevistado con los cubanos del Exilio: las viejas de las factorías, los guardias de seguridad del Palacio de los Jugos, las “mulas” que cargan dólares y fajas para hernias, las esposas e hijos de los reos del 11J.
Sucede que los cubanos exiliados son los gurús ideológicos del hemisferio occidental. Han vivido lo que otros solo temen o fantasean. Reinaldo Arenas lo expresó de manera tajante: “Los cubanos venimos del futuro”, pero Ocasio-Cortez no necesita ir tan lejos para enterarse de lo que es el socialismo “real”. Bastaría con acodarse a la ventanilla del café del Versalles, en la Calle Ocho. Esa ventana al futuro es la cátedra exprés del aspirante a politólogo.
Existe, efectivamente, una sutil distorsión entre lo que Alexandria y sus correligionarios llaman socialismo (escandinavo, democrático, vermontés, chileno, etc.) y el socialismo “real”. Este último es, justamente, a lo que aluden los cubanos cuando, en tono perentorio y lenguaje vulgar, hablan de “comunismo” y “comunistas”.
Ocasio-Cortez no cargará un carnet rojo en su cartera Louis Vuitton, ni habrá leído el Anti-Dühring, ni llevará una hoz y un martillo tatuada en la frente, pero los sabios que se reúnen a comer croquetas en los salones cubiertos de espejos de un restaurante cubano con nombre de palacio francés, entienden que ella es “realmente” una comunista.
Lo cual no es más que otro secreto a voces, algo que los versallistas dan por sentado: “¡Mi vida, ustedes no saben lo que es realmente el comunismo!”. Dejemos a los americanos enfrascarse en debates casuísticos: nosotros no podemos permitirnos exquisiteces teóricas. Un cubano exiliado es un cochon truffier, un cerdo que busca setas en el lodo. En este caso, su aguzado sentido del olfato lo lleva, infaliblemente, a la detección de lo que él llama (metafóricamente y a veces literalmente) un “comunista”.
¿Por qué? Porque el sello distintivo de un comunista es la ignorancia, no la militancia. Baste un ejemplo: Carolina Barrero afirmó en Países Bajos que ella y la más reciente hornada de activistas cubanos eran “gente de izquierda”, “anarquistas” situados en el polo opuesto de las ideas políticas del sur de la Florida. Recién llegada y, por lo mismo, profundamente desconocedora de la historia de la región, la joven disidente se lanzaba a despotricar, acaso para caerle bien a los europeos.
La historia política floridana, que Carolina descarta, comienza con los grupos de alzados de la Sierra Maestra y con el excedente de “comevacas” del Escambray, gente inmoderada y violenta que había entrado en conflicto con el castrismo “real”. Es decir: todo comienza en una revolución socialista fracasada. La Historia del Exilio arranca en el anarquismo.
Una vez instalados en Miami, aquellos primeros disidentes armaron sus grupos de acción, animados por un agravamiento de la demencia que los había llevado a levantarse en armas contra el orden republicano. El doctor Orlando Bosch fue un agente saboteador del Movimiento 26 de Julio y el mismo Huber Matos trajo a Cuba un avión cargado de metralla desde Costa Rica a fin de reventar 400 años de Historia.
Ellos eran los anarquistas originales, los socialistas reales, no simples poseurs con boleto y estipendios pagados. A no dudarlo, las luchas intestinas del Exilio fueron cruentas, las diferencias sectarias se zanjaban con un bombazo. Las piernas volaban en pintorescos atentados dinamiteros, mientras que los teóricos del anarquismo se agrupaban en torno a la revista Guángara Libertaria, dirigida por el inofensivo Frank Fernández, que dictaba cátedra desde la caja registradora de la Librería Universal. Antes de leer a Hannah Arendt y pedir el fin del capitalismo (vaya petitio principii) los jóvenes estajanovistas harían bien en informarse de ciertos hechos.
Los majaderos que repudian a Miami no aprecian la diversidad. El locutor que en 1976 perdió las piernas en el estacionamiento de la WQBA era un socialdemócrata, pero los que plantaron la dinamita en su carro tal vez hayan sido castristas descontentos. Siguieron poniendo bombas y haciendo atentados por pura inercia, por pura frustración, porque era lo que les habían enseñado a hacer.
La Niña de Placetas murió de COVID-19 en Hialeah en el 2021. Los disidentes deberían saber que con apenas 20 años La Niña se alzó en el Escambray y que, tres años más tarde, volvió a alzarse en contra de Castro en las mismas montañas. En 1964 fue condenada a tres décadas de cárcel y en el 80 arribó a Hialeah por el Mariel. ¡Eso es anarquismo, eso es socialismo real!
Barrero no conoce a Frank Fernández, ni a los Comandos “L” de Tony Cuesta, ni a La Niña de Placetas, ni a los violentos desencantados del M-26-7 que recalaron en Opa-Locka. Carolina Barrero no es ni izquierdista ni ácrata, eso sería demasiado pedirle, viniendo de la Cuba de Yosuam Palacios: es una simple desinformada. Lo que quiere decir que es una “comunista” en el sentido de tontería útil que lleva ese vocablo en el léxico del Exilio.
De acuerdo a la escala de valores de nuestro Exilio futurista, también Gustavo Petro es un comunista, y Lula da Silva un requetecomunista. Cuando el catedrático Rafael Rojas se aparece en un mitin electoral en Colombia, tratando de recabar la atención del candidato, los cubanos de Miami le caen en pandilla y le endilgan el tan socorrido epíteto. Para ellos, Rojas es un rojo, y tan comunista como su hermano Fernando. Después de pasar por el fiasco de Paideia, las Juventudes Comunistas y el exilio de terciopelo, debió haber aprendido algo, pero su sabiduría es una suerte de docta ignorancia que le ha servido de salvoconducto político. Esa ignorancia ha hecho escuela entre los jóvenes.
Es por lo que Rojas rompe lanzas por Petro, alegando que en ninguna parte de los discursos y declaraciones del exguerrillero colombiano puede detectarse una sola línea que autorice a tildarlo de comunista. Rojas le reprocha al Exilio la fea costumbre de confundir a un socialdemócrata con un ñángara. Según él, la indigencia política de los congresistas cubanoamericanos es responsable del error, a pesar de que los acontecimientos del 11J desmintieran su posición aperturista, en contra de la opinión de los republicanos retrógrados.
Pues la experiencia enseña que tales distinciones son negligibles cuando así lo decreta el oráculo del Versalles. Ir en contra de la sabiduría política de los cubanos que vienen del futuro, pone a Rojas, a Chaguaceda, a Bruguera, y ahora a Barrero, en la misma posición embarazosa de Michel Foulcaut con respecto a los ayatolás, de Noam Chomsky con respecto a Chávez, de The Clash con respecto al sandinismo y de Richard Nixon en relación al Castro de 1959. Es decir, en una posición ahistórica y necesariamente reaccionaria de cara al porvenir.
Las opiniones expresadas en esta columna representan a su autor/a y no necesariamente a YucaByte.
¡Joyita! En resumen: Todos son ignorantes, menos yo, o je, y los “cochon truffiers” que frecuentan el restaurante Versailles (no confundir con el palacio). La falta de apreciación por la sabiduría futurista de los exiliados cubanos es, en verdad, falta de aprecio por la “diversidad” (¡hay que ser cochon!). Por último, todos los comunistas son ignorantes. Ergo, todos los ignorantes son comunistas.
Querido Néstor, gracias. Tú voz sigue siendo esa que llama desde el desierto, que trata de despertar a la tribu de ignorantes, avisar que llega el dragón, la serpiente, pero ellos, empeñados en terminar de masticar, tragar el trozo de cerdo, la croqueta, acabar de dar placer al estómago para salir a bailar, no quieren oír, prefieren saltar y gritar, acusar a todo el que los señala, es lo que en las tiendas de sus padres y abuelos aprendieron para enmascarar las culpas, el adorar a dioses de piedra, los que no los condenan por robar, matar, mentir y desear lo de los demás. No habrá redención para el exilio con esa gente, vamos a morir en el desierto.
Excelente artículo.
De buenistas está empedrado el camino al infierno.