La Revolución ‘coquette’

Ilustración: Alen Lauzán

El régimen cubano está en las últimas, al menos, de la forma terrorífica en que lo conocemos. Serpientes al fin están por quitarse la piel totalitaria para seguir con otra igual de totalitaria pero más rosa, más coquette. De ahí que quiera inventarse un cambio-fraude para tratar de escaparse de la justicia, la verdad, y de paso seguir como perro huevero al que no le importa que se le queme el hocico mientras pueda seguir vestido a la moda.

El primer cubano en denunciar el cambio-fraude fue Oswaldo Payá, un opositor que viró el país al revés y desafió el poder del mismísimo Fidel Castro Ruz. Payá entendió que el régimen al que se enfrentaba estaba buscando las formas para cambiar de piel y dejar a todo el mundo en esas.

La Cuba de la Guerra Fría se había quedado obsoleta. El bloque comunista soviético se había desmoronado y Cuba había quedado sola, flotando en el medio de las Antillas, sin ninguna teta a la que agarrarse; por lo que Castro decidió que la Cuba de ese momento tenía que seguir actualizándose. Fue así cómo comenzaron a sembrar los cimientos de lo que sería luego una política abierta, que no era otra cosa que el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con el gran enemigo, Estados Unidos. Si los estadounidenses podían negociar con la China comunista, ¿por qué no con la Cuba comunista? Eso seguramente se preguntaba Castro mientras tomaba una Coca Cola y disfrutaba de la colección de invierno de Coco Chanel. Pero antes, tenía que simular.

Payá, un opositor de su tiempo entendió esto como una jugarreta del régimen cubano. De buenas a primeras la Revolución totalitaria, la de miles de fusilamientos, la que tanto odiaba al capitalismo, estaba generando espacios para hacerle creer al mundo y a Estados Unidos que quería ser coquette. Pero de coquette no había nada, porque en esos espacios se seguía atacando al opositor con la misma fuerza de la que siempre hizo gala la Seguridad del Estado. Es de conocimiento público los enfrentamientos de Payá con la revista Espacio Laical, por ejemplo. “Ese editorial de Espacio Laical insulta a la oposición, la calumnia y la acusa en los mismos términos injuriosos que emplean el Gobierno y la Seguridad del Estado. Son los mismos falsos argumentos con que los fiscales y tribunales del régimen han condenado a muchos cubanos disidentes a altas penas de prisión, en condiciones crueles e inhumanas, tal como hicieron con los 75”, aseguró Payá.

De buenas a primeras surgieron en Cuba medios independientes como El Toque, el cual despidió con mucha tristeza al dictador Fidel Castro, o programas como CubaEmprende, proyecto asociado al Cuba Study Group, cuyos miembros se reúnen para hacer negocios con la cúpula militar que lleva 65 años al frente de Cuba. Lamentablemente, por cuestiones de egos, poder y diferentes formas de ver la problemática cubana, a Oswaldo Payá no le hicieron mucho caso con lo del cambio-fraude y muchos en el exilio desestimaron su iniciativa de recogida de firmas para el Proyecto Varela y su pedido de libertad para Cuba.

Payá hizo que Fidel Castro tuviera que cambiar las leyes del país. El dictador tuvo que dejar por un rato sus Coca Colas, sus revistas Playboy, sus hijos bastardos, sus 900 millones de dólares, para declarar el carácter irrevocable del socialismo. Castro entendió que Oswaldo Payá venía con la posibilidad de un cambio real para Cuba. Según un informe reciente de la CIDH, el régimen cubano es el responsable de la muerte del líder opositor, premio Sájarov.

La Revolución coquette no era tan coquette. El sistema tenía que cambiar porque era/es insostenible; un pueblo no puede aguantar lo mismo durante tanto tiempo; llegaría el momento en el que volviera a crecer la chispa de la independencia.

Así que Castro, el asesino, el que le tenía pánico a los aviones en la Sierra Maestra, al que no le molestaban los campos de marihuana del comandante Crescencio Peréz, también en la Sierra Maestra, se propuso cambiar a Cuba porque, sin la teta de esa vaca llamada CAME, no podría sostener más la farsa del paraíso tropical a nivel internacional, pero sobre todo, dentro de la propia casa. Por eso dejó de exportar soldados que morían en guerras ajenas, y los reemplazó por médicos. Ambos, grupos esclavos; el régimen solo cambió el color del uniforme. Por eso Castro levantó la prohibición a los cubanos para entrar a los hoteles y comprar celulares; por eso levantó la prohibición de celebrar la Navidad o de comprar autos, o vender la casa, o tener dos trabajos, o comprar computadoras de escritorio en la tienda, o tener algún negocio propio (previamente aprobado por el PCC, por supuesto). 

El régimen también tuvo militarizado el hospital donde falleció Laura Pollán, la líder de la organización pacifista Damas de Blanco. También fue el responsable de la muerte de Orlando Zapata Tamayo, quien ya era preso político desde la causa de los 75 y falleció por una prolongada huelga de hambre que duró 85 días, bajo la custodia del régimen cubano y de la guardia de Raúl Castro. Un hombre sin gracia que llegó al poder por su apellido y que continuó de manera impecable el legado de odio que dejó su hermano mayor.

Muchos dicen que la dictadura cubana siempre ha sido conservadora, pero nada que ver. Siempre se ha transformado según las circunstancias y el momento histórico. De hecho, en los años siguientes al asesinato de Payá y Cepero, el régimen dio un giro de 180 grados porque no quería ser arrastrado por la corriente. De ahí que comenzaron a aparecer medios y periodistas “independientes”, revistas de cotilleo; incluso en la Televisión Cubana comenzaron a hacer los programas como si fueran producciones del canal 41 de Estados Unidos. Cambio-fraude al fin, la Revolución tenía que simular un poco de democracia. 

De ahí que de buenas a primeras la dictadura estuviera interesada en mostrar a una Cuba con Estado de derecho, con separación de poderes, donde las leyes se discuten en la Asamblea y son aprobadas por la voluntad del pueblo. De ahí que de buenas a primeras el régimen se enfrascara en demostrar que las elecciones de Cuba son las más democráticas del mundo. Que su labor altruista de enviar médicos, ingenieros, técnicos o cemento a “los países más necesitados”  era solidaria y desinteresada. Queda claro que el régimen cubano llevaba mucho tiempo dándole vueltas a la idea de cómo escabullirse de la justicia y la cárcel. De cómo seguir manteniendo el poder sin estar en el poder. Desde hace años está tratando de quitarse de arriba la responsabilidad con el pueblo, aunque eso signifique aceptar algún escaño opositor en la Asamblea del Poder Popular; de todas formas esos opositores tendrían que jurar bandera bajo la constitución del socialismo irrevocable, así que todo quedaría bajo su propio control.

El régimen tendría que comenzar a convivir con medios de noticias independientes acreditados por su propia mano. Habría que permitir un pequeño crecimiento económico en el pueblo cubano sin que este pierda su dependencia del Estado. En la misma cuerda, el PCC pasaría a llamarse Frente Amplio o Partido Progresista Unido o Socialistas Unidos por la Libreta en unas eventuales elecciones libres donde los candidatos oficiales no tuvieran más remedio que competir con un opositor, todo manejado bajo sus propias leyes y con el control de los medios de comunicación. Un fraude en toda regla.

Pero antes, el régimen tiene que evitar su propia caída. Por eso cada vez que se ha levantado una chispa de desobediencia civil, la Revolución se quita su rosa coquette y se pone su negro Merlina. Solo que ese color lo compraron en la colección de verano antidisturbios en España por más de un millón de euros entre 2020 y 2021. La dictadura primero tiene que quitarse de encima a cuanto disidente y opositor tenga para poder sentirse happy, sin nadie que le estorbe, sin nadie que le diga: “Pero si hasta los otros días eras Aesthetic promocionando tus mipymes y ahora eres la del paquetazo coquette; que rápido cambias, amiga”.

Al régimen no le gusta que lo señalen por el cambio-fraude a pesar de que es más que evidente la salida que están tratando de procurarse sus máximos dirigentes para cuando decidan abrirse al mundo de verdad. Por eso eliminaron del poder la línea sanguínea de los Castro, y le dieron paso a Miguel Díaz-Canel. Y con él llegó una Constitución nueva, un Código Penal nuevo y un cúmulo de decretos-leyes para apuntalar los puntos flacos por la ausencia del apellido Castro. Moda nueva para el dictador nuevo. El solo hecho de pensar que asesinaron a un hombre como Oswaldo Payá, y que tan solo seis años después, el castrismo colocara en el poder de Cuba a un tipo como Miguel Díaz-Canel, habla de lo terrorífica y macabra que es la Revolución Cubana, aunque ahora quiera llevar un lazo.

El problema de esto está en que el régimen cubano tiene medios de noticias, organizaciones, influencers y agentes de opinión moldeados por el Departamento Ideológico del PCC, con el fin de manipular la opinión pública internacional haciéndole creer al mundo que Cuba está cambiando, que está dispuesta a tomar las relaciones diplomáticas con su enemigo del norte, que los turistas son bienvenidos en los cayos, que la Isla está abierta a la inversión extranjera, que  hay un sector privado que impulsa la economía, que las leyes ya no se imponen, sino que se discuten y aprueban porque ya el país es un Estado de derecho pleno y democratico. Y que por supuesto el país no crece económicamente y el pueblo cubano no progresa a causa del embargo económico aplicado por Estados Unidos.

Así de coquette está la cosa, por lo que de las violaciones de derechos humanos y las evidencias palpables de que el régimen cubano quiere cambiar la piel hablamos más tarde. Es evidente que el castrismo quiere abandonar a su suerte a un pueblo que creyó ciegamente en él. Y para lograrlo no le tiembla la mano para asesinar, encarcelar, reprimir en la calle, explotar hoteles o darle baja a piezas importantes de su propia camarilla. El régimen sabe que la Guerra Fría acabó hace mucho y ya no se usa, aunque los rusos piensen distinto. El régimen sabe que su dictadura comunista tiene fecha de caducidad y que lo mejor es dirigirse hacia una supuesta democracia bajo sus propios términos y manejando la retórica desde los mismos medios de comunicación de los que son dueños absolutos desde hace 65 años.

Para ellos es mejor hablar de diálogo aunque no quieran diálogo, ya que no tienen argumentos para rebatir a ningún opositor o simplemente al panadero de la esquina. Y de hacerlo, pues estarían manejando la retórica con comodidad porque ese es el terreno favorito de los secuestradores: la hora de negociación.

El cambio-fraude no se ha dado por la propia ineficacia del que cree que tiene el control de todo y no cometerá errores; y también porque el régimen todavía se siente con un margen para maniobrar, subestimando al pueblo.

Resulta que un error común que cometen las dictaduras es el de subestimar el factor humano. Se olvidan de su propio pueblo, lo convierten en números olvidando cómo la gente va a reaccionar. De ahí, la renuncia del Comandante Huber Matos, la Brigada 2506, los alzamientos en el Escambray, la toma de la Embajada del Perú, las pintadas en las paredes, el Maleconazo, Hermanos al Rescate, la crisis de los balseros, las recogidas de firmas del Poyecto Varela, las marchas de las Damas de Blanco, el desplante de Eliecer, los medios independientes, los premios Sájarov, los presos políticos, los 75, la marcha contra la no violencia, la marcha animalista, la marcha por el orgullo gay el 11M, la protesta de S-NET, los artistas contra el Decreto 349, el acuartelamiento de San Isidro, las huelgas de hambre de Luis Manuel Otero, la protesta del 27N, la protesta de abril, el estallido social del 11 de julio de 2021, las marchas en el exilio, las protestas de noviembre en La Habana en 2022, las protestas en Nuevitas, las protestas en Caimanera…

Ha sido tanta la desobediencia civil que el régimen ha tenido que sacar las fuerzas represivas a la calle, cuando esta viene siendo su última opción. Tan evidente ha sido la represión que al mundo no le ha quedado más remedio que prestar atención a pesar de actuar muchas veces en consonancia con el propio régimen. La realidad es que es imposible pasarle la mano o darle un voto de confianza cuando el régimen viola los derechos humanos todos los días y tiene más de 1.000 presos políticos en sus cárceles. 

En la teoría del cambio-fraude, el régimen necesita un pueblo dócil, sin líderes opositores que le estorben el camino, pero en la práctica, el pueblo cubano sigue siendo mambí, aunque la Revolución ahora quiera ser coquette.

Las opiniones expresadas en esta columna representan a su autor/a y no necesariamente a YucaByte.

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Un pensamiento en “La Revolución ‘coquette’

  1. No sé, sólo sé qué no sé nada y sí tanta pero taaanta gente omite el saber cuando tienen toda una vida inmersa en el dilema unos viviendo como Carmelina y otros cagando pelos, me reafirmo en mí convicción de qué sólo sé qué no sé nada.

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