Ilustración: Julio Llopiz-Casal
Conocí a Nelson Jalil en su ciudad natal, Camagüey, en el año 2013. Me encontraba de visita ahí para participar en el Festival Internacional de Videoarte que se celebraba en la provincia. Ahí él cursó sus primeros estudios artísticos antes de ir a La Habana para continuar su formación en la Universidad de las Artes (ISA).
Al concluir su carrera, regresó a Camagüey por un tiempo. En ese período fue que nos vimos por primera vez. Luego volvió a La Habana y fraguó nuestra amistad. Exhibimos juntos en algunas exposiciones colectivas y pasamos noches interminables conversando, de fiesta o intentando “arreglar el mundo”, como casi siempre pasa en la juventud.
A finales de 2018 fuimos también parte activa del grupo de artistas y otros profesionales de las artes visuales que impulsó una carta de protesta por el Decreto 349. Nosotros acabamos en la reunión infausta con un grupo de funcionarios culturales encabezados por Fernando Rojas, a diferencia de Luis Manuel Otero Alcántara, Yanelys Núñez, Amaury Pacheco y el resto de los artistas y activistas que luego fundaron el Movimiento San Isidro, que sí recibieron golpizas y arrestos arbitrarios: nunca fueron recibidos, ni siquiera, de la manera taimada e insolente en que lo fue el grupo al que pertenecíamos Jalil y yo.
Nelson Jalil es de esos artistas que no confrontan la realidad política de su contexto de modo directo o beligerante, pero que sí son capaces de adoptar una postura cívica u opinar de manera abierta sobre lo que sucede a su alrededor. Su obra la componen fundamentalmente pinturas al óleo, de grande y mediano formato, aunque también ha experimentado con el video y la instalación. Su imaginario creativo recrea objetos y escenas dispuestos de modo simple y nada críptico. Apuesta por una simbología que no sugiere el contexto específico de Cuba ni de ninguna otra parte. Un librero en llamas o la vista superior de una piscina con páginas de libros flotando en la superficie no conectan con ningún momento o lugar verificables; pero a la vez es casi inevitable no asociar estas escenas con la censura, el borrado de memoria y otros recursos propios del totalitarismo.
En la actualidad Nelson Jalil vive en Miami. Hace poco celebró una muestra personal, simultáneamente con las de Alejandro Taquechel y Camila Lobón en la Zapata Gallery de esa ciudad. Ha respondido de manera austera estas preguntas para YucaByte, pero su elocuencia y sinceridad no tienen desperdicio.
―Vivir en Cuba de espaldas a la realidad es muy difícil. Esto solo es posible para quienes se encuentran en alguna posición privilegiada, por cercanía al poder o por ser beneficiarios de alguna actividad económica excepcional (rara vez al margen del poder) que les permita enajenarse de la realidad. De cualquier modo, tener conciencia política no es sinónimo de ser frontal políticamente. ¿A partir de qué momento decidiste adoptar una posición pública, con tu trabajo o tu actitud, respecto a lo que pasa en Cuba?
―En mi caso ocurrió de manera gradual. El absurdo que significaba la implementación del Decreto 349 me llevó a posicionarme por primera vez como parte de un grupo de artistas denunciantes de lo que consideran un atropello evidente.
Luego presencié cómo cada vez más personas, muchas de ellas amigas o colegas, comenzaban a convertirse en víctimas de la cacería de brujas de los años posteriores. Me pareció natural asumir una postura, que no es solo política sino humana o ética, y dejar clara mi posición al menos en los momentos más críticos que se sucedieron.
―Se ha dicho muchísimo, en las redes sociales y en otros espacios de debate, que “el 11J es un parteaguas” para entender la realidad política y económica de Cuba. Para algunos artistas, activistas o simples ciudadanos, el 11J significó la alerta de que era necesario posicionarse del lado de la ciudadanía y no del poder; para otros fue el 27N o el acuartelamiento en la sede del Movimiento San Isidro; y para otros más este aviso incluso tuvo lugar antes. Si seguimos yendo atrás llegamos al año 2018 y todo lo sucedido alrededor del Decreto 349. ¿Cómo experimentaste este decreto tú?
―El decreto fue el primer paso hacia el punto de inflexión, ni más ni menos que eso.
―La formación y capacitación profesional en la Isla es uno de los resortes propagandísticos del sistema. La formación relativa al arte no es una excepción. De todas maneras, muchas cubanas y cubanos alrededor del mundo, y residentes aún en el país, atesoran buenos recuerdos y valoraciones positivas de su formación, haya sido académica o no, además del trago amargo que representa haber vivido la censura o haberla visto más o menos de cerca. ¿Cómo ves a la altura de hoy la formación artística que recibiste o te gestionaste?
―Si te refieres a mi paso por el ISA [Instituto Superior de Arte], diría que mi período de estudios ocurrió en algún punto dentro de esa curva descendente que describe el sistema de educación en Cuba. Teniendo en cuenta que ese descenso ha sido sostenido, luego vinieron momentos peores en los que, por ejemplo, tres profesores (José A. Vincench, Henri Eric Hernández y Anamely Ramos) fueron expulsados por razones obviamente políticas, frente a la pasividad e inacción de sus colegas de claustro.
La formación, sin embargo, se la gestiona cada cual, antes y ahora, especialmente la formación artística. Es un proceso que no comienza ni concluye con el paso por una o varias escuelas de arte.
―El Miedo es un factor que muchísimos artistas e intelectuales cubanos de prestigio han señalado como determinante fundamental para entender por qué el Partido Comunista se ha podido mantener durante décadas en el poder. Por ejemplo, la Seguridad del Estado intenta identificar el miedo en el individuo, ya sea para neutralizar o para reclutar a la persona como agente. También existen y han existido personas con una actitud que ilustra muy bien un verso de la poeta Katherine Bisquet: “No nos sirve de nada el miedo”. ¿Qué significa para ti ese Miedo al que estoy haciendo referencia? ¿Cómo lidiaste con ese sentimiento si alguna vez lo sentiste viviendo en Cuba?
―El tema del miedo en Cuba podría ser objeto de varios tratados de psicología, extensos todos. Sería interminable la lista de sucesos o situaciones frente a las que uno puede experimentar miedo en Cuba. Yo, por ejemplo, sentí miedo el día que vi aquel video en el que destrozaban impunemente los dibujos de Luis Manuel Otero Alcántara; y eso no es ni remotamente comparable a la violencia ejercida contra un ser humano o innumerables seres humanos.
―Desde el exilio muchos medios de prensa independientes, activistas, artistas y emprendedores siguen dedicando tiempo y energía a mantener el foco sobre la realidad cubana de muchas maneras y, sobre todo, aprovechando las posibilidades que brinda vivir en democracia. Hay plataformas de denuncia, observatorios, iniciativas grupales para hacer llegar a la Isla cosas que escasean y muchos otros proyectos. ¿Qué opinión te merece esto? ¿Qué actitud has asumido tú? ¿Eres parte de o impulsas algún proyecto?
―En mi corto período de exiliado he tenido la suerte de poder trabajar intensamente en varios proyectos artísticos, a la vez que he ido aclimatándome y prestando atención al nuevo escenario. Aprender a funcionar en el mundo, fuera de esa burbuja que es Cuba, es algo a lo que hemos sido forzados en buena medida; pero, como todo proceso de aprendizaje, no debería estar exento de entusiasmo.
No estoy realmente afiliado en el modo en que lo mencionas, aunque he tenido oportunidad de ayudar en un par de proyectos concretos y, por supuesto, lo he hecho sin dudar. Desearía en el futuro tener más excedente de energía y recursos para ser de más utilidad.
―Tú eres un artista que ha manejado muchos recursos expresivos, entre ellos la pintura. Pero independientemente de que tus cuadros están pintados de manera óptima, y de que la pintura es uno de los recursos que más usas, yo no me referiría a ti como pintor, así de manera convencional. Para mí eres un creador que explora el universo de posibilidades que brindan los objetos cotidianos, ya sea desde la pintura, la instalación o el video. Háblame un poco de cómo ves tu propio proceso de trabajo.
―Octavio Paz decía que existían dos tipos de pintores, los que olían a trementina (disolvente para pintura al óleo) y los que no. Yo no me considero por definición perteneciente al primer grupo, aunque asumo con toda responsabilidad que el medio pictórico ha captado cada vez más mi atención, relegando considerablemente el interés por el uso de otros soportes. La razón por la cual sucede esto tiene que ver con que en los últimos años me he sentido atraído por imágenes o escenas mentales que asocio con temas o ideas concretas; y asumiendo de antemano que estos temas o imágenes podrían eventualmente interesar a alguien más, decido trasladarlos de mi cabeza al lienzo con la intención de compartirlos.