Ilustración: Alejandro Cañer
No creo que sea necesario escribirle a propósito de su reciente visita a Cuba como enviado de la Unión Europea para evaluar la situación de los derechos humanos en la Isla. Y, sin embargo, lo haré. No lo considero ni siquiera útil porque es muy probable que usted jamás lea estas líneas y que nada de lo que aquí se diga sea ajeno a sus oídos o a los informes que, de seguro, tiene usted sobre algún buró. Lo haré por si acaso, just in case, por si las moscas, porque nunca está de más.
Me permito entonces hacerle un pequeño resumen de lo acontecido en la última semana —la semana de su visita— en Cuba. Nada de esto, claro está, se escribe con la intención de incidir en lo que sea que usted pondrá en su informe. Ya sabemos que esto no sucederá. Además, la desganada complacencia de la Unión Europea con Cuba ha quedado ya muy bien definida por el señor Josep Borrell. Además, aun cuando el documento que presente en Estrasburgo relate sin paños tibios la realidad de los derechos humanos en la Isla, no dirá usted nada que no conozcan casi todos los eurodiputados, nada de lo que no sean conscientes los que prefieren ocultarlo, nada de lo que no hayan echado mano ya los representantes de partidos de derecha para tener qué criticarle a la izquierda, nada que realmente importe en la sede de su prestigioso Parlamento.
En el viejo continente tienen cosas más urgentes que atender que las penurias de un archipiélago en el Caribe. Sin embargo, nadie les pidió que se autoimpusieran como agentes políticos con criterios de peso en materia de derechos humanos en el mundo. Pero dado que Europa se lo autoimpuso, ya que lo asumió, debiera actuar con un mínimo de coherencia. ¿No cree?
Poco antes de que usted aterrizara en Cuba la cifra de presos políticos del régimen ascendió a 1.062, según datos de Cuban Prisoners Defenders (CPD), una ONG con sede en Madrid. Esto último, seguro usted sabrá, se debe a que el Gobierno de Cuba criminaliza el activismo y, por tanto, no permite la presencia de organizaciones no gubernamentales en su territorio. Por tanto, Sr. Gilmore, puede usted deducir que los millones de euros que entrega la Unión Europea a la sociedad civil cubana se quedan siempre en manos del Estado. La Federación de Mujeres Cubanas, una de las depositarias de estos fondos, tiene representación en el Consejo de Estado cubano. La Unión de Informáticos de Cuba, que ha recibido al menos 450.000 euros de la Unión Europea, se subordina directamente al Ministerio de Comunicaciones, cuenta entre sus principales figuras con un parlamentario/ empresario abiertamente afiliado a las políticas represivas del país y tiene como base fundacional “la unidad de sus miembros en el apoyo al proyecto social de la Revolución cubana”.
De los 1.062 presos políticos que hay en Cuba, para más detalles, 34 son menores de edad, 118 son mujeres y 244 cumplen condenas por el supuesto delito de sedición. Muchos de ellos fueron sentenciados por participar pacíficamente en las manifestaciones populares del 11 y 12 de julio de 2021. Los procesos penales abiertos contra estos ciudadanos, Sr. Gilmore, incluso han sido cuestionados por el señor Borrell.
Días antes de su llegada a Cuba, se supo de la muerte de uno de esos presos políticos. Se llamaba Luis Barrios Díaz. Tenía 36 años. La causa: una afección respiratoria que pudo haberse atendido a tiempo. Las autoridades cubanas sabían que necesitaba ingreso hospitalario, pero prefirieron dejarlo en prisión porque, supuestamente, no contaban con combustible para garantizar una vigilancia permanente sobre el reo. Después del deceso, intentaron tramitar con celeridad una falsa licencia extrapenal. Al régimen cubano le urgía quedar bien con usted. Luis Barrios Díaz, Sr. Gilmore, era padre de un niño de seis años.
El 21 de noviembre llegó a Cuba Vladímir Kolokóltsev, el ministro del Interior de Rusia. Sí, Rusia, Sr. Gilmore, la gran enemiga del bloque europeo desde que hace más de un año el Kremlin decidiera invadir Ucrania. Su llegada ocurrió seis meses después de que su homólogo cubano se entrevistara con él en Moscú. El objetivo de la visita no anunciada de Kolokóltsev es atender a “cuestiones de cooperación policial entre ambas naciones”. Según el medio ruso Versia, esta cooperación también entiende el “campo de la aplicación de la ley”. En Cuba, como en Rusia, la ley prohíbe y castiga el disenso. En Cuba, como en Rusia, hay presos políticos y presos políticos muertos.
Desconozco si le gusta el fútbol, pero la selección de Rusia —que está vetada de encuentros auspiciados por la FIFA— goleó ese 21 de noviembre a Cuba en Volgogrado. Fue muy triste ver entonces cómo un jugador cubano no pudo realizar el clásico intercambio de camisetas con sus contrarios porque la que portaba era la única que tenía. Como sea, esto es meramente anecdótico.
También en la semana de su visita, la Federación de Mujeres Cubanas reconoció que los asesinatos de mujeres por motivos de género han aumentado en la Isla. Usted creerá que ese es un paso de avance, y ciertamente lo es. Incluso puede que influya positivamente en algún punto de su informe. Pero es insuficiente. La Federación de Mujeres Cubanas se opuso el pasado año a la tipificación del delito de feminicidio en el Código Penal cubano. La secretaria general de la organización no estaba muy de acuerdo con que apareciera esa palabra en un texto legal. Pero los feminicidios existen, y en lo que va de 2023 en la Isla suman, al menos, 78. Esa cifra es superior a la de España, Chile, Panamá y Costa Rica, por ejemplo.
La Federación de Mujeres Cubanas, Sr. Gilmore, no reconoce este total de feminicidios. El pasado año apenas aceptó que ocurrieron 18, la mitad de los que pudieron comprobar los observatorios de género independientes en la Isla. Estos observatorios son parte de la sociedad civil cubana que no es aceptada por el Estado y, por tanto, no puede recibir esos fondos que la Unión Europea destina al país. Las mujeres que trabajan en esos observatorios han sido perseguidas y difamadas por los órganos represivos del Gobierno que usted evalúa.
Mientras se preparaba para su visita, el Gobierno cubano no perdió tiempo y se apresuró a blindar como pudo el Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación (ADPC) con la Unión Europea. Mientras usted tomaba su vuelo a La Habana, Homero Acosta, el secretario de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba se reunía en Bélgica con varios parlamentarios europeos, entre ellos Brian Glynn, director ejecutivo para las Américas del Servicio Europeo de Acción Exterior, y Marc Angel y Pina Picierno, ambos vicepresidentes del Parlamento Europeo. Otro ADPC fue firmado por esos días en La Habana, esta vez con Reino Unido. Desconozco si ese documento tiene una cláusula de derechos humanos. El de la Unión Europea, ciertamente, la tiene, y hasta ahora ni en Estrasburgo ni en Bruselas se han planteado seriamente usarla.
Los cubanos, Sr. Gilmore, no esperan mucho de su paso por Cuba, o no más que del paso de otros altos funcionarios del bloque europeo. Como el régimen cubano a la violencia, la Unión Europea nos ha adaptado a la vacuidad de las visitas de sus funcionarios. Esperamos, eso sí, que durante su presencia preste atención a los presos políticos, que haga presión para lograr la libertad de al menos algunos.
Por lo demás, auguramos una vuelta a Bruselas sin penas ni glorias. La Unión Europea seguirá dando ayudas y legitimidad al régimen de La Habana, a la espera de una mejoría en materia de derechos humanos a cambio. Pero el régimen, como aquel futbolista cubano, le dirá que no, que acepta el regalo, pero que será imposible corresponderle. La represión política es lo único que tiene.
Por artículos como este, leo. Gracias Darío, gracias Yucabyte. Por Cuba.