País derrumbado

Ilustración: Alen Lauzán

El Gobierno de Cuba no puede hacer nada con los derrumbes.

Las imágenes de los pedazos del edificio cayendo se repiten una y otra vez en mi móvil. Es este derrumbe. El de ahora. Hubo otros… y lamentablemente vendrán más. 

Me lleno de rabia y pienso en los culpables. Más o menos todo el mundo está en el mismo canal: ¿Cómo es posible que se sigan levantando hoteles cuando las casas de los cubanos están cayendo sobre los cuerpos? Vidas que por la situación económica y social no tienen cómo solucionar la situación. Es un tema de fuerza mayor. Ni aunque tuviera el dinero ningún cubano de a pie se puede poner a arreglar un edificio. Los edificios enteros los arreglan los empresarios de restaurantes, galerías, etc…

Los edificios enteros son del Gobierno… que para algo ha reprimido bastante: para ser el dueño de todo.

El culpable de que los edificios se caigan es el Gobierno revolucionario. No solo los gordos barrigones ineptos de ahora: los dirigentes anteriores y los anteriores y así hasta Fidel Castro con sus locuras.

Más de 60 años de desastres en la economía. Más de 60 años desvistiendo un santo para vestir a otro. ¡Ahora todo el mundo para el café! ¡Ahora para la zafra! ¡Con perga en mano y Van Van de fondo, qué rico se cosecha la papa! El cacique mayor mandaba para allá y para acá en su plan mental e iba dejando de lado las cosas que se sabía que funcionaban de gobiernos anteriores. La gente que tuvo que recoger café es la gente que fue a la montaña a educar, es la gente que creyó en la Revolución, es la gente que dio lo lindo ―dio su vida― y ahora tiene que, entre ruinas, velar por la salud de sus pequeños para que no muera nadie.

El Gobierno de Cuba no puede hacer nada con los derrumbes.

Los cubanos estamos divididos. Los que estamos afuera tenemos unas comodidades, pero nos rompemos el lomo para poder sacar adelante a la familia (la de adentro de la Isla y la de afuera). Los que están dentro se están comiendo el cable duro; su pensamiento diario es sobrevivir. 

Tras más de 60 años debajo de un tanque de guerra que aplasta a toda una población, estamos cansados. Agotados. Los más valientes que salieron a quejarse, a cambiar el país, sufren la mano dura del dictador y están presos. Condenas de cárcel de 10, 12, 15 años y cuidado. ¡Escarmentar! ¡Que nadie se haga el loco de quejarse!

¿Pero cómo no se van a quejar si les está cayendo el techo arriba? No entienden. Los gobernantes cubanos no entienden. Te tiene que caer el techo encima, y tú calladito. 

Es un diálogo del año 80 y es una tontería seguir con eso, pero la gente todavía se asombra de que se haga y se haga para el turismo y se deje a la gente, al corazón del país, a los dueños del país, morir en la sombra.

El Gobierno de Cuba no puede hacer nada con los derrumbes.

La gente que conozco del lado de acá del charco ya no va de turismo a la Isla. Todo el mundo dice lo mismo y pone cara de asco. No se saben el nombre del presidente puesto a dedo ni entienden bien qué es lo que pasa. Cuba pasó de moda. ¡A su suerte echada! 

Los hijos, nietos, sobrinos, primos, conocidos… de generales y comandantes tienen que seguir chupando de la teta (y cómo chupan). Los nombres para los ladrones cambian: mipyme, churucu, paladar, cusucu… da igual. No digo que no haya gente honrada que haya buscado la manera de hacer su negocio; digo que un profesor o un cirujano no se pueden ni comprar una casa ni montar un negocio.

Los nombres para retener al pueblo son diferentes, pero es la misma mierda: coyuntura, contingencia… da igual. Es el mismo guion que varía en un renglón. Diferente perro con el mismo collar. No. Mismo perro y que muerde.

El Gobierno de Cuba no puede hacer nada con los derrumbes.

Los gobernantes cubanos no pueden hacer nada porque están demasiado centrados en robar… y ya es tarde. Se ha robado tanto, se ha maltratado tanto a la patria… que ya no queda nada: seguir robando y robar, hasta que nos muramos todos.

Un teléfono suena y un jefe gordo despierta a un cuadro gordo de menor rango y le dice: “Tienes que ir a controlar a la gente”. El gordo menor agarra a su chofer y su carro ruso y llega a una zona de la ciudad que no visita a menudo y suelta una muela, una charla larga y bizca que nadie se cree.

Palabras y palabras.

Ocho horas de discurso del palabrero mayor.

Una canción de trova.

Palabras del primer secretario.

Palabras de la pantrista.

Palabras de Omar.

Palabras de Raúl.

Palabras de… Palabras de…

Y con palabras no se come ni se levantan paredes.

Palabras no sirven para mezcla.

Quisiste engañarme con palabras, no… ¡Mano, llevas 60 años siendo el palabrero mayor! ¡Basta!

Accidente de avión, tres niñas muertas por el desplome de un balcón, tornado por La Habana, incendio en los supertanqueros de Matanzas, explosión del Saratoga, este derrumbe… desgracias y desgracias sobre el pueblo trabajador.

Los hoteles nuevos no se caen, los aviones privados para eventos y para llevar a primeras damas no se caen.

La gente del pueblo no es boba, la gente del pueblo tiene hijos y sobrinos presos. Ve las paredes caer. Y sabe que hay una pila de amos y mayorales con el látigo en la mano. 

La esclavitud se acabó una vez. 

Todo es igual hasta un momento.

Le han quitado tanto, pero tanto, a la gente… Nos han llevado tanto contra la pared que, cuando no haya nada que perder, el miedo irá con todo.

Los santos, los astros están contra los gobernantes. Todo es cíclico y ya han acabado demasiado. Es hora de pasar el bastón.

En algún lugarcito de Siboney debe haber alguien apagando el móvil porque las imágenes del derrumbe son muy fuertes, y pensando en qué próximo festival de música internacional se hace en Las Tunas. 

Hay que tirar una cortinita. Darle lechada a una fachadita. Poner un bafle con reguetón a millón… y disimular. 

Aquí no ha pasado nada. 

 

Carlos Lechuga (1983) Director de cine y escritor. Dirigió Vicenta B., Generación, Santa y Andrés y Melaza.Escribió En brazos de la mujer casada y Ballena Tropical, su primera novela que verá la luz este 2023.
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