Campins: Para el Gobierno es fundamental que la sociedad tenga miedo

Ilustración: Julio Llópiz-Casal.

Alejandro Campins (Manzanillo, 1981) es de los artistas cubanos que mayor empatía he visto generar entre la crítica, el mercado y el público en general. Desde que vi piezas suyas por primera vez, en la exposición colectiva “La Cosecha”, en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales (La Habana, 2008), he escuchado a muchos hablando de manera elogiosa de sus trabajos. A partir de la primera década de este siglo su presencia en exhibiciones y en los medios ha sido constante y en ascenso.

Más allá de que Campins sea un pintor en toda regla, y se presente como tal, ha sabido conectar de modo coherente y atractivo el dibujo y la fotografía analógica como parte de su trabajo y a la vez como complemento del ejercicio de adherir pigmentos a una superficie. Tiene series muy diferentes entre sí, que van de lo más contemplativo a lo político, a pesar de que un cuadro, un dibujo o una foto, poco puedan representar al lado del impacto real del poder político sobre los ciudadanos.

A finales de 2018, Campins fue de los artistas que se involucró de manera directa y activa en una de las iniciativas de protesta contra el Decreto 349. Dado el rechazo de la norma legal por parte de artistas como Amaury Pacheco y Luis Manuel Otero Alcántara (que luego crearon el Movimiento San Isidro), muchos creadores fueron demonizados y reprimidos por parte de los sectores más elitistas del arte cubano y también por parte de la Seguridad del Estado. Pero la protesta realizada por otros artistas, más tolerados por las fuerzas represivas y vistos con mejores ojos por las élites del arte cubano, no sufrió la misma suerte. Que artistas como Alejandro Campins hayan participado de esta protesta, ayudó a que hubiera más empatía hacia quienes no quisieron callar tras la aprobación de un dispositivo legal que contribuyó a legalizar, aún más, la censura y la vulneración de derechos culturales en la Isla.

Actualmente, Campins vive en las afueras de Madrid con su esposa y su hija. Ahí también tiene su estudio.

―Vivir en Cuba de espaldas a la realidad es muy difícil. Esto solo es posible para quienes se encuentran en alguna posición privilegiada, por cercanía al poder o por ser beneficiario de alguna actividad económica excepcional (rara vez al margen del poder) que les permita enajenarse de la realidad. De cualquier modo, tener conciencia política no es sinónimo de ser frontal políticamente. ¿A partir de qué momento decidiste adoptar una posición pública, con tu trabajo o tu actitud, respecto a lo que pasa en Cuba?

―Desde el momento en que una persona decide hacer arte está tomando una actitud pública, porque asume automáticamente un compromiso con los espectadores. Creo que el arte sin un compromiso hacia un tercero, en este caso un público, no tiene sentido. Los artistas tenemos un compromiso con ese público, ya sea un compromiso social, político, estético o cultural. Desde el momento en que decides entrar al mundo de la creación tienes que ser consciente de ese compromiso, de esa actitud pública. 

De una u otra manera esa actitud es una actitud ante lo que pasa en Cuba, sea con una postura crítica o no. Uno puede asumir una actitud ante lo que sucede en Cuba, pasiva, contemplativa, pero es una actitud al fin. Pienso que hay muchas Cubas. Cada artista, cada individuo, tiene una versión de Cuba. Tiene una experiencia de Cuba distinta. Y al final, hagas lo que hagas, será resultado de lo que pasa en ese lugar.

―Se ha dicho muchísimo, en las redes sociales y en otros espacios de debate, que “el 11J es un parteaguas” para entender la realidad política y económica de Cuba. Para algunos artistas, activistas o simples ciudadanos, el 11J significó la alerta de que era necesario posicionarse del lado de la ciudadanía y no del poder; para otros fue el 27N o el acuartelamiento en la sede del Movimiento San Isidro; y para otros más este aviso incluso tuvo lugar antes. Si seguimos yendo atrás llegamos al año 2018 y todo lo sucedido alrededor del Decreto 349. ¿Cómo experimentaste este decreto tú? 

―Desde mi experiencia como estudiante de Arte y como pedagogo (no fue muy larga pero impartí clases en algunas academias en Cuba, durante dos o tres años) hay una cosa que aprendí y que se ha consolidado a lo largo de mi experiencia posterior como artista. A un estudiante de Arte (a un artista) si hay algo que no le puedes condicionar o exigir o prohibir, como profesor en este caso, es lo que el estudiante va a crear. A un estudiante lo puedes aconsejar, lo puedes guiar, pero nunca le puedes decir que no debe hacer una cosa, que no debe tratar determinado fenómeno en su obra, porque eso es ir en contra de la pedagogía artística. Eso me quedó muy claro con mi experiencia pedagógica. 

Por eso, cuando se denunció el Decreto 349 me impliqué. Porque no se puede legislar algo que pretende decidir qué se puede hacer en términos de arte y qué no. Yo no soy muy activo en cosas que tienen que ver directamente con política, porque para mí la política es como el narcotráfico: una vez que te metes en eso no puedes salir. Pero con el Decreto 349 fue muy fuerte, porque la Cultura para mí sí es muy importante. Sentí que tenía que tomar partido. 

En aquellas primeras reuniones sí estuve muy implicado. Traté de aportar mis ideas, porque me parecía que estaba sucediendo algo que atentaba de manera muy peligrosa contra la Cultura Cubana.

―La formación y capacitación profesional en la Isla es uno de los resortes propagandísticos del sistema. La formación relativa al arte no es una excepción. De todas maneras, muchas cubanas y cubanos alrededor del mundo, y residentes aún en el país, atesoran buenos recuerdos y valoraciones positivas de su formación, haya sido académica o no, además del trago amargo que representa haber vivido la censura o haberla visto más o menos de cerca. ¿Cómo ves a la altura de hoy la formación artística que recibiste o te gestionaste?

―He estado siempre muy agradecido por la formación que recibí como artista. Primero en Manzanillo, luego en la Academia de Holguín y después en el Instituto Superior de Arte (ISA). Estoy feliz con la formación que tuve. Siempre cosas como esta pueden ser mejores, pero me siento afortunado con la formación que me tocó recibir y con la manera en que sucedió. Empecé a estudiar Arte muy joven, con 13 o 14 años. En todo ese período de la adolescencia yo estaba feliz de estudiar Arte, de querer convertirme en un artista. Eso cambió mi mentalidad. 

Tuve buenos profesores. Eso es fundamental. Pero lo que recuerdo con más agrado son las clases con esos mismos profesores fuera de la escuela.

El Miedo es un factor que muchísimos artistas e intelectuales cubanos de prestigio han señalado como determinante fundamental para entender por qué el Partido Comunista se ha podido mantener durante décadas en el poder. Por ejemplo, la Seguridad del Estado intenta identificar el miedo en el individuo, ya sea para neutralizar o para reclutar a la persona como agente. También existen y han existido personas con una actitud que ilustra muy bien un verso de la poeta Katherine Bisquet: «No nos sirve de nada el miedo». ¿Qué significa para ti ese Miedo al que estoy haciendo referencia? ¿Cómo lidiaste con ese sentimiento si alguna vez lo sentiste viviendo en Cuba?

―He tenido miedo en ese sentido que hablas. Es un miedo que yo creo que la mayoría de los cubanos lo tenemos integrado. Tiene que ver con la manera en que el Gobierno cubano ha creado el Sistema. Para ellos es fundamental que la sociedad tenga miedo. Es muy importante para ellos y han sabido implementarlo muy bien. 

Pero es un miedo raro para mí, porque no es que yo le tenga miedo al sistema político, a los dirigentes o a lo que me pueda pasar. Es un miedo más a perder mi integridad. Eso de lo que gozo como artista y con lo que siento que soy útil para mucha gente. El miedo realmente es a perder eso. Porque si lo pierdo dejo de ser útil para familiares y amigos, y para mi público como artista. Mi miedo es a que esa realidad me convierta en alguien que no soy. 

Desde el exilio muchos medios de prensa independientes, activistas, artistas y emprendedores siguen dedicando tiempo y energía a mantener el foco sobre la realidad cubana de muchas maneras y, sobre todo, aprovechando las posibilidades que brinda vivir en democracia. Hay plataformas de denuncia, observatorios, iniciativas grupales para hacer llegar a la Isla cosas que escasean y muchos otros proyectos. ¿Qué opinión te merece esto? ¿Qué actitud has asumido tú? ¿Eres parte de o impulsas algún proyecto?

―No salí inicialmente de Cuba con la idea de instalarme fuera. Tampoco salí por motivos artísticos ni políticos: fue por asuntos personales que vine a resolver al extranjero, cosas médicas y de otra naturaleza. El primer año que estuvimos en España mi esposa y yo, viajamos muchísimo a Cuba. Casi la mitad de ese año nos la pasamos en la Isla. Luego nos cogió la pandemia de este lado, nació nuestra hija y la verdad es que hemos acabado estando más tiempo del lado de acá. Pero no te diría que me siento en exilio, en el sentido en que enfocas la pregunta, porque esa no ha sido nuestra idea nunca. Por el momento vivimos en España.

Cada vez le dedico menos tiempo y energía a enfocarme en la situación cubana. Pero no porque lo haya decidido; ha sido un proceso natural. La vida me ha puesto en un escenario en el que estoy abierto a entender muchas cosas de cómo funciona el mundo real, porque sabemos que Cuba es otro mundo. Le dedico mi energía a entender cómo se vive en un sistema político democrático; ver cómo dialogan los diferentes partidos. Poder acceder al arte de una manera tan sencilla es una bendición para mí: visito exposiciones y museos de una manera inagotable. Es y ha sido una experiencia muy enriquecedora, y la estoy aprovechando porque me interesa mucho. Me encanta la posibilidad que me brinda este contexto de seguir enriqueciendo mi background cultural. 

Pero esto no quiere decir que esté desconectado del todo. Colaboro con un círculo pequeño de gente cercana a mí y mi familia. No formo parte de ningún proyecto o iniciativa grupal para llevar o hacer llegar cosas a Cuba o algo por el estilo. La ayuda que brindo es muy personal, dirigida a personas muy específicas, familiares y amigos fundamentalmente.

(La Habana, 1984) Artista visual y diseñador gráfico. Su obra abarca el trabajo con casetes VHS, disquetes, memorias, olvidos, basura y juegos tipográficos incendiarios. El Cranbrook Art Museum de Detroit tiene dos piezas suyas en su colección. Ha publicado textos y hecho entrevistas para Hypermedia Magazine, El Estornudo y YucaByte, donde también realiza ilustraciones.
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