Ilustración: Alen Lauzán
Barbie, la muñeca populista, saltó con todos sus bucles, collares y purpurinas directamente de la cabeza de Ruth Handler, fundadora y diseñadora principal de la fábrica de juguetes Mattel. Corría el año 1959.
En sus más de seis décadas de existencia, Barbie ha llegado a ocupar todos los cargos, ensayar todas las profesiones y encarnar todos los estilos, agenciándoselas para permanecer fresca y juvenil más allá de la tercera edad.
Ahora, la proteica muñeca adopta la ideología dominante y se transfigura, por la magia de Hollywood, en la Barbie feminista. ¿Qué otra cosa puede hacer, si las niñas inmigrantes, que no comparten su canon de belleza, han comenzado a llamarla “muñeca fascista”?
La directora Greta Gerwig se baja con un peliculón que tiene como punto de partida el universo rosado de un fantástico pedazo de plástico. Barbie es otro de esos tarecos inanimados tan americanos, capaces de provocar un nuevo estado de conciencia, y la película de Gerwig, basada en el artefacto, irrumpe en la actualidad con todos los tics de la histeria colectiva.
Barbie compite en los cines con el más detestable de los villanos: Tim Ballard, el oscuro agente del Departamento de Seguridad Nacional que protagoniza The Sound of Freedom, un filme taquillero sobre el tráfico de niños que fue descrito por el goebbeliano The Guardian como trumpista y ultra-QAnon. El verdadero Ken de la Barbie activista es Ballard, y no Ryan Gosling. Pero no hay dudas de que la película de Gerwig da una buena batalla por la supremacía cultural.
Entretanto, la muñeca de goma provoca una marea rosa en los circuitos comerciales y una avalancha mercantil que colorea plataformas y escaparates, algo que estuvo vedado a The Sound of Freedom. Por muy serio que sea el asunto del tráfico de niños, tampoco es algo que vaya a disparar las ventas de cortinas de baño en Walmart.
El tema de Barbie es la teoría de género y, más concretamente, la inveterada tontería del macho alfa moderno, un sesohueco que doma caballos y carritos de golf, idolatra su televisor plasma e incuba ideas erróneas sobre los poderes trascendentes de lo Eterno Femenino.
El mismo año del lanzamiento de la pepilla de Mattel, nacía la Revolución Cubana, un artefacto salido de la fábrica de juguetes rabiosos del Batistato. Cuando la Cuba posmoderna ya no producía ningún bien, ni necesitaba exportar ningún producto tangible (café, azúcar, cacao), la sociedad del espectáculo cerró su última temporada con una comedia de esbirros y revolucionarios. El mundo cayó rendido ante el nuevo Gesamtkunstwerk: 1959 es el año de Barbie y los Barbudos.
Imagino que, entre 1959 y 1961, que es la etapa en que aparece el compañero Ken, las primeras versiones de Barbie —enfermera y aeromoza— ocuparían fugazmente los estantes de los tencenes de Cuba. De haber sufrido las mismas transformaciones morfológicas, la Revolución barbuda contaría ahora con los avatares de jinetera, disidente, federada, balsera y vieja del Comité. Sin dudas, Cuba comparte con Barbie la pertinaz combinación de obsolescencia y juventud eterna que distingue a los objetos de culto.
Las bicicletas Niágara y los Chevrolet Impala que tanto fascinan a los turistas caen dentro de la misma estética que llegaría a ser parte del zeitgeist castrista. Las gafas Calobar y los bikinis a rayas, que el director ruso Mihail Kalatozov filmó en la piscina del Havava Hilton (en Soy Cuba, de 1964), son remanentes del camp cubano que conquistó al mundo junto al vanguardismo Barbie.
La Cuba plástica de Tropicana y el Riviera pertenece a ese pasado remoto y representa las mismas relaciones socioeconómicas que Gerwig pone en entredicho. Dos años antes de que apareciera Barbie, la Revolución castrista fue empaquetada y exhibida como una muñequita en la Feria de Juguetes de New York City por el vendedor extraordinario Herbert Matthews. Greta Gerwig consigue comunicar al público los reclamos básicos de un feminismo que enfila sus cañones hacia el costado más imbécil del machismo cotidiano, por lo que un país regido por comandantes y generalísimos desde el año del nacimiento de Barbie debería sentir vergüenza de que una vulgar muñeca se le haya adelantado en la revolución antimachista.
La figura de Ken, como perfecto emblema del caciquismo, nos resulta irresistiblemente familiar, y cuando cae bajo el calcañal de Barbie como cualquier otro anacronismo sistémico, no podemos menos que asentir, y al mismo tiempo calcular cuántas décadas hollywoodenses faltarán aún para que Barbie y Cuba entren en sintonía.
Las opiniones expresadas en esta columna representan a su autor/a y no necesariamente a YucaByte.
Lo peor es que ese antimachismo es hacia abajo, pues hacia arriba, siguen dominando los machos, así que los barbudos afeitados son la guía, por estar aislados. Muy bueno el texto de Barbies y Barbudos que nacieron en el mismo año. Y estoy de acuerdo en que haya que cooperar con el artista cubano. Por favor donar que NDDV bien lo vale.