Fidel Castro contra el Palacio de los Jugos

Ilustración: Alen Lauzán

Fidel Castro es el hombre que puso de moda el verde olivo. El pueblo cubano, que en imágenes de la época prerrevolucionaria aparece en traje y corbata, con vestidos de corte sastre y collares de perlas, comenzaría a vestir mezclilla, botas y uniforme miliciano. 

Fidel fue el Versace de un madrugonazo sartorial, nuestro sastrecillo valiente. Con un cambio de casaca comienza la debacle castrista, que no pararía hasta hacernos vestir harapos. Los jóvenes beatniks de todo el mundo incorporaron la barba, la melena mugrosa y la boina castristas a su ficción política. Los hippies fueron los primeros esclavos de la nueva moda cubana. 

Carlos Puebla con sus canciones triunfalistas y el dúo de Peter Seager y Joseíto Fernández con la versión fatalista de La Guantanamera, saltan, gracias a Fidel, a los primeros lugares del hit parade. Hubieran sido multimillonarios de haber tenido un productor menos inescrupuloso. Desde Los Papines hasta La Colmenita, el castrismo ha funcionado como Tin Pan Alley. 

A partir de 1959, “Cuba” fue renegociada en el mercado de valores como cualquier otra apelación comercial. Lo “revolucionario” se transformó en mercadería y en fetiche de la mercancía. El genio corporativo de Fidel Castro es un asunto mal estudiado y minuciosamente escamoteado.

Si Ángel Castro traficó con caña de azúcar para la United Fruit Company, sus hijos y bisnietas serían los encargados de expandir y diversificar Birán Inc. hasta convertirla en una factoría del tamaño de la Isla. Ahora los herederos de Ángel tramitan directamente con el Departamento de Estado: su mercancía es el embargo, un contrato futuro. 

El empresario Dennis Hope lleva vendidos varios millones de hectáreas en la Luna. Fidel vende a los gallegos parcelas de Cuba, que es la Luna de la Yuma, un satélite desregulado al sur de la Florida donde las leyes laborales no tienen efecto y la bodeguita de Birán encuentra continuidad histórica. 

Cuba es la Luna de Fidel. “Un rubí, cinco franjas, y una estrella” deberá actualizarse con el nuevo eslogan “Dos perlanas, diez mil fulas y cinco estrellas”. La empresa Fidel & Hermanos vende “revolución”, o lo que antes se conocía como “pomada de víbora” , un valor vacío. 

Desde aquella famosa carta a Franklin Delano Roosevelt (“If you like, give me a ten dollars bill green american in the letter because never I have not seen a ten dollars bill green american”), el niño Fidel había declarado su principal interés en la vida. En esa epístola del 6 de noviembre de 1940, y no en La Historia me absolverá, queda expresado el programa fidelista, donde ya estaban anunciados el embargo y el exilio.

La imagen propagandística de un Fidel desinteresado y anticapitalista es falsa, y descompagina con la del sibarita que caza langostas en compañía de Gabriel García Márquez. En marzo de 1959, cuando Carlos Franqui regaña al Che por haberse apropiado de una antigua mansión de la burguesía en Tarará, el pijo de Guevara protesta en las páginas de Revolución: culpa al asma y jura que pronto devolverá “la casa de antiguo batistiano”. Es la primera casa tomada, no al estilo Cortázar, sino castrista.

Hoy por hoy, Castro & Cía es la más grande empresa de bienes raíces del mundo. Los hermanos Fanjul, esos cerdos capitalistas de la Cuba clásica, rinden pleitesía a los nietos de Fidel, lo cual da la medida del poder económico de la marca “F-You”. 

Fidel creó la plataforma Tinder para gallegos cachondos mucho antes de que naciera Whitney Wolfe. Es justamente lo que quiso decir Mia Khalifa con su: “Díaz-Canel singao”. Miguel Díaz Canel es un jinetero glorificado, engendrado en los laboratorios de sodomización del Partido. Antes que existiera internet y la plaza digital, ya Fidel ofertaba mulatas de fuego en el mercado porno. Es una de sus empresas más rentables y peor reguladas. 

Fidel Castro es el protagonista secreto de la Trilogía sucia de La Habana. Tan temprano como 1959, el comandante “playboy” aparece en las portadas de los tabloides Confidential y Whisper: “Castro raped my teenage daughter”. La campaña encubierta no fue producida en Hollywood sino en el Departamento de Orientación Revolucionaria. El habano era un falo; Fidel era el nuevo sex symbol

En un famoso discurso erótico, el Comandante confesó haber educado a sus «mujercitas» y haberles dado carreras universitarias solo para venderlas a precios de fula en la cama. Eran las “prostitutas mejor educadas del mundo” ofrecidas en rebaja a los italianos. 

La medicina en Cuba es la otra gran empresa de explotación: las universidades producen culíes que generan dólares verdes bajo condiciones de esclavitud posmoderna. Las otorrinolaringólogas de las brigadas internacionalistas son prostitutas del Doctor Castro.

Cuando Fidel fue a buscar casa, no escogió un apartamento de microbrigada, sino la mansión de los empresarios Juan y José Crusellas, creadores de las Villas Jabón Candado. En cada municipio de la Isla apareció una casa del Partido e innumerables “casas de visita” que eran otras tantas Villas Fidel. Fifo es el pájaro cucú de la economía política, un ladrón de nidos al que el Exilio engorda.

Cuando Fidel hizo planes para su última morada le echó el ojo al mejor “real estate” de La Habana: la mansión Conill, la más rimbombante casona de la ciudad. Cuando buscaba parcela para erigirse un túmulo, se apropió del lote funerario premium de Santa Ifigenia, en la intersección de Céspedes y Mariana Grajales, con monolito faraónico de alto estalaje. 

No hay una onza de idealismo ni de desprendimiento en Fidel Castro, nada anticapitalista en su ideario. Su prole de zánganos heredó el gusto por las mieles del poder y la concupiscencia del pequeño terrateniente que soñaba con los dólares de Roosevelt. Fidel, no Salvador Dalí, debió apodarse Ávido Dólar. 

Ni siquiera la persecución de la disidencia obedece a consideraciones ideológicas, sino a imperativos comerciales: la disidencia es la competencia. Toda oposición crea una marca comercial alterna que degrada el valor de la oferta exclusiva castrista. 

Por eso Fidel es considerado el más grande intérprete del marxismo, el más agudo lector de El Capital. Fidel le impuso una dictadura ultracapitalista al proletariado, reinterpretando la noción de vanguardia como un asunto unifamiliar. Fidel no solo se apropió de los medios de producción sino de todos los fetiches habidos y por haber. En la economía castrista existe un único fetiche máximo que lleva su marca. 

El levantamiento del embargo supondría la aceptación de las tarifas de esa mercancía unitaria y solipsista, con exclusión de todas las demás. Aquellos que el 11J ofrecieron una alternativa a la marca “revolución”, hoy son camareros en Weehawken y aportan dólares a Castro. Es bueno entender que esto no hubiera sucedido bajo el franquismo o el pinochetismo porque los autoritarismos hispánicos nunca pretendieron reemplazar los modelos clásicos de tributación. Los Chicago Boys fueron menos rapaces que los esbirros de Castro. 

Los opositores de Pinochet compitieron, con amplia ventaja promocional, dentro de unas estructuras tradicionales del mercado, algo que también podría afirmarse  de los enemigos de Videla y Trujillo. En cualquier dictadura imaginable, aun en la chavista, ha existido un mínimo de racionalidad socioeconómica. Solo Fidel de Láncara introdujo la anomalía del vendutero total, el mayoral máximo y el garrotero absolutista. 

La efigie de Fidel debería aparecer sin reproches en las etiquetas de vodka Absolute. Los ejecutivos de Adidas son unos cobardes por temer represalias contra una posible línea de chándales Castro. Lo cierto es que Fidel es el símbolo de las condiciones reales del capital para la época de la sociedad del espectáculo. 

Fidel es el inventor de la primera moneda virtual, mucho antes que Xi Jinping, Bukele y Francis Suárez. Con tal de obtener la exorbitante ganancia que acarrearía el levantamiento del embargo, los castristas arrendan, por 30 años, parcelas virtuales de la campiña cubana a unos ruskis imaginarios. Apretar las tuercas de la desinformación, tiene como único objetivo que Washington destupa la tubería de los bill green american dollars. Tupir y destupir son las auténticas herramientas económicas castristas.

Pero el Exilio recalcitrante, el que se opone al retorno de la política de normalización anunciada por Juan González desde el Consejo de Seguridad Nacional en 2021, sabe que la única solución real a los problemas de Cuba es la aparición en cada reparto de un Palacio de los Jugos con su correspondiente tienda Valsán, dos puentes de amor tendidos sobre el estrecho de la Florida por las empresarias Apolonia Bermúdez y Carmen y Martica Valdés Sánchez. El fin de la usura castrista no depende de Washington sino de Hialeah.

Las opiniones expresadas en esta columna representan a su autor/a y no necesariamente a YucaByte.

Néstor Díaz de Villegas es un poeta y ensayista cubanoamericano. Ha colaborado con Letras Libres, El Nuevo Herald y The New York Times. Creador de Cubista Magazine y NDDV.blog. Reside en Los Ángeles.
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