Aída Bueno: “Guillermina”, la fantasía maternal del hombre blanco

Ilustración: Alejandro Cañer

Conocí a Aída Bueno en la Universidad de Middlebury, en Vermont, hace varios años. Aída es una profesora cubana que vive la mayor parte del año en Toledo, España, y que el resto del tiempo recorre el mundo como conferencista e investigadora de los distintos escenarios de la diáspora africana en América. Después de ver su cortometraje “Guillermina” nos sentamos a conversar.

 

  • ¿Dónde estudiaste?

Soy doctora en antropología social y cultural, especializada en antropología de la religión, por la Universidad Complutense de Madrid. También estudié relaciones raciales y cultura negra en la Universidad Cândido Mendes, de Río de Janeiro. En la Complutense hice la diplomatura en magisterio y he enseñado desde 1999 en Middlebury College, y desde el año 2001 en New York University, Stanford y Hamilton College hasta el presente.

  • ¿Estudiaste en alguna escuela de cine?

Tenía la seguridad de que nadie me hubiera dado el dinero para mi película Guillermina, una certeza que confirmo ahora, que ya estoy metida en la industria del cine, una industria que tiene sus propios caminos. Tengo un currículo como investigadora de archivo, como académica y teórica, pero sabía que lo primero que me iban a preguntar era: “¿Usted estudió en alguna escuela de cine?”.

Muchas veces para nosotras, las mujeres negras, el camino no puede ser la vía oficial, porque no hemos tenido tiempo para hacer una escuela de cine. Nuestra vida no nos ha permitido hacer las cosas por los caminos oficiales. Eso hubiera sido un freno. Entonces me pagué un curso de cine documental de tres semanas y me dije: “Con esto yo tengo que hacer mi película”. 

Lo primero: tenía que ser un tributo a las mujeres negras, porque yo vengo de un mundo de mujeres negras y de hombres negros ausentes. Criada por mi madre, mi bisabuela, mis abuelas materna y paterna, y como académica negra, le debía algo a todas las mujeres negras, no solamente a las mías, sino a todas las que me ayudaron a estar donde estoy.

Había hecho mi tesis doctoral sobre el liderazgo de las mujeres negras en las religiones afro. Fue en Brasil, donde estudié nueve años, en el nordeste, desde San Luis de Maranhão hasta Pernambuco, visitando todas las casas de santos que fueron fundadas por mujeres después de la esclavitud, y que se convirtieron en los primeros lugares seguros para personas afrodescendientes después del fin de la esclavitud. Para quienes quedaron dispersos y no tenían dónde refugiarse, esos espacios de candomblé fueron las primeras casas comunitarias que tuvimos.

Después trabajé en teoría de la raza, estudié relaciones interraciales y cultura negra. Sabía, o quizás fuera una intuición, que estaba preparada para hacer esta película, pero era indemostrable. Entonces, con mi currículo, pedir ayuda para un proyecto de cine hubiera sido absolutamente imposible. De manera que fui hacia adelante con mis ahorros, con la fe y la convicción de que podría hacerlo. 

  • Cuéntanos cómo encontraste a Eugenio. Las imágenes de las nodrizas negras en tu películas son dolorosas, ¿cómo llegaste a ellas?

Conocía el banco de imágenes porque di un curso sobre la representación del cuerpo de las mujeres en la América colonial, y ya estaba familiarizada con muchas de ellas. Es el momento en que me encuentro con Eugenio en una cena de la New York University. Era un profesor retirado, y en la cena se me acerca, porque ambos habíamos sido profesores de NYU en España, y me dice: “Oye Aída, ¿sabes que a mí me crio en Cuba una mujer negra, y que, cuarenta años más tarde regresé, y me permitieron hacer un programa de radio para intentar localizarla?”.

Algo en mi mente conectó esta historia con los bancos de imágenes que yo tenía como referencia. Pensé que algún día iba a unir esas cosas, esas lecturas, y cuando estuve lista, lo llamé por teléfono y le pregunté si nos podíamos ver para volver a conversar. Me recibió en su casa y tuvimos una conversación de una hora. Tengo experiencia en entrevistas, porque hice muchas para mi tesis doctoral. De aquella hora de conversación,  hay ocho minutos que aparecen en Guillermina.

Fue intenso pasar meses y meses escuchando esa hora de conversación con un hombre blanco, hablando de una manera tan cariñosa y tan emocional. En un momento dado le pregunté: “Pero, Eugenio, cuando te fuiste de Cuba, ¿qué edad más o menos tenía Guillermina? ¿No pudiste en algún momento deducir que ella podría haber muerto?”. Me dio una respuesta muy hermosa: “Aída, es que cuando yo pienso en ella, pienso como niño”. 

Entonces creí en lo genuino de su amor, algo que me servía perfectamente para algo que he discutido mucho teóricamente, cuando la gente dice que el problema del racismo es el desconocimiento del otro. Eso me dio la excusa para pensar que no es así: el racismo no tiene que ver con el desconocimiento, porque a una persona que te ha criado tú no la desconoces. A una persona que te amamantó, ¿cómo es que la desconoces? Y si la mayoría de los hombres blancos y mujeres blancas de nuestro país y de tantos países de América Latina fueron como Eugenio, criados y amamantados por mujeres negras, ¿cómo es posible que eso no haya tenido algún impacto en el racismo?

  • ¿Por qué el cine? ¿Por qué no escribiste un estudio académico?

Hubiera podido escribir un artículo, pero  un artículo jamás habría tenido la misma capacidad de diseminación. Además, el cine te toca el cuerpo de una manera que lo escrito no consigue. El cine, a través del sonido, se mete dentro de ti. Entonces la cuestión era dejar esa pregunta. Llevar al cine algo que, teóricamente, yo había caminado y trillado tanto fue una excusa perfecta para conducirlo al mundo audiovisual.

Empecé a trabajar, primeramente escuchando esa entrevista, hasta que empecé a tener clara la forma de la película, las decisiones formales que iba a tomar. Por ejemplo, que Eugenio nunca iba a aparecer en la película, que íbamos a hacer animación. Porque con la animación le iba a ofrecer este crédito, decirle, como hombre blanco: “Yo, como mujer negra, creo en lo que me has dicho. Pero es insuficiente”. Entonces, ese minuto y medio de animación es mi palabra, que le dice a este hombre blanco: “Muy bien, yo creo que tú, como niño, amaste a Guillermina, ¿y qué?”. 

Quería hacerlo de una manera hermosa. Otra decisión que tomé, y que tomo en cada una de mis películas, como el largometraje que estoy haciendo ahora, es que nunca habrá una imagen de violencia sobre el cuerpo de la mujer negra, porque creo que ya la sociedad ha sido preparada para digerir las imágenes violentas. Me interesaba el contraste entre la belleza de la historia y la dureza de la realidad de las Guillerminas. Me puse a trabajar en ese camino, preguntándome cómo íbamos a pasar de la animación al banco de fotos, y pensando durante meses cómo hacer esa transición de manera orgánica y hermosa. 

Hasta que un día tuve algo que podría describir como una revelación: Eugenio va a bajar al sótano y se va a poner a mirar las fotos en un proyector. Construimos esa solución. 

  • ¿Quiénes son los animadores?

Alexandra Calixto es una niña que yo crie cuando ella era chiquitita, desde los ocho meses hasta los cuatro años. Hoy es una artista maravillosa. Nos reencontramos cuando ya era adulta y seguimos teniendo un amor inexplicable. Ella me dice que, cuando yo hablo, le dan ganas de llorar. Porque uno recuerda cosas de su infancia, la voz que te habló tantas veces. En cierto sentido, yo vendría a ser su Guillermina.

Trabaja conmigo porque entiende mucho mis sentimientos, por qué hago las cosas. Creo que en el mundo del cine es muy importante que las personas que colaboran contigo entiendan quién eres y de dónde partes para hacer la obra. Mi director de fotografía, con el que sigo trabajando en la actualidad y que será quien trabaje en cualquier película que yo haga, es Raúl Tamayo Estrada, cubano como yo, otra persona que me entiende perfectamente. La restauración digital de cada imagen tardó muchísimo, esas horas son incontables, impagables. Hemos hecho un equipo muy consistente y ahora estamos trabajando en una pieza mucho más grande, con muchísimo presupuesto, sobre Anna Borges do Sacramento.

  • ¿Quién es Anna Borges do Sacramento?

Anna Borges do Sacramento es otro caso de archivo. Tengo el proyecto de desarchivar las historias de muchas mujeres negras que están enterradas en archivos, en cajas. Más que guardadas, sus historias han sido sepultadas. Conceptualmente, hacemos una operación que he llamado “desarchivar”, para que esos nombres se conozcan por parte de la comunidad afrodescendiente, para que sepa que tiene sus propios referentes, que no se tiene que mirar en espejos ajenos.

¿Por qué lo hago? Porque me duele. Porque lo siento como algo muy personal, porque cuando estoy trabajando en el archivo y analizo las cartas de libertad, las compras y ventas de mujeres y niñas, esas mujeres son mis hermanas, mis abuelas, mis hijas. Por eso a mí, como investigadora, no me sirve pasar por el archivo, conocer esos casos, citarlos en otro texto y volver a guardar otro libro en otra estantería de otra universidad. Para mí, ese no es el camino. Porque así se quedaría archivado nuevamente, en otra forma de archivo. Entonces, se trata de desarchivar. Devolver esas memorias a la vida, a la oralidad de las comunidades afrodescendientes. Contamos historias.

  • Desarchivar, ¿existe otra instancia en que se haya manejado este concepto, o es una creación tuya?

Es un concepto mío. 

  • ¿Cómo consigues producir tus películas?

Tengo que entrar, necesariamente, en la industria del cine para trabajar en un largometraje. No tengo otra alternativa que montar mi propia compañía productora, porque si no tienes una productora no vas a tener nunca la propiedad de tu obra, ni siquiera un porcentaje. 

 

  • A fin de cuentas, Aída, ¿qué es el racismo?

El racismo no es una cuestión personal, tampoco una cuestión afectiva. Es un dispositivo de jerarquización muy poderoso, y de distribución de bienes. Las personas se ubican en esa jerarquía racial, que ha sido establecida con mucho éxito, porque está anclada en la biología, en la proposición de que hay personas biológicamente inferiores. La atadura de ese presupuesto es que la inferioridad justifica que algunas personas puedan ser privadas de determinados bienes. Es poderoso porque se reproduce automáticamente.

No se conoce otra manera de mantener el privilegio en la historia de la humanidad. Ni la religión puede contra él. Fíjate cuántos mandamientos hay, explícitos, en la Biblia; por ejemplo, cuando dice: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. 

Las relaciones afectivas son otra cosa. Las personas que han sido criadas o amamantadas por una persona negra, en algún momento tienen que reposicionarse socialmente con relación al poder y a la distribución de bienes, y en ese momento no tendrán ningún reparo en romper con la relación afectiva.
Para acceder al documental de Aída Bueno, pinchar aquí: Guillermina.

Néstor Díaz de Villegas es un poeta y ensayista cubanoamericano. Ha colaborado con Letras Libres, El Nuevo Herald y The New York Times. Creador de Cubista Magazine y NDDV.blog. Reside en Los Ángeles.
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