Hay artistas que tienen obras más conocidas que ellos mismos. Esto se cumple con Encuentro (2009), un conjunto escultórico compuesto por un José Martí y un Fidel Castro que se miran de frente a frente, de pie, a una distancia de poco más de un metro, con las manos detrás. Ambas figuras están hechas con técnica hiperrealista, a tamaño natural y con todos los detalles físicos imaginables. Los autores de la pieza son Manolo Castro, Alberto y Julio Lorente. La triada cesó de operar como colectivo alrededor del año 2012; de sus miembros es Julio Lorente el que ha continuado haciendo arte, además de haber consolidado una presencia sistemática como creador de contenido en redes sociales.
Se trata de un artista que se desenvuelve fundamentalmente en la pintura de pequeño y mediano formato, aunque también recurre a la instalación y al cartel creado a partir de softwares y apps telefónicas. Las imágenes en la obra de Julio Lorente son naturalistas, inscritas dentro de lo que solemos llamar academicismo. Sus composiciones son poco complejas, de combinaciones referenciales más cotidianas que rebuscadas. Un retrato de Karl Marx pintado en blanco y negro, pero como si se tratara de un negativo fotográfico, o un pájaro tocororo posado en una rama diagonal, sobre fondo completamente azul y con una llama ardiente sobre el plumaje de su pechuga, son las simples descripciones de dos de sus cuadros.
El imaginario que lo apasiona evidencia una voluntad de inserción en la tradición occidental de la pintura, pero es notable además el regodeo en el sistema de símbolos de la historia de Cuba. Las imágenes de José Martí y otros personajes del siglo XIX son recreadas y manipuladas frecuentemente por este artista. Su intención parece ser, casi siempre, la de conectar morfologías del imaginario colectivo de su país de origen y hacerlas parte de una discusión sobre el presente. Su utilización de los lugares comunes busca más la ironía que el didactismo.
Además de las artes visuales, Lorente escribe con frecuencia. En una publicación suya en Facebook, puede notarse una voluntad de estilo escritural muy consciente, que no suele verse habitualmente en artistas plásticos. Está escribiendo junto a Antonio Correa Iglesias, el libro Cuba: historia y perspectiva de una escatología, del cual ha adelantado algunos fragmentos en publicaciones periódicas digitales y en sus propios perfiles de redes sociales. Otros textos suyos han sido publicados en Hypermedia Magazine y Sr. Corchea.
Todas estas son las características de un muchacho que nació en Manzanillo, en el oriente de Cuba, que fue a estudiar a La Habana en la Universidad de las Artes (ISA), que vivió cinco años en Rusia, regresó a su país y actualmente se encuentra en España. Puedo dar fe de que su locuacidad es tanto escritural como verbal. Por tanto, me alegra que Lorente haya sacado tiempo, en medio de su vorágine de recién exiliado, para responder las siguientes preguntas a YucaByte.
―Vivir en Cuba de espaldas a la realidad es muy difícil. Esto solo es posible para quienes se encuentran en alguna posición privilegiada, por cercanía al poder o por ser beneficiario de alguna actividad económica excepcional (rara vez al margen del poder) que les permita enajenarse de la realidad. De cualquier modo, tener conciencia política no es sinónimo de ser frontal políticamente. ¿A partir de qué momento decidiste adoptar una posición pública, con tu trabajo o tu actitud, respecto a lo que pasa en Cuba?
―Siempre hablo, cuando me preguntan acerca de mi voluntad política o su manifestación crítica, sobre el impacto que tuvo en mí la lectura de La Política, un tratado diverso de Aristóteles publicado como libro. Fue una lectura temprana, tendría unos 17 años, pero ya entonces quedó en mí más que un sentimiento, una voluntad de entender los fenómenos políticos como ese «zoonpolitikon» que define allí Aristóteles. Hay en esto una paradoja doble. En un sistema democrático, hay una exacerbada sensación de participación política en tanto el ciudadano ejerce el voto libre, pero casi siempre esto termina en transacciones partidocráticas, para lo que, como decía Lisander Spooner, el ciudadano termina estampado en una masa acorralada por ese mismo voto. Por otra parte, en un sistema totalitario como el cubano, la sociedad padece una saturación política que despolitiza la sociedad, terminando en los predios de la indiferencia cívica.
En ambos casos, el retraimiento político individual redunda en más poder político. Eso fue lo que me hizo ver Aristóteles en ese entonces, algo que quedó como un principio de vida, es decir, conciencia del ámbito político y como malestar con las políticas invasivas que, en el caso cubano, llega a ser dramática. Mi obra visual, escrita, mi pensamiento en general, están atravesados por estas cuestiones.
―Se ha dicho muchísimo, en las redes sociales y en otros espacios de debate, que “el 11J es un parteaguas” para entender la realidad política y económica de Cuba. Para algunos artistas, activistas o simples ciudadanos, el 11J significó la alerta de que era necesario posicionarse del lado de la ciudadanía y no del poder; para otros fue el 27N o el acuartelamiento en la sede del Movimiento San Isidro; y para otros más este aviso incluso tuvo lugar antes. Si seguimos yendo atrás llegamos al año 2018 y todo lo sucedido alrededor del Decreto 349. ¿Cómo experimentaste este decreto tú?
―Desde que en el mismo enero de 1959 pasaron por las armas, en Santiago de Cuba, a un grupo de pilotos que ya habían sido juzgados previamente y sobre los cuales no pensaban delitos de sangre, quedó anulado el habeas corpus en Cuba. A partir de ahí la ley y la muerte se encarnaba en la voluntad testicular de Fidel Castro. “Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada” es la síntesis de esta política testicular llevada al ámbito cultural. Una cultura presa, enferma, unilateral. Los sucesos del 27N y el 11J son los síntomas recurrentes del enclaustramiento político, totalitario. Son sucesos cíclicos que expresan la frustración histórica, como el Mariel, los balseros, la Primavera Negra y así, en un bucle de desesperación circular.
El Decreto 349 lo viví al margen, siempre he operado desde la periferia institucional y por eso he hecho lo que realmente he querido hacer, sin pensar demasiado en las constantes represiones que desde el poder editan el libre pensamiento.
―La formación y capacitación profesional en la Isla es uno de los resortes propagandísticos del sistema. La formación relativa al arte no es una excepción. De todas maneras, muchas cubanas y cubanos alrededor del mundo, y residentes aún en el país, atesoran buenos recuerdos y valoraciones positivas de su formación, haya sido académica o no, además del trago amargo que representa haber vivido la censura o haberla visto más o menos de cerca. ¿Cómo ves a la altura de hoy la formación artística que recibiste o te gestionaste?
―Se suele, desde el imaginario de las democracias occidentales, idealizar el sistema de educación pública cubana. Claro, a estas alturas con lo porosas que se han hecho las burdas mentiras del régimen cubano, gracias, en parte a las redes sociales, podemos apreciar el desastre institucional de la educación en Cuba. En mi experiencia hubiera querido tener una mejor formación, privada si hubiera sido posible, aunque guardo algunos buenos recuerdos de mi educación artística, de algunos profesores, algunos períodos en general. Debo admitir que en un sistema educativo ideologizado y descendente, como el cubano, la calidad educativa está en función de la corrección política y la marginación del pensamiento crítico. Cosa que, en la formación artística, o general, es lamentable.
―El Miedo es un factor que muchísimos artistas e intelectuales cubanos de prestigio han señalado como determinante fundamental para entender por qué el Partido Comunista se ha podido mantener durante décadas en el poder. Por ejemplo, la Seguridad del Estado intenta identificar el miedo en el individuo, ya sea para neutralizar o para reclutar a la persona como agente. También existen y han existido personas con una actitud que ilustra muy bien un verso de la poeta Katherine Bisquet: «No nos sirve de nada el miedo». ¿Qué significa para ti ese Miedo al que estoy haciendo referencia? ¿Cómo lidiaste con ese sentimiento si alguna vez lo sentiste viviendo en Cuba?
―Hay que distinguir entre el miedo, digamos humano, natural, ese que permite un sentido de autoconservación, que fue fundamento civilizatorio, y el miedo político, es decir, el miedo construido desde la posibilidad de destrucción deliberada del hombre por un Estado totalitario. Tal es el caso de Cuba. El miedo como sustento definitivo de la obediencia. El miedo como política de Estado. El miedo como recurso subrepticio de un discurso falsamente nacionalista que en nombre de un Partido tiene licencia para matar por encima de la ley. Ese ha sido y es el fundamento de esa trituradora de hombres conocida como «Revolución Cubana». Ante esto, seguimos reproduciendo ese tembloroso «tengo miedo» virgiliano; en Cuba hemos sido condicionados por tal y terrible sensación. Yo lo he sentido, por supuesto, pero una vez que uno concientiza que el poder se sostiene sobre esa pulsión, entonces uno siente cierta independencia de ese pavor paralizante. Decía San Agustín: «No teman a los que puedan matar el cuerpo, pues no pueden matar el alma».
―Desde el exilio muchos medios de prensa independientes, activistas, artistas y emprendedores siguen dedicando tiempo y energía a mantener el foco sobre la realidad cubana de muchas maneras y, sobre todo, aprovechando las posibilidades que brinda vivir en democracia. Hay plataformas de denuncia, observatorios, iniciativas grupales para hacer llegar a la Isla cosas que escasean y muchos otros proyectos. ¿Qué opinión te merece esto? ¿Qué actitud has asumido tú? ¿Eres parte de o impulsas algún proyecto?
―Ante un poder monolítico no hay mejor camino que la fragmentación y la pluralidad. Por eso veo muy bien todas las iniciativas en contra del régimen comunista de Cuba que toman forma en el exilio, aunque no comulgue con el signo ideológico de algunas de ellas, pero entiendo su funcionalidad en tanto oposición. De cualquier modo, se impone un fino trabajo de percepción, pues el castrismo intenta mutar políticamente a una falsa y corrupta socialdemocracia donde queden en posición de poder los mismos sacralizados por un libre mercado de papier maché.
Por mi parte he tenido un trabajo sostenido en el análisis y la opinión política, he publicado bastante en distintos espacios, me encuentro escribiendo mi primer libro junto al académico Antonio Correa Iglesias respecto a una revisión ontológica y crítica de la historia de Cuba. Estoy planeando lanzar mi canal de YouTube y otros proyectos, como seguir trabajando en mi obra visual, que en sentido general supone un desmontaje crítico y analítico de la situación cubana.