Ilustración: Julio Llópiz-Casal.
A Maykel Osorbo lo conocí personalmente en enero de 2021.
Le había dicho a Anamely Ramos un tiempo antes de aquel encuentro (no recuerdo exactamente cuándo) que quería conocerlo. Me dijo: “¿Estás seguro?”. Y le respondí: “Mija, por favor”. Y reímos.
Maykel era, técnicamente, el único artista que yo conocía que había sufrido prisión por el Decreto 349: un rapero en vez de un artista plástico. Yo había sido parte activa del grupo que el 27 de septiembre de 2018 logró presionar para que el Ministerio de Cultura (MINCULT) y el Consejo Nacional de las Artes Plásticas dieran la cara, para que respondieran preguntas que teníamos sobre el decreto y supieran de nuestra boca que rechazábamos semejante ejercicio simbólico de represión, que no tardó en tener graves consecuencias penales para los artistas.
Pero ese grupo no sufrió represión, a diferencia de Luis Manuel Otero Alcántara, Amaury Pacheco, Michel Matos y otros fundadores del Movimiento San Isidro (MSI) cuando intentaron un plantón ante la sede del MINCULT, el 3 de diciembre de 2018. Fueron ellos, también, los primeros que advirtieron sobre el Decreto 349: el 21 de septiembre, en un concierto en La Madriguera, Maykel se alarmó, “disparó” contra el 349 y acabó encarcelado.
Antes incluso de que se emitiera oficialmente dicho decreto, a los artistas visuales Luis Trápaga e Italo Exposito les fue retirado el carné del Registro Nacional del Creador por haber participado en la 00Bienal (evento organizado por Luis Manuel Otero y Yanelis Núñez). La retirada de este documento le impide, técnicamente, a un artista visual poder comercializar legalmente su obra en Cuba. Pero a Maykel sí lo metieron en la cárcel por denunciar, sin tapujos y en pleno concierto, el abuso de esa disposición legal del castrismo. Las autoridades aplicaron la medida más brutal contra un músico: por exconvicto, por marginado, por negro, por tener coraje de echar su discurso sin adornos ni medias tintas, y por rapero. Desde entonces Osorbo se comenzó a convertir en una de las voces más temibles para el régimen de La Habana y en uno de los adversarios políticos más violentamente reprimidos desde 1959.
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La noche en que conocí a Maykel Osorbo estábamos en una fiesta. Llegaron la poeta Katherine Bisquet y un grupo de amigos. Le había preguntado al dueño de la fiesta si se vería en alguna situación incómoda si Katherine venía. Me dijo que para nada y se lo agradezco hasta hoy. Finalmente aparecieron también Luis Manuel, Anamely y Maykel.
La atmósfera se enrareció inmediatamente, se podía sentir la presencia de la Seguridad del Estado en el aire. Cuando salíamos a por más bebida, se veían los segurosos en la cuadra tratando en vano de disimular. Había dos patrullas parqueadas a pocos metros de la casa. Pero nada impidió que fuera una noche maravillosa. Hablé con Maykel mucho, sobre lo que pensaba del rap, sobre la música en general, sobre la cultura de la calle. Le hice saber que su voz gutural, la frontalidad de sus rimas y su actitud performativa me parecían fundamentales en el entramado cultural que estábamos viviendo desde la aparición del Decreto 349. Nos hizo reír muchísimo a todos con su sentido del humor, su elocuencia y su claridad respecto a sí mismo.
Después de eso nos encontramos unas cuantas veces más, pero no tantas para mi gusto. No olvidaré el día en que nos tomamos unos tragos de ron con Red Bull sentados en el contén de la esquina de 25 y E en El Vedado, frente a la casa de una novia, mientras en la esquina de 25 y D una patrulla esperaba a que burlara el perímetro de su prisión domiciliaria. En abril de ese año lo volvieron a detener hasta el día de hoy. Se lo llevaron descamisado y sin zapatos de su casa.
El 30 de mayo de 2022, en el juicio contra él y Luis Manuel ―al que fui llamado por la defensa― sentí tanto miedo al entrar a declarar que no los vi en aquella sala repleta de agentes de la Seguridad del Estado disfrazados de personas normales. Pero sentí la presencia de Luisma y Maykel. Ojalá ellos también hayan sentido la mía.
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Maykel Osorbo me parece un rapero constante, con una fuerza expresiva super auténtica; pero además es un artista performático inspirador. Tiene a su música y su actitud indexadas de un modo que pocos artistas urbanos en Cuba han logrado.
Su flow grave, rabioso y belicoso, está alejado de los tecnicismos pretenciosos que abundan a veces en su género: rehúye de lo más pop y blanqueado del hip hop. Lo suyo es un reparterismo antipolicial y friki. Comparte con Chocolate MC lo epatante, esa atrofia de la glándula secretora de autoestima, pero está totalmente alejado del hedonismo triunfalista del reguetón y lanzado de clavado completamente en lo político y rabioso, como un kamikaze. Las manías musicales del Osorbo, sus gritos de “¡Woouuu!”, se suceden como si fueran el tic-tac del metrónomo que marca el ritmo a su vómito lírico. Las malas palabras en su voz suenan como ladridos de perro jíbaro.
Lo que sabe proyectar desde la imagen es también muy potente.
Maykel se cosió la boca con hilo de suturar en una transmisión en directo para redes sociales. En la tradición performativa cubana ningún artista llevó a cabo una coreografía corporal tan dolorosa, de manera tan cruda, y tan bien aprovechada en el entorno digital. Si el artista ruso Pietr Pavlenski se cosió la boca dentro de la catedral de Kazán, en San Petersburgo, en 2012, como protesta por el encarcelamiento de las tres chicas de Pussy Riot, Maykel Osorbo lo hizo ocho años después en La Habana. Lo hizo por los presos políticos, pero sobre todo por él mismo, como recurso limítrofe de un artista al que el régimen quiere aplastar, sin descanso y de los modos más sórdidos. Maykel lo ha hecho una vez más recientemente desde la cárcel. Su dolor físico se vuelve un recurso expresivo en alta definición; y él no deja de dar señales de vida ni en el ostracismo.
El gesto de uniformarse como preso y niño pionero, el que llevó a cabo durante meses, fue calificado de oportunista y pueril por las ciberclarias y los más puristas y abyectos en las redes sociales. Precisamente, lo que niega esa puerilidad es el hecho de cuánto irritó a la Seguridad del Estado algo calificado de intrascendente por el propio aparato oficial. Vestirse de reo, o de niño que va a la escuela, y tomar la vía pública con desparpajo y actitud de denuncia, es una performance demasiado elocuente para ser ignorada. Su impacto supera cualquier remilgo academicista.
El clímax de esa secuencia de actos Maykel lo vivió cuando fue parte, el 27 de enero de 2021, de la pateadura oficial que nos llevó al interior de un autobús frente al Ministerio de Cultura, luego del manotazo ministerial. Que la secuencia de performances y la experiencia de aquel día desembocara en el tema Viejo corrupto, de él y El Funcky, convierte el hecho en un documento histórico y estético casi perfecto.
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El artista visual y cineasta Yimit Ramírez considera que la transmisión en directo del 4 de abril de 2021, en la cual se puede ver a Maykel Osorbo fajado con agentes de la Policía mientras recibe el apoyo de vecinos de San Isidro, quienes impiden que sea apresado en ese momento, y el momento en que finalmente huye de la zona en una bicicleta, es el plano secuencia más importante del cine cubano. Desde una perspectiva similar me parece que la captura de pantalla en que se ve a Maykel descamisado y alzando el puño con la esposa colgando es de las fotografías más importantes de la Cuba posterior a 1959. Puede competir perfectamente con el Che de Korda. Se trata de una fotografía auténticamente revolucionaria (o sea: contrarrevolucionaria, antitotalitaria y democrática) porque ese pantallazo lo hicimos entre todos: no importa que no todos apretáramos, en ese momento, los botones de Apagar y Volumen simultáneamente.
La imagen que mejor define a Maykel es ese momento en que muestra las esposas, grita y mira a su público, mientras canta Patria y Vida junto a Luis Manuel y El Funky.
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Maykel Osorbo cumple 40 años el 20 de agosto de 2023. Va a estar en prisión, como mismo lo estuvo en sus cumpleaños 38 y 39. Se ha normalizado de la manera más triste que Maykel esté en prisión, condenado a nueve años de privación de libertad.
Es muy cómodo para cobardes y abyectos, castristas o procastristas, que sea Maykel uno de los chivos expiatorios más abusados de la historia cubana. Cuando fui interrogado por primera vez, luego de mi arresto en el Parque Central la tarde del 22 de noviembre de 2020 (días antes del allanamiento a San Isidro), el mayor Rubén (“Rubén como el poeta”, según sus propias palabras) me dijo en un momento, asombrado de que yo sintiera simpatía por Osorbo: “¿Tú sabes que él escupe a los policías cuando lo van a detener?”. “¿Usted sabe lo que los policías le hacen que él acaba escupiéndolos?”, le repliqué.
Maykel tiene antecedentes penales desde niño, literalmente. Tiene un historial de violencia y otros delitos. Es el individuo perfecto para que la Policía política descargue toda su bajeza sobre él; es el individuo perfecto para que racistas, egoístas y cobardes lo estigmaticen y le otorguen el beneficio de la duda al castrismo por enésima vez. Para ninguna de estas personas cuenta el hecho de que la música, y su cercanía al Movimiento San Isidro, lo sacaron de la cotidianidad delictiva; para otros sí. Lo más triste es que, a su vez, su nuevo camino lo llevó a la cárcel otra vez, pero así son las dictaduras.
Una mujer blanca, del Vedado, hija de un personajón y miembro de uno de los negocios habaneros más lucrativos, le dijo a un amigo mío que el movimiento 27N “las perdió todas” con ella aquel 27 de enero que no aceptamos entrar al MINCULT a “dialogar”. Cada vez que pienso en qué habría pasado si hubiéramos entrado aquel día, imagino a Maykel siendo ofendido y escupido por un agente de la Seguridad del Estado disfrazado de trabajador del Ministerio y, acto seguido, a Maykel dándole una galleta. Tal vez no habría sido capaz de mantenerse pacífico, con las manos detrás, como se ve en la directa del 4 de abril. Nos habría molido a puñetazos y patadas a todos, y muchos estaríamos presos desde entonces, incluido Maykel. Pero la realidad es otra. El que continúa preso en Pinar del Río desde hace dos años es Osorbo. Ojalá el destino nos depare buenas noticias pronto, y Maykel deje de ser ese chivo expiatorio del castrismo en decadencia.
Un pensamiento en “Maykel Osorbo: bomba y dedicación”