Ilustración: Alejo Cañer
Estoy sentado en Plaza de España, Madrid, con Benjamín “El Águila”. Hay 40 grados y en la única sombra que alcanzamos, por suerte hay un quicio. Él fuma un cigarro cubano y yo un tabaco.
Benjamín “El Águila” se fue de Cuba en el 65. Se ganó ese mote por un tatuaje que tiene en el pecho, que ahora, por los años, parece una tiñosa más que un águila.
Benjamín no regresó. No le interesa. No está para eso. Parece que el vapor le da duro en el cuello y cuando se despereza me dice: “Lo de Cuba se va a acabar cuando la gente pierda la capacidad de sorprenderse”.
No lo entiendo. El calor le puede haber traído el tema, por aquello de que el clima a veces te recuerda el terruño. “¿Qué quieres decir?”, le pregunto; y empieza una perorata.
Según él, el cubano de 2023 llega a una bodega, se para en lo último de la cola y, cuando está a punto de llegar al mostrador, y el bodeguero en un ladrido le dice que se acabó el muslito de pollo que le tocaba, se lleva las manos a la cabeza: “¡Coño, se acabó el pollo! ¡Caballero, pero qué cosa más grande!”.
El cubano de 2023 se sienta delante del televisor, convencido, listo para que se lo coman a mentiras, y cuando el Rodobaldo de turno le informa a la población “este mes las condiciones globales no van a permitir que se den todas las libras de azúcar esperadas…”, el cubano se lleva las manos a la cabeza y grita: “¡Coño, menos azúcar! ¡Caballero, pero qué cosa más grande!”.
Me río con tristeza. Voy entendiendo poco a poco lo que quiere decir, pero el calor es tanto que voy lento. A media máquina.
Dice El Águila que el cubano se sorprende como si fuera nuevo en esto, como si no llevara más de 60 años en las mismas. El mismo cubano, de a pie, que más o menos tiene su misma edad, ha pasado por eso muchas veces.
En el 62 cuando surgió la “libreta de abastecimiento” era más comprensible el asombro, la sorpresa: “¡Ah, mira, nos van a dar arroz, azúcar, manteca!”. Con el paso del tiempo: “¡Ah, mira, van a poner los cigarros, los fósforos y los tabacos también!”.
Después de tantos años, día tras día, el cubano sale del hogar a la cacería de lo que aparezca. La ley de la selva. Sálvese el que pueda. No puede ser que después de tanto tiempo se siga sorprendiendo.
El Gobierno aprieta y aprieta y la gente se sorprende.
¡Caballero, es verdad que hay diferentes clases sociales!
¡Caballero, qué maltrato a la población por parte del bodeguero!
Benjamín “El Águila” se levanta y empieza a actuar como si fuera un oficial de la ley: “¡Compañera, córrase y salga de la cola que hoy no vamos a atender a ancianos!”, e imita a la supuesta “compañera”: “¡Caballero, pero qué atropello!”.
Son diálogos del año 2023, pero pueden ser del 2000, de 1998, de 1983… Da igual. Nada cambia. La gente del Gobierno sabe que puede meter tres velocidades más duras y que no va a pasar absolutamente nada.
Lo paro y le digo que es fácil decirlo desde lejos. Benjamín “El Águila” se molesta y me recuerda que, en los años de la Colonia, cuando Martí y los duros bien duros como Maceo, los gobernantes sabían que después de la muerte y la prisión, el castigo mayor era el destierro.
Benjamín “El Águila” me dice que él es tan cubano como los cubanos que están adentro y que nadie le puede decir, ni medir, si él sufrió más o menos que fulano o que mengano.
Lo de Cuba se va a acabar cuando la gente pierda la capacidad de sorprenderse, sentencia y se sienta mientras prende otro cigarro.
Yo creo que la gente ya no se sorprende de nada y aquello sigue. Hay mucho mal. No hay una luz al final del túnel.
Hace poco una socia vino de visita super contenta porque según el chisme del barrio del momento, los rusos iban a ocuparse del alimento y los chinos del transporte. “¡Ahora sí!”, me decía tranquila.
Quizá sí haya gente que se sorprende todavía.
Miro mi tabaco y pienso en varias cosas. La ceniza blanca cae al suelo haciendo un sonidito rico.
En 2007, Raúl Castro se paró delante de todo el pueblo a criticar que los cubanos solamente recibieran leche hasta los siete años y aseguró que eso iba a cambiar. “¡Hay que borrarse de la mente eso de los siete años! ¡Hay que producir leche para que se la tome todo el que quiera tomarse un vaso de leche!”, dijo el Castro menor.
Recuerdo a familiares, amigos, aplaudir sorprendidos: “¡Caballero ahora sí todo el mundo va a tomar leche!”.
¿Y qué pasó?
Le comento a Benjamín lo de la leche y niega: me dice que se está escribiendo por WhatsApp con un muchacho de Las Tunas. El muchacho le está pidiendo 1.000 pesos por una videollamada sexual, en la cual se va a masturbar y acabar en cámara.
Benjamín “El Águila” me enseña el chat y llego a leer: “1.000 pesos por videollamada y leche afuera”.
Benjamín se estira y me dice: “Esa es la única leche que hay; y así y todo vale 1.000 pesos”.
¡Coño, 1.000 pesos por leche afuera! ¡Caballero pero qué cosa más grande!”.
Nos despedimos. Nos separamos y cada uno coge para su lado, sorprendidos por los precios en la Isla.
Las opiniones expresadas en esta columna representan a su autor/a y no necesariamente a YucaByte.
Cuando dejemos de asombrarnos todo cambiará…Madrid estaba caliente …se me alivio cuando nos vimos. Abrazos.