Ilustración: Ramsés
I
Desde que tengo uso de razón soñaba con ese día. Aquella fue la madrugada más larga e intensa de toda mi existencia. Yo me había imaginado el momento de tantas formas posibles… pero la realidad superó con creces mi propia imaginación. Mis tíos, primos, mi abuela materna, mi hermana y mi madre ocupaban los espacios de la casita donde yo había vivido por poco más de 20 años. Entre sollozos y silencios incómodos transcurrían los segundos, a pocas horas de vivir el momento más importante de mi vida.
Era el 28 de agosto de 2014 y ese día estaba a punto de montarme por primera vez en un avión para irme a vivir a Miami, con mi padre. La sensación de dejar atrás a mi madre y a mi hermana me taladraba el alma, pero la emoción de comenzar una nueva vida a 90 millas de Cuba me mantenía emocionado y vivo.
Cuando llegó la hora de la despedida, lloré, como lloramos todos los que nos vamos sin saber a ciencia cierta cuándo volveremos a ver a nuestros seres queridos. Lloré sin consuelo en cada abrazo que le dediqué a cada uno de los que dejaba atrás. Con los ojos empapados y el corazón dolido me monté en el auto junto a mi madre, que iría hasta el aeropuerto a darme el “último” adiós. Mi hermana iba en otro carro, con mi padre, pero yo podía sentir cuán dolorosa era también para ella esta distancia a la que estábamos a punto de enfrentarnos.
De camino al aeropuerto no me atrevía a mirar a mi madre para no quebrarme otra vez. Ella lloraba, sin consuelo, no hablaba y también evitaba mirarme a los ojos. Yo le pedí al chofer que pusiera un tema: Stay the Night, de James Blunt. En mis sueños del momento de la partida siempre aparecía esa canción como banda sonora. Es una canción alegre, positiva. James Blunt tiene pocas canciones así, pero Stay the Night es una de ellas; y, sin embargo, tampoco logró sosegar la sensación de abandono, la tristeza profunda.
Llegamos al aeropuerto. Allí estaban Yessica, Darlyn y Amalia, mis amigas. Entre las tres intentaban sacarnos a mi familia y a mí del profundo vacío que nos provocaba la separación inminente. Entre lágrimas y risas recordamos los cuatro años que pasamos en la Escuela Nacional de Arte (ENA), quizá los más hermosos de nuestra existencia. Pero mi cabeza ya no estaba allí.
II
Por más que lo he intentado a lo largo de estos casi nueve años no he podido describir en palabras la sensación que experimenté cuando el avión despegó. ¿Ausencia? ¿Esperanza? ¿Euforia? ¿Libertad? ¿Un poco de todas? No lo sé bien.
Mi padre estaba a mi lado, y aunque no lloraba yo entendía el pesar que le producía dejar a su hija atrás. Nosotros, que siempre habíamos tenido una relación bastante compleja, estábamos juntos en aquel avión a punto de comenzar una nueva vida. Agarré su mano fuerte y le dije: “Ya está”.
Desde arriba Cuba se ve diferente. Mi país, el lugar en el que nací, ese pedacito de tierra verde y triste se me hacía inmensamente pequeño desde la ventanilla de mi avión. Luego, el mar, inmenso, brillante. Y unos pocos minutos después, esta otra orilla como una realidad alterna. Todo sucedió tan rápido que apenas tuve tiempo de pensar.
El tan esperado abrazo a mi tía, a mis primos, a mi abuela paterna, a Daniela, mi otra amiga de la ENA, y finalmente la sensación de estar del otro lado.
III
Muy pocos actores cubanos de mi generación se planteaban en aquel momento la posibilidad de abandonar Cuba. Y mucho menos venir a vivir a Miami. Aquí no había “nada” que hacer. Apenas se hacía teatro, los pocos dramatizados de la televisión eran sketches humorísticos en programas de entretenimiento o telenovelas mexicanas de “acento neutro” donde la mayoría de los actores eran mexicanos. Del cine local ni siquiera se hablaba como se habla hoy. Si se decidían a cruzar el charco, eso posiblemente implicaría también el final de su carrera.
“Miami es el cementerio de los artistas”. ¿Cuántas veces habré escuchado aquella frase? Mi primer trabajo fue en un McDonalds. Pero también trabajé en un Walgreens, en el aeropuerto, en un restaurante, en un edificio de lujo… y desde la distancia observaba con orgullo y añoranza cómo mis amigos de Cuba hacían teatro, cine, televisión. A mí también me hubiese gustado que el motivo de mis madrugones hubiese sido una película, una telenovela o una obra de teatro, y no un McDonalds.
IV
En diciembre de 2018, el régimen cubano “permitió” el acceso a internet desde los teléfonos celulares. Desde Miami vi a mis colegas usar sus redes sociales para conectar con su público y luego, para levantar su voz en contra de aquello que intentaba controlarles su libertad. Desde Miami los vi con orgullo reunirse frente al Ministerio de Cultura el 27 de noviembre de 2020 para exigir el respeto a la libertad de expresión y el cese de la censura. Desde aquí vi cómo, unos meses después, esos artistas eran expuestos en televisión nacional como “mercenarios pagados por el imperio”. Y, de repente, llegó el 11 de julio de 2021, un día que cambió el curso de los acontecimientos. Ese día miles de cubanos de la Isla salieron a las calles para exigir el fin de la dictadura. Ciudades de todo el mundo también se llenaron de cubanos en apoyo a sus coterráneos, y por supuesto que Miami no fue la excepción, al contrario. Todos creímos que sería el fin y, aunque no lo fue, a partir de ese día ya nada volvió a ser como antes.
El éxodo masivo de los últimos tiempos ha sido el más grande en la historia de nuestro país. Muchos actores y actrices también han salido de Cuba en busca de una mejor vida, huyendo. Muchos salieron rumbo a Miami por la ruta de Nicaragua. Otros se exiliaron en España, otros en México, y otros sabrá Dios a dónde fueron a parar, pero cada vez quedan menos y menos actores en Cuba. Cada vez quedan menos y menos cubanos en Cuba. Somos más los que preferimos añorar desde la distancia nuestro pedazo de tierra, que vivir bajo una dictadura sin sentido cuyo único resultado ha sido cortar las alas y reprimir los sueños de la gente.
V
Han pasado ya casi nueve años desde que salí de Cuba. Ya no lloro la distancia de mi madre y de mi hermana y tampoco trabajo en un McDonalds, pero sigo viendo la novela cubana por YouTube. Me sigue emocionando ver a los pocos colegas que desde la Isla continúan echándole ganas y poniendo todo su empeño en hacer… algo. Me llena de orgullo cuando la valentía y la desesperación los hace hablar, gritar, expresarse en libertad aunque sea metafóricamente. Sigo extrañando a mi familia, a mis amigos, a mi país; la Calle Segunda del Calero en Pinar del Río y el Teatro Trianón. Pero ya nada es como yo lo recuerdo. Cuando me agarra el gorrión, esa nostalgia profunda que nos envuelve a los que emigramos, siempre pienso que aquella Cuba que añoro solo existe en mi memoria.
Espectacular! Me sacaste las lagrimas se lo apasionado que eres y maravilloso ser humano tu incansable lucha por seguir tus sueños me inspira! Te admiro y te quiero