Ilustración: Alen Lauzán
Si en la UNEAC Padilla fue la imagen del poeta triunfante, en Miami sería la estampa del derrotado. En exilio, Padilla llevó al cuello el albatros de una idea errónea, fue otro de tantos que, dándole vueltas a la misma piedra, resbaló hacia el desfiladero artístico y político. En Miami, el problema de Padilla no fue la mala conciencia, sino la conciencia falsa.
Pensada en términos de mecánica popular, la revolución es una función recursiva que retorna sobre sí misma, repitiéndose mandelbróticamente (para los que me leen en Yorba Linda: Benoit Mandelbrot fue un científico polaco, creador de unos famosos buscanovios fractales). La ecuación de lo revolucionario lleva en su pecho una raíz compleja, un número imaginario que la obliga a repetirse hasta el aburrimiento.
Padilla en Miami fue un hombre aburrido.
El autor de El justo tiempo humano había enganchado su destino al tren de la Revolución, limitando de ese modo su capacidad de maniobra. Padilla no pudo salirse del carril ni hacer otra cosa que repetirse.
Cuando en 1994 acudió a Estocolmo al llamado del politicastro René Vázquez Díaz, y firmó un documento inconsecuente, pero más dañino que su simulacro de confesión en la UNEAC, Padilla se repetía. En su descargo, hay que decir que no estuvo solo en la recurva. En el Centro Internacional Olof Palme también figuraba Reina María Rodríguez, recursiva extraordinaria —y a derecha e izquierda de Reina, repetidos y reincidentes, Pablo Armando Fernández, Manuel Díaz Martínez, Miguel Barnet y José Triana. En cuanto a Lourdes Gil, aparece en la foto de grupo como la advenediza enganchada al carro loco de Padilla.
Encuentro de Estocolmo, de izquierda a derecha: Antón Arrufat, Lourdes Gil, Jesús Díaz, Reina María Rodríguez, Heberto Padilla, Manuel Díaz Martínez, José Triana, René Vázquez Díaz, Miguel Barnet, Pablo Armando Fernández, Pierre Schori (por el Centro Olof Palme) y Senel Paz. Foto: Cubadebate.
A continuación cito las palabras de René Vázquez Díaz, encantador de víboras que convocó a los repitentes, en un texto de Cubadebate para festejar los 20 años de la firma de la Declaración de Estocolmo: “Cada uno de los participantes del Encuentro de Estocolmo interpretó a su manera el momento histórico de aquellos días de 1994. Los hechos que definieron aquella época y la historia posterior definieron también a cada cual. En mi caso particular, y desde mi posición de escritor solitario, la violenta reacción contra la llamada Declaración de Estocolmo marcó la diferencia entre convertirme en un aliado natural del pueblo agredido, o en un discreto cómplice del agresor”.
“Aliado del pueblo agredido” y “discreto cómplice del agresor”: nunca existió tal dicotomía, el binomio de Vázquez es la falacia central del diversionismo castrista, ya la exprese la oratoria de Yusuam Palacios o la prosopopeya del guerrillero Esposito, en Bananas (1971) de Woody Allen: “A partir de hoy la lengua oficial de San Marcos será el sueco”.
La verdad era que el Exilio había logrado una victoria histórica con la firma de la Ley Torricelli y la Ley Helms-Burton, gracias a la perseverancia de sus líderes, principalmente de Jorge Mas Canosa, y que los conjurados de Estocolmo estaban allí para aguarles la fiesta a los cubanos libres de la Florida.
Declaración de Estocolmo. Foto: Cubadebate.
Un chiste fácil sería adjudicar las acciones vazquianas a un caso de Síndrome de Estocolmo, la enfermedad infantil que afectó por entonces al escritor malo (que no solitario) y que en la actualidad malea las cabezas más visibles de la progresía cubana. Se trata también del Síndrome del Cundiamor (Puentes de Amor, et al.), triste secuela del culebrón homónimo de Bad Vázquez.
En cuanto a Padilla, ¿será lícito preguntarnos por qué abandonó un puesto académico en España y por qué salió de Princeton? ¿O es demasiado pronto? ¿Podrá ser que la respuesta apunte, en ambos casos, a razones triviales, etílicas y éticas peléticas, y no a acosamientos de exiliados intransigentes, como sugiere el outro de la película El Caso Padilla, de Pavel Giroud? ¿Será que el problema de Padilla en Miami fue esencialmente apolítico?
¿Por qué huyó a Alabama? Pues, por razones tristísimas sobre las que es mejor correr un velo piadoso y no por una supuesta postura ultraliberal que lastimara el sentimentalismo de la ultraderecha de la Sagüesera. La lamentable coletilla del filme de Giroud es una concesión artística pagada con baratijas de narrativa procastrista. Padilla no fue un perseguido en Miami, sino un sentenciado al irrevocable destino del poeta maldito. Padilla en Miami fue un bufón desempleado, el definitivo has-been.
Fotogramas de película El Caso Padilla.
Imposible interrogar hoy al fantasma de Heberto acerca de su etapa miamense, como lo ha hecho Giroud con el espectro que se agita en los planos-secuencia de un filme que bien pudo haberse titulado El proceso. Los que conocieron a Padilla en Miami están muertos o prefieren morderse la lengua antes que revelar el deplorable estado del gran hombre.
“El escritor es un policía”, ha declarado Leonardo Padura en el Festival Escribidores de Málaga, y Padilla en la UNEAC fue un Mario Conde empeñado en arrancarle una confesión de culpa al fidelismo. En Miami, sin embargo, la verdad es mucho más escurridiza, y el Versailles es una casa de espejos donde las paredes nos devuelven nuestras imposturas magnificadas.
¿Iremos a preguntarle a Silvia Sarasúa, la amiga fiel que lo recogía en la estación de la Greyhound cuando Padilla arribaba de Nueva York, luego de 24 horas de viaje en guagua, cansado, contrito y buscando patrocinio? Silvia falleció el año antepasado, y los miamenses lloramos la pérdida de esa patrona del gueto. En Miami solía esperar a Padilla con la American Express en la mano, lista para tramitar hoteles, habanos o cualquier otra cosa que se les ofreciera a él y a su acompañante.
La familia Padilla (hablo de Berta, Carlos, Giselle, Ernesto y María) amparó al poeta en cada una de sus recaídas, así como Juan Manuel Salvat, de la Librería Universal, y Nancy y Juan Manuel Pérez-Crespo, de la Librería SIBI. La galerista Olga Cartaya y el pintor Alejandro Lorenzo lo acogieron en su apartamento de la avenida Le Jeune, en Coral Gables, y afrontaron estoicamente los tiempos difíciles de ebriedad y abatimiento. Lo mismo que para Guillermo Rosales, Esteban Luis Cárdenas y Pura del Prado, Miami fue para Heberto Padilla un inmenso boarding home.
En 1998, el poeta Germán Guerra y el autor de estas líneas encontraron a Heberto desorientado en el parqueo de una gasolinera de la avenida 87 y Coral Way. En aquella ocasión no nos reconoció. Era el mismo Padilla que, un año antes, recién salido del hospital, tras sufrir el primero o segundo infarto, había estado en primera fila en el lanzamiento de mi libro Vicio de Miami.
En mi casa de la calle Zamora, Silvia, Padilla, Germán, Margarita Rotondaro y un servidor despachamos una botella de Flor de Caña el día del cumpleaños del poeta, en 1997, y comimos pastel y nos reímos del mundo. ¿A quién le importó jamás que Padilla fuera un socialista trasnochado? ¿A quién le quitó el sueño que Padilla desbarrara en Estocolmo?
En Nueva York buscó amor, o tal vez solo un lugar donde meterse, pero también allí tuvo que hacer mutis debido a algún enredo académico-económico-romántico. No importaba dónde cayera ni cómo se enredara, Belkis Cuza Malé lo recogía y lo curaba como a un camarada herido, ya estuviera en Fort Worth o Miami Gardens. Sin embargo, el Exilio maltrató a Belkis aún más que a Heberto, y la ha ninguneado.
De cualquier manera, al autor de Fuera del juego le habría divertido saber que Lía Rodríguez, la productora de El Caso Padilla, lo fue también de La red avispa, la película anticubana de Olivier Assayas, y que Pavel Giroud sirvió de entrenador de acento a la procastrista Penélope Cruz. Como todo buen poeta, Padilla compadecía y detestaba por igual al animal humano, y nada cubano le asombraba. Ni siquiera que Ana de Armas no le hiciera pucheros al papel de Ana Margarita Martínez, pues ¿quién no disfruta que los abusadores triunfen y que las chicas exiliadas sufran?
Desde los tiempos del Caso Padilla, las cercas ideológicas se han corrido y las antiguas categorías sectarias han devenido trastos de museo. La tan esperada transición es un evento que ocurre en el terreno del entretenimiento, y no cabe duda de que Heberto Padilla continúa siendo el más grande entertainer.
A golpe de 300 000 compatriotas dados de baja cada año, Cuba está en vías de convertirse en el Spahn Ranch del fidelismo, un lote de filmación vacante. Cada cubano no es más que un extra en busca de un productor americano. No es de extrañar, entonces, que las contradicciones de Padilla queden expuestas en un intertítulo final que lo hace correr en pos de Alabama, echando pestes del Exilio.
Las opiniones expresadas en esta columna representan a su autor/a y no necesariamente a YucaByte.
Padilla no es el único repitente. El autor de este escrito también lo es. Su primer artículo sobre la película fue fruto de la emoción que le provocó la misma. Un texto emotivo, diferente a otros que por esos días circulaban enalteciendo o cuestionando el documental, en el que su historia personal con el poeta llega a estremecer a quién lo lee. Ahí pone a Giraud en su justo lugar como cineasta. Este segundo es su padillezca retractación ante un gremio que parece no haberle perdonado su adhesión a la película. Habla del Exilio como Padilla de la Revolución y de Mas Canosa, como el Fidel que no vivió en la montaña. Suena tan falso como el poeta en aquella sesión que se repite y se repite y se repite. Mi esperanza es no ver a Giraud arrepentido de hacer esta gran obra que deja tan bién retratado al régimen dictatorial castrista, que por cierto no es privativo de víboras. Víboras hay donde quiera.
La suya es una lectura errónea. Ambas notas hacen justicia a Boris y no creo que él tome la referencia a sus anteriores trabajos como una manera de denigrarlo. Es un hecho. Está consignado en su página de imdb. No es un secreto que revelé. Simplemente puse en perspectiva el relativismo ideológico característico de su generación.
A mi lo que me queda claro es que el cubano que se sale del chanchullo Revolución vs Exilio es el que alcanza progresar y hacerse un lugar como artistas más allá del cubaneo. Con razón Ana de Armas está nominada al Oscar, Pavel Giroud estrena su película en San Sebastián y Lia Rodríguez produce películas con estrellas y directores worldwide. Ellos conquistan el mundo mientras ustedes siguen en San Nicolás del Peladero.
Pues parece que te gusta leer a Eufrates del Valle, y por eso opinas aquí. San Nicolás del Peladero te describe más bien a ti, que tomas la crítica como una ofensa. La crítica eleva el diálogo, Chiquitica Rubalcaba. Cada comunidad y cada cultura merece un crítico que provoque la ira de las Chiquiticas.
Quise decir Pavel. Ambas notas hacen justicia a Pavel Giroud, no lo denigran. La presente situación es de relativismo y cinismo ideológico, y un mismo artista o productor puede participar en proyectos contradictorios. Padilla fue un hombre contradictorio y quienes lo comentan y retratan en el filme también lo son. El castrismo es una paradoja y una trampa imposible de desmontar.