Ilustración: Alen Lauzán
El pastor Lorenzo Rosales Fajardo sintió el brazo de un militar en el cuello, estrangulándolo firmemente, mientras era movido hasta un auto policial. Ocurrió el 11 de julio de 2022 (también conocido como 11J), en la ciudad de Palma Soriano, en la parte oriental de Cuba. En esa fecha miles de personas salieron a las calles para reclamar libertad y terminaron protagonizando las protestas más grandes contra el socialismo en 60 años.
La manifestación en la ciudad de Rosales Fajardo fue pacífica, pero tal vez fue de las que más molestó al régimen: uno de los líderes históricos de la Revolución, Ramiro Valdés, señalado como responsable de cientos de ejecuciones y torturas, se presentó ante los manifestantes para calmarlos, pero la gente coreó en su cara “¡Asesino!”. Algo impensado en seis décadas de terror.
Rosales Fajardo fue uno de los cubanos que perdió el miedo e hizo por vez primera uso de su derecho a la manifestación pacífica en espacios públicos. Calles y plazas se llenaron de gente, primero en un pequeño poblado llamado San Antonio de los Baños, en el Occidente de la Isla, y luego en Palma Soriano, en el extremo oriental. El facilitador de estos levantamientos espontáneos fue Facebook, la red social más extendida en el país, según uno de los responsables del primer chispazo, el pastor Alexander Pérez. Un poblado vio a otro alzarse, las ciudades los fueron imitando, y así hasta que decenas de localidades gritaban contra el tirano.
Líderes evangélicos como Rosales Fajardo se unieron a las manifestaciones del 11J. Mientras, numerosos creyentes hicieron contribuciones decisivas para que el mundo conociera de las protestas, como el fotógrafo Marcos Évora, cuyas imágenes tomadas en La Habana el 11 de julio han ilustrado informes de organismos defensores de derechos humanos y noticias sobre el suceso.
De hecho, el grupo religioso con mayor cantidad de líderes reprimidos a causa de las manifestaciones fue el evangélico. Pastores de Matanzas y Las Tunas fueron detenidos por acompañar a sus comunidades y hacer uso de sus derechos civiles. Ellos marcaron un antes y un después en romper ese mantra repetido por la Revolución Socialista de que los religiosos no debían meterse en política.
Esa suerte de ley no escrita ha pasado de generación en generación en los últimos 60 años en Cuba, y su arraigo tiene dos explicaciones lógicas. Por una parte, los liderazgos cristianos encontraron en esa frase un refugio para que las instituciones sobrevivieran a los fusilamientos masivos en las primeras décadas del proceso revolucionario, a los decomisos de (muchas más) propiedades, a los cierres e ilegalizaciones de denominaciones religiosas. En un peligroso ambiente de fanatismo izquierdista, los líderes hicieron silencio para permitir que los fieles conservaran un lugar de reunión, y la institución ―aunque muy disminuida― pudiera continuar su labor espiritual y social. La actitud de la mayoría de las iglesias no fue exclusiva, sino que se inserta en un momento de silencio de la sociedad civil en su conjunto, con honrosas excepciones.
Y en segundo lugar, el mantenimiento de la Iglesia fuera de la política permitió al régimen neutralizar una abierta oposición, desde el pensamiento y la acción. Recordemos que en Cuba la Iglesia es la última entidad de la sociedad civil que mantiene, con muchos obstáculos, su estatus legal; además, forma su propio liderazgo, y tiene un gran prestigio por su protagonismo en la recuperación y ayuda ante desastres naturales, por ejemplo.
De otro lado, con el aumento paulatino del acceso a internet desde 2015, el régimen ha ido perdiendo control sobre la libertad de expresión. Ahora perfiles de Facebook, canales de YouTube o webs independientes o internacionales (como las del Family Research Council, Praguer U, Heritage Foundation o el Daily Wire) ayudan a toda una generación de cubanos interesados en la libertad a encontrar argumentos y reflexiones profundas sobre lo que ocurre en su realidad inmediata. Por primera vez, de modo masivo, millones de habitantes en la Isla tienen la posibilidad de escapar del adoctrinamiento Socialista.
Valga decir que Cuba es el país del hemisferio occidental donde por más tiempo ha estado prohibido educar a los hijos fuera del centralizado sistema de enseñanza estatal, donde el régimen persigue la prosperidad y donde abrir un medio independiente puede llevar a los periodistas a la cárcel.
La mayor parte de las iglesias, sin embargo, está desligada de la tiranía socialista; se rige por una cosmovisión que no solo propone una alternativa a la idea estatista, sino que se le opone abiertamente. Y ha empezado a actuar. Especialmente después de que el Estado avanzara desde 2018 en una serie de reformas del cuerpo legal nacional que afecta a instituciones preestatales como la Familia y el Matrimonio. Por ejemplo, entre 2018 y 2019 decenas de denominaciones cristianas hicieron campaña contra 21 artículos de la nueva Constitución comunista, especialmente contra aquellos que introducían elementos de la que ha sido llamada ideología de género en la Carta Magna. Tanto en escenarios virtuales (especialmente redes sociales) como “físicos”, se dieron acciones cívicas, como la recogida de casi 190 000 firmas a favor de la Familia. E hicieron historia: esta fue la mayor recogida de firmas desde la sociedad civil en más de 60 años contra una política del Estado marxista.
A contrapelo de las prohibiciones del régimen para crear asociaciones independientes, las iglesias Liga Evangélica, Bautista Oriental y Occidental, Metodista y Asambleas de Dios, las de mayor membresía en la Isla, fundaron la Alianza de Iglesias Evangélicas de Cuba (2019), en abierta contraposición al oficialista Consejo de Iglesias de Cuba. La legalización de esa asociación fue vetada por el régimen; los líderes religiosos resultaron reprimidos: recibieron citaciones policiales y se les prohibió salir del país.
Hoy la Alianza sigue activa, aunque clandestinamente para evitar las acciones del régimen y grupos radicales marxistas.
Desde los creyentes también han salido otras iniciativas contra la dictadura en los últimos años. Una de ellas, la Carta de los Siete (2019), tuvo gran repercusión entre los medios independientes cubanos. Fue una declaración pública de intelectuales evangélicos contra la falta de libertad de expresión y a favor del derecho de los padres a elegir la educación que será dada a sus hijos. La carta abogaba, además, por la libertad de los pastores Ramón Rigal y Ayda Expósito, detenidos y condenados por practicar el homeschooling con sus hijos y otros niños de sus comunidades en la ciudad de Guantánamo.
El 1ro. de mayo de 2021 un grupo de jóvenes evangélicos en La Habana intentó romper el cerco policial en torno al artista contestatario Luis Manuel Otero Alcántara, entonces en huelga de hambre por la falta de libertad artística en la Isla. Los jóvenes pretendían llegar hasta Otero Alcántara para brindarle asistencia religiosa, pero fueron detenidos por la policía política, escoltados lejos del retén policial, y amenazados por su solidaridad.
A finales de ese mismo mes, circuló en redes sociales una carta abierta firmada por pastores cubanos que demandaba a la dictadura la liberación de los presos políticos en la Isla. A esto se sumaron masivos llamados a ayuno y oración por la situación del país, sumido en un pico de la continua crisis de la centralizada economía y el ambiente represivo del régimen.
Semanas después, ocurrió el 11J.
Los pasos del pastor Lorenzo Rosales Fajardo en las calles de Palma Soriano aquella fecha de 2021 traían los ecos de un movimiento de desobediencia civil fundado en la búsqueda por la libertad y la idea cristiana del individuo como hechura de Dios. El cómodo engaño de los tiranos, de que los cubanos que profesan una fe no deben intervenir u opinar en temas políticos ―es decir, que son ciudadanos de segunda― parece ir cayendo en Cuba. Emerge con fuerza en los espacios públicos aquello de que es más importante obedecer a Dios antes que a los hombres.
Las consecuencias de ese viaje hacia la libertad han afectado a muchos, como a Rosales Fajardo, quien permanece en la prisión de máxima seguridad de Boniato, en Santiago de Cuba. Ha sido condenado a siete años de cárcel. También ha sufrido tortura. Su esposa no pudo verlo hasta casi un mes después de la detención. Entonces encontró a un hombre famélico, irreconocible, pero con una firmeza admirable, que aun bajo el totalitarismo cubano encuentra en decir y actuar en la Verdad el reposo de los justos.