La contrarrevolución plebeya 

Ilustración: Alen Lauzán

Entendamos por fin que la revolución está aquí para quedarse y que no hay fuerza humana ni divina que pueda detenerla. Una vez que la revolución echa a andar, nada puede frenarla, debido a las mismas leyes dinámicas que la gobiernan. 

Slouching towards Bethlehem la llamó Joan Didion, y arrastrando los pies hemos transitado desde los sicodélicos años 60 hasta las puertas del Apocalipsis. Si Didion tuvo razón en 1968, cuando apareció su libro en el apogeo de la contracultura, ¿por qué habrían de estar equivocados los que afirman que el Apocalipsis es ahora? ¿No pronosticó la autora de Slouching el nacimiento del woke

Ahora sabemos que, tanto en su aspecto cultural, mediático y filosófico, como en su aspecto guerrerista (el caso de Ucrania), importa poco quién dirija una revolución: Mao, Castro, Khomeini o Robespierre. Hemos visto, perplejos, cómo puede ser encabezada, incluso, por el dúo Biden & Harris. La contracultura logró usurpar finalmente el poder, aunque, de facto, ya había penetrado estudios, academias, iglesias y redacciones. En cada cuadra hay un comité, y en cada corporación, catequesis. 

Que un clown que se cae de la bicicleta pueda dirigirlo sin mayores contratiempos, da la medida del grado de automatismo que ha alcanzado el proceso: entramos en el estadio instintivo de la revolución. El Biden senil del período inflacionario y el Castro arterioesclerótico que sumió al pueblo en el Período Especial, son el mismo. 

La revolución, como todo lo demás, está escrita por Hollywood, y la cuestión del automatismo había sido analizada por Woody Allen en Bananas (1971). De acuerdo con el Woody bananero, el proceso político que viviríamos en el futuro es el que vivió Cuba en los años 60. Una revolución no es más que el enfrentamiento de una élite con el pueblo, lo que quiere decir: con la plebe. Declarar contrarrevolucionaria a la mitad de la ciudadanía, la mitad que no acepta unirse a la marcha, la que rehúsa arrastrarse hacia el Apocalipsis, es declarar prescindible al plebeyo. 

“¡Que se vayan!” es lo que ha dicho Biden en su discurso del 1 de septiembre en el Independence Hall de Filadelfia, un ultimátum a los que se resisten: “¡No los queremos, no los necesitamos!”. Pero ahí están, de cualquier forma, y es difícil desprenderse de ellos. Imposible deshacerse democráticamente de los gusanos, aunque siempre exista la posibilidad de hacerlo revolucionariamente. 

Biden ha decretado que quien no esté con el Partido cae fuera del consenso, y hasta el más cínico de los exiliados cubanos se aterró al escucharlo. ¿Habían arrastrado los pies por el destierro durante sesenta años solo para regresar al punto de partida? ¿Y no era este, justamente, el sentido de la palabra slouching? El cañonazo de Biden anunciaba a los incrédulos la sovietización de la Era de Acuario. 

***

¿De qué acusa Díaz-Canel a los sublevados de Pinar del Río? En su discurso filosófico-moral del 3 de octubre en La Coloma, Miguel Díaz-Canel afirmó que la revolución atendería todas las “proposiciones lógicas”, cualquier “posición cívica” o actitud “decente”, pero que no toleraría jamás que un grupo de personas, “de una manera muy vulgar, yo diría que de una manera indecente”, hiciera reclamos.

De inmoralidad e indecencia se acusa también a la oposición en los Estados Unidos, echando a un lado el hecho de que, tanto en Matanzas como en Arizona, los sublevados habían agotado las “proposiciones lógicas”. La vieja revolución socialista percibe la contrarrevolución como vulgaridad debido a que sus élites, en camino a Belén, perdieron el contacto con el vulgo y su lógica. 

En las asambleas de la Biblioteca Nacional, en 1961, Castro llama al orden y exige que la discusión no se convierta en una “cámara húngara”, una algarabía vulgar. El sucesor de Castro y usurpador de la presidencia de la República echa mano, a tono con los nuevos tiempos, de un neologismo yanqui: “Ese grupo de personas aprovecha a los que están alentados por los odiadores”. 

El gusano de antaño se transforma, a la altura de 2022, en el renegado trumpista que lleva en la espalda la etiqueta del odio. “Odiadores”, un barbarismo woke, sufre contorsión semántica al ser conjugado en una forma verbal ajena. Dando un salto geopolítico, la vulgaridad se equipara al odio, tanto en Daytona como en La Coloma. 

“Pueblo” viene de vulgus, según las Etimologías de Isidoro de Sevilla: “muchedumbre que habita aquí y allí, cada uno según su voluntad”. Pueblo y plebe, de acuerdo con Isidoro, se diferencian en que el pueblo está constituido por todos los ciudadanos, incluyendo en ellos a los señores de la ciudad, “mientras que la plebe la integra el pueblo, excluidos los señores”. El socialismo de los señorones rehúye a la plebe y deplora la algarabía de los que expresan su malestar al grito indecente de ¡Let’s Go Brandon! y ¡Díaz-Canel Singao!

 

Las opiniones expresadas en esta columna representan a su autor/a y no necesariamente a YucaByte.

Néstor Díaz de Villegas es un poeta y ensayista cubanoamericano. Ha colaborado con Letras Libres, El Nuevo Herald y The New York Times. Creador de Cubista Magazine y NDDV.blog. Reside en Los Ángeles.
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