Alejandro Castro Espín: desde las sombras del poder en Cuba

Ilustración: Julio Llópiz-Casal

El pasado cuatro de julio, el diario Granma desmintió en sus redes sociales que Alejandro Castro Espín, hijo de Raúl Castro, hubiera sido nombrado Presidente del Grupo de Administración Empresarial (Gaesa) de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). 

El rumor y la desinformación comenzaron a crecer tras el fallecimiento, el pasado 1 de julio, del General Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, ex-yerno de Raúl y quien hasta ese momento llevaba las riendas del conglomerado que, presumiblemente, controla cerca del 70 por ciento de la economía cubana. 

Hasta el momento no se ha anunciado quién sucederá formalmente a López-Calleja al frente de Gaesa y, después del desmentido de Granma, parece poco probable que el cargo recaiga finalmente en Castro Espín. 

Como líder de los servicios de inteligencia, este tuvo un rol creciente dentro del régimen en las últimas dos décadas. A tal punto que no pocos analistas lo veían como un potencial aspirante a la presidencia, la dirección del Partido Comunista (PCC) o el ejército. 

Sin embargo, en 2018, en medio del escándalo por los incidentes de salud contra diplomáticos estadounidenses y canadienses en Cuba, Alejandro salió súbitamente de la luz pública, dejando tras de sí una larga estela de conjeturas políticas sin respuesta hasta el día de hoy.

Ante el vacío de poder que deja la muerte de López-Calleja dentro de la cúpula castrista, hoy retomamos la figura de este hombre que, aunque “fuera del radar” desde hace cuatro años, sigue siendo clave dentro de la familia Castro Espín. 

El único hijo militar de los hermanos Castro 

Nacido en 1965, Alejandro es el único hijo varón del matrimonio entre Raúl Castro y Vilma Espín. 

De sus hermanas, la más conocida es Mariela, directora del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) y diputada de la actual Asamblea Nacional del Poder Popular. En las últimas décadas, Mariela se ha vuelto visible por liderar el activismo LGBTIQ más políticamente cercano al oficialismo cubano, aunque también por sus comentarios de odio contra quienes critican al régimen de La Habana. 

Sus otras dos hermanas, Déborah y Nilsa, son prácticamente desconocidas en Cuba. La primera estuvo casada con el recientemente fallecido López-Calleja. También es la madre de Raúl Guillermo Rodríguez Castro, escolta personal de Raúl, y de Vilma Rodríguez Castro, quien en 2019 fue noticia por rentar una mansión en AirBnB a 650 dólares la noche. 

Nilsa, por su parte, solo apareció en titulares internacionales en 2011, cuando su pareja de entonces, el empresario cubanoamericano Julio César Díaz Garrandés, fue arrestado en Cuba por supuestos delitos de corrupción. 

Como parte de los Castro Espín, Alejandro creció lejos del entorno inmediato de Fidel. Según ha contado Juan Reynaldo Sánchez, ex-escolta del Comandante durante 17 años, ambas familias vivían ajenas la una a la otra, en parte debido a las órdenes de Dalia Soto del Valle, última esposa de Fidel, a quien no le gustaba que sus hijos se mezclaran con los de Raúl. Tal fue así que, de acuerdo con Sánchez, Alejandro no conoció a sus primos hasta la adolescencia.  

Aunque inicialmente decidió estudiar Ingeniería en Refrigeración, poco después abandonó la carrera para irse a la Unión Soviética a iniciarse en el mundo militar, a diferencia de sus primos y hermanas, quienes estudiaron carreras distantes de las armas y la política.  

En los años ochenta, se sumó al contingente que Fidel y Raúl Castro desplegaron en Angola en apoyo al gobierno de Agostinho Neto. Aunque no estuvo en la primera línea de combate, perdió la visión de un ojo en un entrenamiento militar, razón por la cual en algunos círculos, sobre todo disidentes, es conocido como “El Tuerto”.

A su regreso de Angola, Alejandro se vinculó al Departamento Anticorrupción del Ministerio del Interior (Minint), donde siguió labrándose una “muy buena carrera como oficial subalterno”, según ha dicho el historiador canadiense Hal Klepak, conocedor de las fuerzas armadas cubanas. Desde allí, fue escalando posiciones hasta alcanzar el grado de Coronel que ostenta desde hace años. 

No fue hasta mediados de la primera década de los dos mil que Alejandro comenzó a emerger lentamente como un enigma de múltiples caras, un hombre capaz de congeniar en sí a un académico simplista, un temido líder de inteligencia y un exitoso negociador político. 

Un “académico” poco sofisticado

Desde que en 2005 publicó una serie de artículos en el estatal Cubadebate sobre la injerencia estadounidense en Cuba y la Organización de Naciones Unidas (ONU), Alejandro Castro Espín comenzó a ser reconocido en los círculos del oficialismo cubano y sus zonas de influencia como “investigador” de temas políticos.  

Su currículo incluye un máster en Relaciones Internacionales, un doctorado en Ciencias Políticas, varios artículos y ensayos sobre temas vinculados a la seguridad nacional y el título de profesor titular en varios posgrados. Además, es autor de dos libros: Imperio del terror (2009) y Estados Unidos: El  precio del poder (2015).

Fueron precisamente estos libros, que presentó en Cuba, Rusia, Grecia y otros países, los que lo llevaron a conceder unas pocas entrevistas a medios políticamente cercanos a La Habana, como Russia Today, el libanés Al Mayadeen y el argentino Resumen Latinoamericano

Sin embargo, sus respuestas lo ubican más cerca de un vocero ideológico de La Habana que de un politólogo de rigor. Además de las usuales críticas a la hegemonía y la injerencia estadounidenses, sus observaciones incluían no pocos reduccionismos y evasivas ideológicas. 

En 2012, por ejemplo, mientras decenas de Damas de Blanco eran reprimidas por exigir la libertad de sus presos políticos, Castro Espín le dijo a Russia Today que en Cuba había apertura política, como siempre. Ante la pregunta sobre el pedido de mayores libertades individuales dentro de Cuba, dejó entrever que en la isla no había tales carencias. También dijo que la diferencia entre un gobierno democrático y uno dictatorial estriba “simple y llanamente” en el respeto de las garantías constitucionales. 

En 2015, le dijo al periodista greco-peruano Pipinis Velasco que Cuba, un país donde no se han celebrado elecciones presidenciales abiertas en más de sesenta años, tiene uno de los sistemas electorales más directos. 

Aun así, ese mismo año aprovechó una entrevista con Resumen Latinoamericano para defender el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos y lanzar un dardo a quienes se oponían al esfuerzo de ambos gobiernos, aunque no especificó más. “De lo que se trata es de poder convivir con las diferencias y poder relacionarnos de manera civilizada”, dijo. 

Los ojos y oídos de Raúl Castro

Aunque hay poca información sobre sus inicios dentro del Minint, una investigación de Cubanet vinculó a Castro Espín con las destituciones, en 2009, de Carlos Lage, Felipe Pérez Roque y Fernando Remírez de Estenoz, entonces vicepresidente, canciller y responsable de Relaciones Internacionales del Comité Central del PCC, respectivamente. 

Según ese medio, Castro Espín habría coordinado los servicios de inteligencia que permitieron a su padre acusar a los tres políticos de deslealtad, abuso de poder y revelación de información confidencial. Con ello, ayudó también a Raúl a deshacerse de los principales hombres de confianza de Fidel dentro del gobierno y sustituirlos por otros más cercanos al General.  

A partir de entonces, Alejandro fue ganando cada vez más peso dentro de la administración de su padre, y no solo como asistente personal, sino también como el hombre clave de la Comisión de Defensa y Seguridad Nacional (CDSN), un órgano tan misterioso como imprescindible para la política interior y exterior de La Habana durante las últimas dos décadas. 

Aunque la Gaceta no guarda constancia oficial de su creación, se sabe que la CDSN surgió alrededor de 2004 como un órgano adscrito al Comité Central del PCC. Sin embargo, hasta la fecha ningún medio estatal ha explicado su objetivo ni dado a conocer más detalles de su funcionamiento. 

Lo poco que se sabe sobre ella lo debemos a fuentes extranjeras e independientes. En su libro El mundo tal como es. Memorias de la Casa Blanca de Obama, Ben Rhodes, ex-consejero de Seguridad Nacional de EE.UU que ideó buena parte del “deshielo” entre ambos países, explica que la CDSN es una especie de réplica del Consejo de Seguridad Nacional (NCS, en inglés) estadounidense, una organización encargada de cuestiones estratégicas de política interior y exterior que responde directamente al presidente. 

Por otra parte, de acuerdo con una nota de Cubanet, la Comisión es un grupo “paraestatal” y “de poder ilimitado” encargado, entre otras cosas, de dirigir y monitorear los servicios de ministerios, entidades y cuerpos de seguridad vinculados a la administración del Estado. Alcibíades Hidalgo, quien durante años fue jefe del despacho político de Raúl Castro, aseguró a inicios de la década pasada que también estaba llamada a velar “por el cumplimiento de la política del Partido en las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior”. 

Se desconoce si Alejandro ya estaba vinculado a la Comisión cuando se produjeron las destituciones de Lage, Remírez y Pérez Roque. Sí se sabe, en cambio, que para inicios de la década de 2010 ya había escalado alto dentro de ella. En 2014, por ejemplo, el Consejo de Seguridad de Rusia lo reconocía como su Jefe de Servicio de Información. En los meses siguientes, los propios medios oficiales cubanos comenzaron a identificarlo como su “asesor”.

A pesar de lo ambiguo del nombre, no era un cargo menor. Todo parece indicar que lo de “asesor” —también se le presentó alguna vez como “coordinador”— no era más que un eufemismo para esconder el verdadero peso de su rol. Además de controlar los servicios cubanos de inteligencia y contrainteligencia, su rol al frente de la Comisión lo llevó a liderar al unísono las dos misiones de política exterior más importantes a las que se enfrentó Raúl Castro como presidente: el acercamiento a los Estados Unidos de Barack Obama y a la Rusia de Vladimir Putin. 

Fue precisamente su éxito en estas dos misiones, tan cruciales como contrapuestas, lo que terminó demostrando que, a pesar de su falta de atractivo público, Alejandro también podía ser un hombre pragmático capaz de manejar con relativa soltura algunos de los principales asuntos de Estado. 

El hombre de Castro en Washington

En diciembre de 2013, Raúl Castro y Barack Obama se dieron la mano e intercambiaron unas pocas palabras tras cruzar sus caminos en el funeral de Nelson Mandela, en Sudáfrica. Aunque breve, el saludo entre ambos presidentes le dio la vuelta al mundo como una curiosidad poco usual. Muy pocos sabían que hacía meses ambos gobiernos habían empezado a negociar secretamente su acercamiento tras medio siglo de hostilidades. 

Los intentos por acercar posturas entre La Habana y Washington comenzaron a ganar fuerza en 2012. Según un reportaje de The New Yorker, ese año Raúl Castro aprovechó la visita a Cuba del senador demócrata Patrick Leahy para enviar un recado a Obama. El General quería resolver las diferencias entre ambos países antes de retirarse formalmente en 2018. 

Ese mismo año, después de ser reelecto, Obama le confió el problema a Ben Rhodes, Asesor Adjunto de Seguridad Nacional, y Ricardo Zúñiga, un oficial del Consejo de Seguridad Nacional que había servido en Cuba a inicios de los 2000 . 

En mayo de 2013, después de varios meses pensando cómo acercarse a La Habana sin asumir ningún compromiso diplomático, Rhodes y Zúñiga propusieron a las autoridades cubanas un diálogo secreto para lograr la liberación de Alan Gross, un subcontratista de 63 años de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, en inglés) preso en Cuba desde 2009 por facilitar equipos de comunicación a la comunidad judía. 

Según cuenta Rhodes en su libro, el objetivo no confesado era que la liberación de Gross, imprescindible en términos políticos para lograr cualquier avance entre ambos países, abriera las puertas a una negociación mucho más grande y exhaustiva de las relaciones bilaterales, rotas formalmente desde 1961.  

Pocos días después, Rhodes y Zúñiga supieron que la persona escogida por Raúl Castro para representarlo era su hijo, Alejandro Castro Espín. Según cuenta Rhodes en su libro, en ese momento Alejandro ya lideraba la CDSN, aunque los estadounidenses sospechaban que tenía un rol mucho mayor dentro de la cúpula castrista. En cualquier caso, Rhodes cuenta que su designación al frente de la comitiva cubana le hizo creer que Raúl Castro iba en serio en sus intenciones de acercamiento con Washington. 

Así empezaron las mayores negociaciones en décadas entre Cuba y Estados Unidos. Entre junio de 2013 y diciembre de 2014, dos pequeños grupos encabezados por Rhodes y Castro Espín se reunieron varias veces, y de manera secreta, en Ottawa, Toronto, Trinidad y Tobago, Cancún y El Vaticano. También por Skype. Solo unas pocas personas en Washington y La Habana sabían de ellas. 

Inicialmente, las negociaciones giraron alrededor de un intercambio de prisioneros. Los estadounidenses querían de vuelta a Gross y un agente de inteligencia —presumiblemente cubano, dado que Alejandro lo consideraba un «traidor»— del que Rhodes solo dice que estaba preso en Cuba por ayudar al FBI a desarticular la Red Avispa, el grupo de espías que Fidel Castro infiltró a inicios de los noventa en organismos federales, instalaciones militares y grupos de exiliados anticastristas de Florida y Carolina del Sur.

Los cubanos, por su parte, querían la liberación de los cuatro espías de la Red que quedaban presos en EE.UU., incluyendo a su líder, Gerardo Hernández, condenado a dos cadenas perpetuas. 

Pero poco a poco las negociaciones comenzaron a abarcar más temas. Rhodes y compañía pedían que la isla aumentara el acceso a Internet, reformara la economía y el sistema político, respetara los derechos humanos y liberara a los presos políticos. Castro Espín, por su parte, exigía que Estados Unidos retirara a Cuba de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo, le devolviera la base naval de Guantánamo, pusiera fin al embargo y detuviera el financimiento de los llamados programas de democracia, entre ellos Radio y TV Martí. 

Aunque había profundas diferencias y ambos bandos sabían que algunos temas eran innegociables en el corto plazo, Rhodes recuerda a Alejandro como un hombre mayormente asequible que hablaba y reía alto. Su equipo se reducía a otras tres personas: una intérprete llamada Juana -que durante décadas había servido de traductora a Fidel Castro- y otros dos hombres que apenas abrían la boca. 

En el ínterin, fueron dándose muestras de confianza. Los cubanos mejoraron las condiciones carcelarias de Alan Gross y se negaron a recibir en La Habana a Edward Snowden, quien quería viajar a Cuba luego de ser imputado en Estados Unidos por filtrar detalles de los programas de vigilancia de Washington. 

Los estadounidenses, por su parte, facilitaron el proceso de inseminación artificial que permitió a la esposa de Hernández quedar embarazada. También se hicieron de la vista gorda ante el descubrimiento en Panamá de un buque norcoreano procedente de Cuba que escondía armas “obsoletas” en sus bodegas y, en febrero de 2014, liberaron a Fernando González, uno de los espías cubanos de la Red Avispa. 

Finalmente, las negociaciones se hicieron públicas el 17 de diciembre de 2014, cuando Barack Obama y Raúl Castro anunciaron el intercambio de prisioneros, el restablecimiento de relaciones diplomáticas y una batería de medidas comerciales. La fecha coincidía con el cumpleaños del Papa Francisco, quien sirvió de garante de las conversaciones, en las que también mediaron el cardenal estadounidense Theodore McCarrick, el cubano Jaime Ortega y el italiano Pietro Parolin, este último Secretario de Estado del Vaticano.

En las semanas siguientes, además, los Castro accedieron a liberar a 53 presos políticos. 

El trampolín del 17D

A partir de entonces, Castro Espín comenzó a ganar más presencia mediática y peso político. El mismo 17 de diciembre, fue el encargado de recibir al pie de la escalerilla a los tres últimos espías cubanos presos en Estados Unidos, a los que más tarde acompañó a reunirse con Fidel. Días después, también se le vio cantando junto a ellos en un concierto político de Silvio Rodríguez.   

En 2015, Alejandro formó parte de las comitivas que acompañaron a su padre a Argelia, Rusia, la Cumbre de las Américas y la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas. En estos dos últimos eventos, Raúl Castro y Barack Obama tuvieron encuentros oficiales. En ambas ocasiones, Alejandro ocupó el tercer asiento de la comitiva cubana, solo detrás de su padre y el Canciller Bruno Rodríguez. 

En 2016, según cuenta Rhodes en su libro, estuvo implicado en los preparativos del viaje de Obama a Cuba, actuando a veces como el enlace entre Raúl Castro y el equipo del demócrata. Pocos días antes de la visita, Alejandro aprovechó un viaje de Rhodes a la isla para proponerle hacerse cargo de los prisioneros de Guantánamo a cambio de que Washington devolviera el territorio de la Base Naval ocupado más de un siglo atrás, algo en lo que insistió hasta el fin de la administración demócrata. “Cuba es muy buena cuidando gente”, le dijo. Rhodes pensaba que era una buena idea que le permitiría a Estados Unidos resolver de una vez dos cuestiones por las que usualmente era criticado: el mantenimiento de la base en territorio cubano y de una prisión que les costaba no pocas denuncias internacionales. Sin embargo, Obama nunca accedió. 

Ese mismo año de 2016, Alejandro participó en el VII Congreso del PCC. Según un reportaje de The New Yorker, también fue el encargado de reunirse en Cuba con John Brennan, director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, en inglés). A pesar de la renuencia de buena parte de la comunidad de inteligencia estadounidense, Brennan quería tantear la posibilidad de llegar  a acuerdos con Cuba en materia de lucha contra el terrorismo y el narcotráfico. Algunos de los acuerdos nunca llegaron a cumplirse, como el establecimiento de un oficial cubano en Estados Unidos que actuara como enlace formal entre las agencias de ambos países, algo que ambas partes terminaron achacando a la desconfianza del contrario. 

Sin embargo, la creciente presencia de Castro Espín en actividades públicas de alto nivel no se limitó únicamente a las negociaciones con los estadounidenses. Sobre todo si tenemos en cuenta que también era el hombre que lideraba el acercamiento con Rusia.

El enlace con Moscú

En efecto: a partir de 2014, Raúl le confió a su hijo la reconquista de la alianza con Rusia, especialmente en cuestiones de defensa y seguridad. 

Su primera misión fue organizar la visita de Putin a Cuba, que marcaría un punto de inflexión en una relación que estaba en mínimos desde la caída de la URSS. Para Cuba, el realineamiento con Rusia significaba recuperar el respaldo político y militar de una potencia mundial, así como una seguridad económica. Primero, porque Rusia le condonó el 90 por ciento de la deuda contraída con la URSS, cerca de 26 mil millones de euros. Y segundo, porque los restantes tres mil millones fueron invertidos en la Zona de Desarrollo del Mariel, el principal proyecto económico de Raúl Castro.

Ese mismo año, Alejandro viajó a Rusia como Asesor de la Comisión de Defensa y Seguridad Nacional para firmar con el Consejo de Seguridad de Rusia un memorando de cooperación sobre inteligencia que incluía la creación de un grupo de trabajo conjunto. 

Desde entonces, visitó el gigante euroasiático al menos una vez al año, hasta 2018. Allí solía reunirse con directivos del Consejo de Seguridad de Rusia, el Servicio de Inteligencia Exterior y el Servicio Federal de Seguridad, además de asistir a eventos relacionados mayormente con seguridad informática y tecnologías de la información. 

Su creciente participación en actividades de primer nivel hizo que durante esos años varios analistas sospecharan que Raúl Castro lo estaba preparando para un rol futuro más grande. 

Desde Arturo López Levy, primo del recientemente fallecido López-Calleja, hasta Brian Latell, ex-analista de la CIA, todos asumieron públicamente que era de esperarse que en los años siguientes Castro Espín cobrara más protagonismo y asumiera mayores responsabilidades. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que las relaciones con Estados Unidos tuvieran un giro de 180 grados y Alejandro desapareciera de la luz pública hasta el día de hoy. 

De vuelta a las sombras

Aunque Donald Trump criticó fuertemente la política de engagement de Obama durante la campaña presidencial de 2016, todo parecía indicar que en realidad no estaba tan en contra. Según The New Yorker, cuando ambos se reunieron en la Casa Blanca, Trump le dijo a Obama: “Mira, hay ciertas cosas que dices en una campaña. Pero yo estoy de acuerdo con tu enfoque”. 

El régimen cubano también tenía razones para pensar que Trump no sería tan agresivo. Según cuenta Rhodes en su libro, cuando habló con Alejandro luego de conocerse el resultado de las elecciones, este mostró cierta esperanza. Apenas ese mismo verano (2016), representantes de la organización Trump habían viajado a Cuba para explorar la posibilidad de establecer negocios hoteleros en Cuba, algo que la cúpula castrista interpretó como una buena señal. 

Al parecer, no fue la única. Según un reporte del Senado de EE.UU, durante los primeros días de enero de 2017, Paul Manafort, antiguo jefe de campaña de Donald Trump, también visitó Cuba para hablar con “el hijo de Castro”, aunque el documento no especifica si se trataba de Alejandro o de un hijo de Fidel. No obstante, sí se sabe que la reunión fue organizada por Brad Zackson, antiguo corredor inmobiliario del padre de Trump. 

En cualquier caso, lo cierto es que Alejandro siguió impulsando el acercamiento político con Washington. Según el reportaje de The New Yorker, poco después de la inauguración de la nueva administración, se puso en contacto vía Skype con Craig Deare, nuevo director senior del Consejo para Asuntos del Hemisferio Occidental. El objetivo: insistir en la importancia de expandir la cooperación de ambos países en cuestiones de seguridad e inteligencia. 

Sin embargo, pronto comenzó a tropezar con varios problemas. Primero, los constantes despidos dentro del nuevo gabinete, que tuvo en Deare una de sus primeras víctimas. Segundo, la orden de Trump, según fuentes consultadas por The New Yorker, de no molestar con el tema cubano a Marco Rubio, una de las voces más críticas del engagement. Y tercero, el destape de los incidentes de salud.

Entre finales de 2016 y los primeros meses de 2017, cerca de cuarenta personas -entre oficiales de las embajadas estadounidense y canadiense en La Habana y sus familiares- reportaron mareos, vértigos y otras dolencias permanentes luego de quedar expuestos a unos sonidos extraños. Después de someter a las víctimas a varias investigaciones, los especialistas llegaron a un callejón sin salida. La respuesta más plausible es que hubieran sufrido radiación dirigida de microondas -un fenómeno estudiado en la Unión Soviética- aunque los resultados no eran concluyentes

Según The New Yorker, Raúl y Alejandro Castro negaron fervientemente estar relacionados con los incidentes de salud y propusieron colaborar para dar con los responsables. Aunque algunos en la Casa Blanca les concedían el beneficio de la duda, lo cierto es que en los meses siguientes todo comenzó a congelarse entre ambos países. 

A inicios de 2018 Trump ordenó sacar de la isla a más de la mitad de su personal de embajada alegando su seguridad, la primera de una larga serie de medidas políticas y económicas que terminaron desarticulando los avances del engagement

A partir de entonces, Alejandro salió del radar público. Varios oficiales estadounidenses aseguraron a The New Yorker que ya no respondía sus mensajes. Algunos creían que había sido puesto en “plan pijama”. Otra fuente, antiguamente cercana a Fidel Castro, manejaba la hipótesis de que había sido despedido por tener algún tipo de responsabilidad en los incidentes de salud

Todo parece indicar que la Comisión sigue existiendo, puesto que varios de sus miembros han sido mencionados recientemente en notas de prensa. Pero no Alejandro. De hecho, la última vez que la prensa estatal reportó su presencia en un evento público fue el 7 de febrero de 2018, cuando participó en la presentación del libro Raúl Castro y Nuestra América, del también Coronel del Minint Abel Enrique González Santamaría.  

Desde que Miguel Díaz-Canel fue designado como presidente, el hijo de Raúl Castro se mantiene completamente fuera del radar. Su nombre no apareció siquiera dentro de los candidatos a diputados a la actual Asamblea Nacional del Poder Popular. La única vez que ha vuelto a estar en el centro de las noticias fue a finales de 2020, cuando el Departamento de Estado estadounidense sancionó a Raúl Castro, sus hijos y otros miembros de la cúpula castrista por graves violaciones de derechos humanos. 

De su familia inmediata, los únicos que han aparecido recientemente en los medios son sus hijos: Fidel Ernesto y Raúl Alejandro Castro Calis, quienes fueron incluidos en una investigación de Cubanet que muestra los lujos de algunos de los nietos de Raúl Castro. 

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