Ilustración: Alejandro Cañer
Es el día 4 de mayo de 1990. Ángel Delgado, un joven artista de 24 años que tiene el pelo largo y estudia Pintura en el Instituto Superior de Arte (ISA), todavía no se ha empezado a obsesionar con lo que después llamaría “los espacios de libertad”. En la noche de ese día, en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales de La Habana, Alexis Somoza y Félix Suazo han organizado la muestra “El objeto esculturado”. Delgado, que no ha sido invitado a la inauguración, llega sin avisar a nadie. Saca de su mochila unos objetos tallados, como huesitos verde olivo y un periódico Granma, el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba…
La historia que sigue a continuación es muy conocida dentro de los círculos artísticos de la isla. Orlando Hernández, crítico cultural, lo dijo una vez: “Debo empezar por el principio, aunque, en el caso de Ángel Delgado, el principio es bastante desagradable. No hay manera real de evitarlo. No es una pieza de información biográfica que uno pudiera dejar fuera: es el núcleo de su vida, y todo su trabajo gira sobre ese punto”.
Y este es el principio.
…Delgado abre un hueco redondo en el medio del periódico. Lo pone en el suelo. Coloca los huesitos verde olivo alrededor. Se para de espaldas al pedazo de papel, se baja el pantalón y se agacha. Comienza a defecar. Una persona se le acerca y le dice que pare, que la galería está llena de agentes de la Seguridad del Estado. Delgado termina, se limpia con una hoja del periódico que previamente había arrancado. Le hacen fotos. Se va caminando por sus propios pies.
Durante 5 días no pasa nada. Hasta que el 10 de mayo de 1990 un policía llama a la puerta de su casa cerca de las 10 de la noche. El policía le dice que debe acompañarlo. Lo lleva a la unidad de Villa Marista, donde pasa tres días y es interrogado y aislado.
Delgado recuerda que sus interrogadores le insistían sobre si estaba relacionado o trabajaba con algún grupo opositor. Siempre les decía que su performance fue una acción independiente, que no consultó ni siquiera con ninguno de sus amigos artistas. Fue una cosa que pensó unos pocos días antes. Solo necesitaba un lugar donde llevarla a cabo.
Luego del primer juicio sumario y del juicio de apelación, fue llevado a la prisión del Combinado del Este. Después pasó por otros dos centros, la cárcel de Micro X, en Alamar, y el Correccional de Alquízar. En total estuvo 6 meses preso.
Cabe la posibilidad que ese 4 de mayo de 1990 haya sido el día más importante en la vida del Ángel Delgado, el día del que más ha hablado, del que más le han preguntado, el día que más ha descrito o contado a otros, del que más detalles recuerda, quizá el día en que empezó a obsesionarse con esos “espacios de libertad”. A ese performance le llamó, posteriormente, “La esperanza es lo último que se está perdiendo”.
El arte como instrumento para el cambio
De aquel 4 de mayo han pasado ya 32 años. Cuando YucaByte conversó con él, Delgado estaba en Los Ángeles, en la exposición colectiva “No nos sirve de nada el miedo”, celebrada en el marco de la IX Cumbre de las Américas. Ahí recordó aquel suceso que fue, como dijo Hernández, su principio, aunque también, para muchos artistas cubanos de la época, una suerte de final o una alargada pausa.
“En los 80 hubo un movimiento de artes visuales muy grande y eso provocó toda una revolución en el arte, que se fue viendo en la sociedad” explicó a nuestra revista. “Eso fue de alguna manera truncado, la dictadura siempre sabe cómo acabar las cosas. Y en los 80 (ese momento) se acabó cuando me meten preso a mí. Me meten preso y los artistas dejan de hacer arte político”.
En prisión aprendió los métodos de tallado en jabón, que era lo que tenía a mano y lo que podían utilizar sus compañeros presos. “Yo lo que hice fue apropiarme de la técnica de los reclusos y usarla en mi obra durante todo este tiempo”. Comenzó también a pintar sobre pañuelos con lápices de colores y desarrolló un lenguaje propio, codificado, quizá producto de la desconfianza que inspira un sitio como la cárcel. Allí inventó un sistema de signos que le permitían expresar sus sentimientos y opiniones sin llamar la atención de los guardias.
Ilustración: Alejandro Cañer
Cuando quedó libre, dio con que había sido expulsado del ISA. Pero el crítico y escritor Orlando Hernández considera que eso no fue un impedimento para el posterior desarrollo de su obra. “A veces instituciones muy diferentes pueden involuntariamente llevar a cabo la misión (de las escuelas de arte). Fue en prisión que Ángel encontró su principal técnica y recursos instrumentales”.
Tardó un tiempo en volver al mundo de las galerías y las exposiciones. Cuando lo hizo ya había decidido de alguna manera que su arte se definiera por esos “espacios de libertad” o, en ocasiones, por la ausencia de estos. Desde hace 13 años no vive en Cuba: se ha desplazado por México, Los Ángeles y Las Vegas y ha expuesto su creación en distintos países de América Latina y Europa.
Para Delgado el arte, a la mejor usanza del siglo XX, ha sido un elemento transformador como casi ningún otro. “Increíblemente, el arte en Cuba, a través de los años, es lo que ha hecho reflexionar a la población en general”. Después del período de represión que se vivió en los 80 —período que lo inspiró a realizar su performance— no fue hasta la llegada del Movimiento San Isidro (MSI), hace unos años, que resurge ese arte crítico y con impacto público a una mayor escala.
Hay ciertos paralelismos entre Ángel Delgado y algunos de los miembros del MSI que saltan a la vista sin demasiado rebuscamiento. El performance Drapeau (2019), de Luis Manuel Otero, le costó unos días de encierro a este artista en 2020 y un encarcelamiento un año después. La acción consistía en Otero usando una bandera cubana en actos cotidianos, como ir al baño o a la playa, al estilo de una segunda piel. Uno de los motivos de su condena a 5 años de prisión, se supo hace poco, fue “ultraje a los símbolos”.
En la cárcel Otero Alcántara, al igual que Delgado, no detuvo su proceso de creación. Como mismo hizo el joven Delgado en 1990, Otero pedía que le llevaran medios para dibujar. Así nació la serie “Payasos”, una especie de autorretratos, en los que Otero recrea, en palabras de la curadora de arte Anamely Ramos, “la naturaleza humana, lo más básico y visceral que a todos nos acompaña”.
“Con sus acciones, las de Luis, y las canciones que han hecho Maykel ‘Osorbo’ y los demás, han logrado trascender mucho más” cuenta el artista. “Tuvieron una influencia internacional y lograron que la gente en Cuba tomara valor y perdiera el miedo. Eso fue lo más importante”. De esa pérdida, cree Delgado, nace otra cosa, “el impulso y toda la llama que se enciende después, el 11 de julio”.