Yunaikis Linares Rodríguez: presa política del régimen cubano

Ilustración: Alejandro Cañer

Yunaikis

-Dale, recoge, que te vas pa’ tu casa.- dice el oficial desde el exterior de la celda.

Las dos mujeres lo miran confundidas, sin saber a cuál de ellas se refiere.

-Tú, Yunaikis. ¿Eres tú, no? Recoge, que te vas pa’ tu casa.- vuelve a decir el oficial y se marcha, no sin antes prometer que regresará en poco tiempo.

Yunaikis Linares Rodríguez, de 24 años, no puede esconder la alegría de saber que esta noche dormirá en su cama, junto a su familia. Su compañera también lo celebra y le dice cosas como que ella sabía que todo iba a salir bien, que una buena muchacha, una inocente, no puede ser encerrada así, que la justicia divina existe, que sea feliz.

Se conocen exactamente desde hace un mes y cinco días, justo desde que Yunaikis fue trasladada a la prisión de 100 y Aldabó, y establecieron entre ellas algo parecido a una amistad y se contaron sus vidas. Si algo sobra en la prisión, donde la comida y los espacios y la libertad se reducen al mínimo posible, es tiempo para hablar del pasado.

Yunaikis siempre hablaba con cariño de su casita de tejas en Arroyo Naranjo y de su numerosa familia. Eran nueve en total, todos distribuidos en dos habitaciones, excepto por su tía y su primo, que levantaron un cuartico en un terreno contiguo. Es cierto que vivía hacinada y que cuando todos andaban en casa era difícil que quedara espacio para caminar entre los muebles y los cuerpos de su madre, su abuela, su padrastro y sus tres hermanos, que nacieron todos asmáticos. Pero siempre será más cómodo que una celda. Cualquier cosa es preferible a estar encerrada.

Cuando ha podido hablar por teléfono con su madre, que han sido pocas, pregunta siempre por su hermano menor. Ella le dice que está bien y que, como todos, la extrañan. Pero Yunaikis no se fía mucho de la madre, una mujer fuerte, de las que prefieren ahorrarse detalles y dar poca importancia a las cosas antes de preocupar a los demás con sus problemas. “La cosa está dura, pero vamos aguantando”, le dijo por teléfono y también frente a ella el único día en que le permitieron visitarla a prisión. Luego prohibieron las visitas y reforzaron la seguridad hasta entre los mismos presos, procurando que no juntaran demasiados en un mismo espacio. Desde entonces le han llegado algunas bolsas con aseo que, imagina, debieron costarle mucho a la familia.

Ella también ha intentado ahorrarse detalles, pero tarde o temprano su madre lo sabrá todo. Faltan todavía unos meses para que Yunaikis decida hablarle de los malos tratos de los oficiales, de aquel hombre que amenazó con cortarle una oreja y de esa vez en que pensó seriamente en quitarse la vida para no ser una carga para su familia.

El oficial espera afuera y ya Yuneikis está lista para irse. No lleva mucho consigo, pues decidió dejarle la mayoría de las cosas, sobre todo los artículos de aseo, a su compañera de celda. El oficial sube con ella a un pequeño ómnibus, donde van otros del Ministerio del Interior uniformados.

Su madre no debe estar enterada de esto, sino estaría afuera, esperándola tras los portones de 100 y Aldabó. Yunaikis imagina la sorpresa que se llevarán todos cuando, sin avisar, aparezca en la puerta de su casa. Mientras, observa desde la ventanilla el paisaje de calles, casas, edificios y autos que le negaron ver hace más de un mes. El paisaje, sin embargo, comienza a hacérsele desconocido. Tarda un rato en percatarse que aquel camino no llevaba al reparto Santa Amalia, en Arroyo Naranjo.

-Oiga, pero ¿a dónde vamos?- le pregunta a uno de los oficiales.

El sujeto la mira con una sonrisa pícara, como si hubiese esperado toda la mañana por aquella pregunta.

-Sí, sí, vamos para tu casa: la Prisión.

11 de julio de 2021

El 11 de julio de 2021, en horas de la tarde, Yunaikis salió de casa. Se fue a toda prisa, en cuanto escuchó los gritos que llegaban de la calle y quiso saber de qué se trataba. Niurka Rodríguez, la madre, estaba preocupada. Algo raro pasaba afuera. Debía ser muy grave, tanto como para que interrumpieran la programación de domingo y saliera el presidente por televisión, muy nervioso, hablando de enemigos de la Revolución, de combate, de revolucionarios y comunistas que debían tomar las calles.

-¿Dónde tú estabas? ¡Eh! Son las nueve y media de la noche, y nosotros aquí, preocupados. Dime. ¿Dónde tú estabas?- le dijo a su hija en cuanto la vio entrar por la puerta. 

Yunaikis estaba bañada en sudor, agitada y con pocas ganas de hablarle a la madre, que parecía muy enojada. Niurka se calmó un momento cuando vio que su hija no caminaba de forma normal y, a cada tanto, doblaba el torso y hacía por tocarse el centro de la espalda.

-Mamá, mira la pedrá’ que me tiraron por la espalda.- dijo y se levantó parte de la blusa.

Tenía una enorme mancha, entre verde y violácea, justo sobre el trozo de piel que cubría uno de sus pulmones. Niurka examinó asustada el hematoma y fue a buscar algo de hielo para bajar la hinchazón.

-Pero mija, quién te hizo eso.

-La Policía, mamá, la Policía.

Frente a toda la familia, Yunaikis contó lo que había vivido esa tarde. Les dijo que cuando salió, una multitud, sobre todo jóvenes, marchaban por las calles de manera pacífica. Gritaban “Patria y Vida” y “Libertad” y “Díaz-Canel Singao” y “Váyanse”, todas consignas contra el Gobierno. Ella, que siempre había pensado que la miseria en Cuba no tenía solución, que “esto no lo tumba nadie” y que lo mejor era irse del país o tratar de prosperar sin criticar al régimen, creyó por un momento que aquel día se iba a tragar sus palabras una a una. La dictadura iba a caer ese 11 de julio y eso era algo que no pensaba perderse por nada del mundo. A medida que avanzaba el relato, la abuela, de 62 años, abría los ojos asustada, como al borde de un ataque de nervios.

Al poco tiempo de sumarse a la protesta, continuó Yunaikis, aparecieron patrullas por todas las calles. Los policías respondieron con golpes y pedradas a las consignas. Sin embargo, los manifestantes los superaban en número y estaban dispuestos a defenderse. Durante un buen rato, la marcha fue imparable. Algunos jóvenes respondieron con piedras a las agresiones, obligando a los policías a replegarse y abandonar sus patrullas y sus ladas comunes con matrícula del Ministerio del Interior.

La calle se volvió un escenario de guerra, y todo indicaba que los manifestantes ganarían. Ante la escalada de violencia, los jóvenes arrasaron con los símbolos de la represión política en Cuba. Volcaron las patrullas e hicieron una suerte de barricada con ellas ante la reagrupación de sus atacantes. Alguien que estaba cerca de ella se subió a uno de los autos volteados y mostró una bandera y todos gritaron entre alegres y furiosos, saboreando la victoria inminente.

 Luego sonó el primer disparo, y después otro y otro más. No eran balas de salva, sino proyectiles mortales salidos de las pistolas que los policías llevaban a la cintura hasta el momento. Los atacantes lanzaron balazos y piedras, y un rato después, perros con la orden de destrozar la piel de los manifestantes con sus mandíbulas.

Nosotros no teníamos armas y solo por eso sabíamos que íbamos a perder. Por eso viramos, antes de que mataran a alguien.- dijo Yunaikis.

-¿Y tú qué hacías ahí? ¿Qué hiciste tú en todo eso?-preguntó Niurka.

-Yo solo marché y me subí encima de una patrulla volcada. Nada más.

Niurka

Pasó una semana sin que en casa se volviese a hablar del tema. Niurka tenía la sensación de que, si aún no habían buscado a su hija, ya no lo harían. Tal vez la Policía sabía que subirse a una patrulla y gritar consignas no era para tanto, o quizás no pudieron identificarla o, quién sabe, eran tantos los que salieron que al final solo irían a prisión quienes fueron detenidos ese mismo día.

Niurka disfrutaba de tener a Yuneikis en casa, ayudándole con sus otros hijos, en especial los más pequeños, de dos y un año. Le gustaba verla siempre cerca de la cocina, escuchando música y tomándose su tiempo para preparar la mejor comida que podía hacerse con los pocos ingredientes que la economía familiar alcanzaba a conseguir. Su hija siempre tuvo mano para esas cosas, además de un título de graduada en Elaboración de Alimentos que lo reafirmaba.

La madre era consciente de que Yunaikis, aunque no hablara mucho al respecto, se sentía con la responsabilidad de sacar a toda la familia de la pobreza. Alguna vez la escuchó decir que un día iba a salir del país para luego ayudarlos a irse junto a ella, pero que para eso necesitaba dinero. Por entonces esperaba la respuesta de unos amigos que le habían prometido contratarla en un restaurante. De ahí esperaba obtener ganancias suficientes para abrir una cafetería, la cual, a su vez, le daría los fondos para migrar sin problemas y apoyar económicamente a los suyos.

El 21 de julio, poco después de las 4 pm, Niurka regresó a casa. La abuela le dijo que hacía un rato un oficial del MININT se había presentado en la puerta preguntando por Yunaikis. El hombre dijo que solo pensaba hacerle unas preguntas, que no tardaría en devolverla a casa. Yunaikis no ofreció resistencia alguna mientras era introducida en una patrulla. Esa sería la última vez que la verían libre.

Niurka la llamó, pero nadie contestaba al teléfono. Fue de inmediato a buscarla. Supuestamente no estaba en la estación municipal de la Policía, así que fue a ver a los amigos de su hija, a todos, casa por casa, pero nadie la había visto. A la mañana siguiente continuó su búsqueda, hasta que alguien llamó a su segundo hijo, de 17 años, para decirle que la joven se encontraba detenida en la estación de Aguilera. La persona no se identificó y colgó rápido. Niurka devolvió la llamada, pero se trataba de un teléfono público. Horas más tarde, alguien volvió a llamar a su hijo, esta vez para decir que Yunaikis estaba presa en 100 y Aldabó.

Los guardias no le permitieron ver a su hija hasta pasada una semana.

-Cuando la vea, fíjese en que no le hemos dado golpes. A ella la tratamos bien.- le insistió uno de los guardias que la llevó al espacio de la prisión habilitado para las visitas.

Yunaikis parecía más calmada de lo que Niurka esperaba. Pero la madre intuyó que las sonrisas y el “todo va a salir bien” de su hija solo encubrían unas ganas tremendas de llorar. Niurka también mintió. No quería preocuparla. Por eso le dijo que en casa todo iba bien, que la extrañaban y que, de momento, tenían con qué afrontar la compra de lo que ella necesitase.

Luego prohibieron las visitas, dejándole solo el derecho a enviarle artículos de aseo. A los días, Yunaikis dejó de llamar. La madre estuvo una semana sin saber nada de su hija. En 100 y Aldabó se negaron a darle explicaciones.

Finalmente, la joven llama. Habla rápido porque tiene muchas cosas que decir. Niurka escucha entonces a su hija contarle de una broma terrible que le jugaron en un ómnibus y que, desde hace una semana, la mantienen aislada en la prisión del Guatao (Mujeres de Occidente). Yunaikis cuenta que le han salido hongos en los dedos; que en el centro penitenciario le han dicho que no tienen medicinas; que la poca comida le ha hecho adelgazar mucho; que una reeducadora le dijo que, si quería volver a llamar, debía cortarse el pelo y entregárselo; que han pensado en el suicidio y que la Fiscalía ya se pronunció.

-17 años. Quieren tenerme aquí 17 años, mamá.- dice, y Niurka se alarma.

Su hija se ha quebrado.

Notas al pie:

La última vez que hablé con Niurka, estaba desesperada. Su familia -negra, pobre, numerosa- se encuentra al borde del colapso entre los envíos de comida y aseo a Yunaikis y la necesidad de alimentar a un niño de un año y a otro de dos. “No hay ni compota para el más chiquito”, me dijo. Confesó haber recibido alguna que otra ayuda para familiares de presos políticos, pero no es suficiente. La situación económica del país ha empeorado las cosas. El trabajo en el restaurante, la cafetería propia, la idea de emigrar, los sueños de prosperidad de todos en esta casa, se han esfumado.

-Su causa es la 11 de 2021 de la Sala de Delitos contra la Seguridad del Estado del Tribunal Provincial Popular de La Habana. El 16 de marzo de 2020, finalmente, un tribunal sentenció a Yunaikis y a otras 34 personas, casi todos jóvenes. Entre los condenados hay cuatro adolescentes de 17 años y al menos dos de 16 que estudiaban en politécnicos. Hay también un barbero, y un rellenador de fosforeras, y un custodio, y un trabajador del aeropuerto, y amas de casa, y un albañil, y un cobrador de la luz y músicos aficionados. Hay, por tanto, más de 35 familias rotas.

Alexis Almeida Vilaplana y Yohandris López Parra. Estos son los nombres de los fiscales que pidieron 17 años de prisión para Yunaikis; quienes, además, justificaron la severidad de las condenas en el hecho de que las protestas del 11J sucedieron mientras el país enfrentaba la pandemia de la Covid-19. Sin embargo, ¿dónde estaban estos fiscales el 5 de agosto de 2021, cuando, también durante la pandemia, Miguel Díaz-Canel convocó a la población a una marcha multitudinaria en apoyo a su Gobierno?

La sentencia trata a los acusados como parias y elementos antisociales, lo cual, en muchas ocasiones, contradice los resultados del proceso investigativo. Esto, por ejemplo, es lo que lograron averiguar las autoridades sobre Yunaikis:

“En la cuadra de residencia se muestra como una persona respetuosa y colaboradora, de buenas costumbres. Ocupó el cargo de secretaria de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) en la zona de residencia con buenos resultados y desempeñó una importante labor en la actualización del proceso para la consulta popular de la actual Constitución de la República. No le constan antecedentes penales hasta el momento”.

No deja de resultar triste e irónico este hecho: Yunaikis colaboró con el proceso de aprobación de la Constitución que refuerza los poderes de la dictadura. Tres años después, la joven saldría a las calles para exigir el fin de esa dictadura. Hoy, la dictadura echa mano a sus leyes para condenarla a prisión.

Gladys María Padrón Canals es otro nombre que debiera recordarse. Se trata de la jueza que condenó a Yunaikis y a otras treinta y tantas personas a prisión por manifestarse en contra del Gobierno.

En su sentencia, catalogó al 11J como “un fatídico día” y culpó a los acusados de hacerle “el juego a todos aquellos que en el exterior del país abogan por el derrocamiento de la Revolución Cubana, y que, en medio de una fuerte campaña mediática, incitaron a la población a salir a las calles en actos de este tipo, violentos y agresivos en contra de los dirigentes del Estado y del Gobierno, sus instituciones y la estabilidad del estado, para avivar la furia de los enemigos de la Revolución”.

En la misma sentencia, la jueza omite que en las marchas del 11J los manifestantes no portaban armas de fuego y que el único muerto durante las protestas lo puso el pueblo. Se llamaba Diubis Laurencio Tejeda y fue asesinado por un disparo de la Policía.

Gladys María Padrón Canals formó parte de los jueces que fueron entrenados por las autoridades judiciales de la Rusia de Vladimir Putin, las mismas que han enviado a prisión a los ciudadanos rusos que se manifestaron en contra de la invasión militar a Ucrania. La jueza es también responsable de varias condenas de privación de libertad durante la llamada Primavera Negra. Su nombre aparece en las sentencias de Ángel Juan Moya Acosta, Oscar Elías Biscet, Orlando Fundora Álvarez, Miguel Valdés Tamayo, Pedro Pablo Álvarez Ramos y Carmelo Agustín Fernández, todos sancionados a penas entre 15 y 25 años de cárcel. También rechazó las solicitudes del procedimiento de habeas corpus presentadas en favor de Denis Solís, Félix Modesto Valdés, Nancy Vera, Luis Ángel Cuba, Yuisan Cancio, Katherine Bisquet, Camila Ramírez Lobón, Yamilka Latifa, Ányelo troya, Néstor González y Camila Acosta Rodríguez. Gladys María Padrón Canals, además, fue la jueza que se negó a retirar la medida cautelar de prisión preventiva a Luis Robles Elizástigui, recientemente condenado a cinco años de prisión por portar un cartel que exigía el cese de la represión política en Cuba.

Gladys María Padrón Canals. Recuerden ese nombre.

Yunaikis, finalmente, fue condenada a 14 años de prisión por el delito de sedición, es decir, que tendrá 38 años cuando pueda volver a casa. Si no hubiese nacido en una dictadura, tal vez para ese entonces ya habría tenido su propia cafetería o trabajara de chef en un restaurante y no hubiese pensado nunca en abandonar el país.

Ahora hagamos el cálculo al revés: hace 14 años, Yunaikis era una niña, con una pañoleta roja colgada en el cuello, que debía decir todas las mañanas que sería como Ernesto (Che) Guevara. Pero nunca fue como el argentino, personaje polémico de la historia de Latinoamérica que defendía sus ideas a golpe de plomo y guerrillas y fusilamientos.  Yunaikis solo se subió a un auto volcado y pidió el fin de un régimen totalitario que es responsable de que su hermano de un año no pueda tomar siquiera una compota y de que la emigración se presentara como la única manera de sacar a su familia de la pobreza. 

Contralmirante de un bote solitario que teme a los aviones, periodista accidentado, fumador de cuanto combustione, bebedor de mercurio, enamorado de los mitos y de todo aquello que termine en un “Basado en hechos reales”.
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Un pensamiento en “Yunaikis Linares Rodríguez: presa política del régimen cubano

  1. Muy triste , cada vez q escucho a Diaz canela me convenzo de q ellos no vana atener piedad con estos jóvenes , y me
    Da miedo pensar q ello como otros tantos presos políticos tengan q cumplir esa condena tan injusta , libertad para todos libertad para yunaiki

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