Ilustración: Julio Llópiz-Casal.
Marcel Valdés es un tipo común, y así quiere que lo sigan valorando. Se fue en 2010 de Cuba, cuando tenía 23 años y apenas cursaba el tercer año en el Instituto Superior de Cultura Física “Manuel Fajardo”. En Estados Unidos, específicamente en Miami, ha rehecho su vida y ahora trabaja como mecánico de equipos pesados en una mina. Sin embargo, desde hace unos años, Marcel volvió la vista a su país y a aquellos mismos problemas que alguna vez lo llevaron a migrar. Fue entonces que se hizo de una estrategia de activismo político que gusta compartir con otros cubanos: no hace falta ser un activista mediático para luchar por la democracia en Cuba; en ocasiones basta con echar mano a los pequeños espacios que se pueda tener y seguir siendo un tipo común.
Desde las protestas del pasado 11 de julio, Marcel se ha dado a la tarea de registrar casos de personas detenidas por motivos políticos. Por su cuenta localiza a los familiares de las víctimas de la represión y publica sus historias en redes sociales, lo cual le ha servido de fuente periodística a varios medios independientes. Sobre su activismo y el papel del exilio cubano en la sociedad civil cubana, conversó con YucaByte.
Hola, Marcel. Antes de conversar de tu labor como activista, sería bueno hablar un poco sobre ese momento de, digamos, “despertar” por el que pasan muchos cubanos. Es decir, ese instante que nos hace replantearnos la realidad de Cuba y escapar del adoctrinamiento.
-Ese despertar, en mi caso, no sucedió como con otros. No hubo una experiencia reveladora, porque nunca creí realmente en las mentiras del régimen. Yo vengo de una familia donde todos estaban vinculados laboralmente al Estado y, en su momento, ideológicamente también. Pero yo no. Realmente fue de niño que comencé a darme cuenta de que algo iba mal con el sistema. Igual, hasta cierto punto, todos hemos estado adoctrinados, porque la propaganda política es demasiada.
¿Y cómo te diste cuenta de que “algo iba mal”?
–Fue en octavo grado, en las clases de Historia Moderna y Contemporánea. Recuerdo que en una clase nos hablaron de las dictaduras en el mundo, o de algunas dictaduras. Ahí me du cuenta de que algo raro había con todo. No lo pensé con maldad alguna, ni siquiera con madurez política. Solo vi que en Cuba pasaban cosas muy parecidas a las que en clases se definían como “dictadura”. En las clases decían que una dictadura se caracterizaba por el culto a la personalidad, que no había elecciones libres con varios partidos políticos, que el mismo gobierno mandaba por muchos años, que los opositores eran castigados… Y yo sabía que existían, por ejemplo, las Damas de Blanco, que tenías que hablar bajito si criticabas algo, que las fotos de Fidel estaban por todas las paredes de la escuela, del policlínico, de donde fuera. Recuerdo que después de pensar aquello le pregunté a mis padres: ¿Esto es una dictadura? No recuerdo la respuesta exacta, solo que me dieron setecientas mil vueltas. Lo hice desde la inocencia. Después uno se convence de que sí es una dictadura, pero entonces no existía oposición como tal, o no como ahora, y la máxima aspiración era irse del país, escapar. Opositores solo conocía a las Damas de Blanco, porque yo pasaba por 5ta Avenida y las veía en la iglesia todos los domingos, con sus flores en las manos, vestidas de blanco. Mis padres me explicaron quiénes eran: “Mujeres familiares de presos políticos”. Pero no conocía nada más allá. Mi aspiración única era irme. Me decía: “Esto no sirve, esto es una basura, aquí no hay futuro”.
¿Y migrar te ayudó a entender más aquel lugar donde viviste toda tu vida?
–Sí. Cuando llegué a Estados Unidos comencé a ver la realidad de mi país. O sea, vi que en Cuba todo era una mentira, una mayor de la que imaginaba. Claro, al principio siempre está el miedo a no poder regresar, a que les puedan hacer algo a mis amigos por oponerme directamente al régimen. Porque al final todos tenemos a alguien cercano vinculado con el sistema, y uno busca evitar complicarlos. Pero llega un momento en que no puedes más, y en mi caso, fue hace tres años. Entonces decidí alzar mi voz.
¿De qué manera?
–Todo ha tenido sus etapas. Empecé con críticas normales, nada que saliera más allá de un círculo muy reducido y directo de amigos y contactos. Hasta un día en que un amigo del preuniversitario, que ahora vive en República Dominicana, me llama. “Marcel, estoy pensando en un proyecto después de verte en las redes. Qué tal si empezamos con una directa”, me dijo. Bueno, hicimos algo que empezó llamándose La Esquina de la Libertad. Tenemos una página en Facebook, cuya objetivo era en su momento que la gente la viera como una esquina de barrio donde, en vez de hablar de fútbol o de chismes, se hablara de política, de derechos. Pero lo importante era que fuese a nivel de esquina, lo que se habla todos los días en Cuba, en esas formas para que la gente se identificara.
Después de eso empecé a meterme en el qué podía hacer. Yo tengo una bandera cubana, donde puse “Libertad para Cuba”. Llevo dos años viajando bastante, y a donde quiera que voy la llevo al lugar icónico de ese país o ciudad. Si es en New York, la Estatua de la Libertad, si es en Madrid, Cibeles, y así. Allí saco mi bandera, me tiro una foto, pongo “Patria y Vida”, hago una directa. Es un performance, para que el mensaje llegue a donde sea. Es una manera de aportar un granito de arena a la causa, hacer lo que podemos para que la gente vea lo que pasa en Cuba. A veces hago otras cosas, como hice ahora en New York, que imprimí flayers con información en inglés sobre la dictadura cubana, y lo pegué por todas las calles. En un grupo bastante grande de cubanos que tenemos, incluso, recogimos firmas para exigir que retiraran la estatua de Fidel Castro del Museo de cera de Madame Tussauds, en Londres.
Cuéntanos entonces de tu activismo antes y después del 11J.
–Antes del 11 de julio ya yo contactaba con varios activistas y periodistas en Cuba. A veces, cuando a alguno le pasa algo, sus familiares me contactan para que lo informe. Yo estoy dispuesto a ayudarlos en lo que pueda siempre. Cuando me llega esa información llamo a los medios independientes, a los influencers, etc.
Después del 11 de julio la gente se metió más adentro de todo esto. Yo empecé a denunciar en redes sociales casos de jóvenes que metían presos. Y decidí que iría a contactar directamente a la familia, porque así saben que no están solos y, además, el resto de los cubanos obtendría la información de primera mano, real, no manipulada. Porque a veces la misma dictadura suelta información falsa, ganchos para que la gente muerda y después desmentirlos. Yo fui directamente a las familias y fui claro. Yo no soy periodista, ni influencer ni nada. Yo solo tengo muchos amigos que van a compartir infinitamente la información, y eso es muy importante, para que la dictadura vea que los presos no están solos. Y así fue. Hoy, varios medios vienen a mi perfil a buscar ese tipo de información, porque saben que es de confiar.
¿Cómo valoras la funcionalidad y el alcance de tu activismo?
–A ver, yo no me considero un influencer siquiera. Que yo influya en unas cosas no significa que haga el tipo de cosas que hacen los influencers. Yo no tengo ni canal de Youtube, no pertenezco a ningún movimiento, no trabajo para un medio. Soy uno más de la sociedad civil cubana. Yo creo que las figuras mediáticas y los medios de prensa son importantísimos, pero yo apuesto a que todos apoyen la causa, que lo hagan gente como yo, cubanos normales, médicos, mecánicos, limpia pisos, lo que sea.
A veces la gente ve a Otaola, Luis Manuel Otero Alcántara o Maykel Osorbo como gente de otro planeta. Y es muy fácil decir: “No voy a hacer nada. Vamos a esperar a ver qué hacen ellos”. Pero no debe ser así. Hay que unirse. Es verdad que Luis Manuel tiene una visibilidad increíble, pero tu mensaje también puede ayudar, aunque sea a que lo vean tres personas más. Y eso soy yo, un simple soldado de primera línea, haciendo lo que puedo hacer. La gente se paraliza porque no pueden hacer lo que hacen algunos artistas y activistas, pero se equivocan. Todos podemos hacer algo, a lo mejor no al nivel de ellos, pero siempre se puede hacer algo: pega un cartel contra el régimen, comparte un post, publica un escrito, y si estás fuera, cuando hables con tus amigos de Cuba, diles algo, súmalos. Eso también es activismo. Entendamos que sin los anónimos que apoyan, Luis Manuel no podría, ni Maykel, ni Ferrer. No hay que ser un activista mediático para luchar por la libertad de Cuba.
¿Cómo viviste el 11J?
–Yo viví el 11 de julio demasiado fuerte. Ese día me trocaba trabajar, y me enteré por las redes de lo que estaba sucediendo en San Antonio de los Baños. Me dije: “Qué bien que al menos en un pueblo la gente cogió para la calle”. Pero en cuanto comenzaron a salir de todo el país, fue demasiado. Yo no podía estar en el trabajo. No me aguantaba ahí. Aquí, en Miami, todo el mundo fue para el Versalles. Yo hablé con un amigo y le expliqué que debía irme, le pedí que me cubriera. Él accedió y me fui al Versalles a vivirlo ahí. Yo no podía concentrarme en el trabajo. Era una mezcla de emociones: mucha alegría, porque fue un hecho histórico que pensé que no vería, y a la vez mucha tristeza, porque la represión sobre los manifestantes fue muy violenta. Y mientras iban llegando videos era peor. Después fui a Washington, a una de las manifestaciones que se hicieron por la libertad de Cuba.
A partir de tu defensa de los pequeños espacios de activismo, que unos podrían llamar “microactivismo” y otros, simplemente, responsabilidad política ciudadana… ¿qué crees que necesita mejorar el exilio cubano en este aspecto?
–Creo que el exilio necesita conectarse. El 11 de julio ayudó a muchos a conectarse, pero tienen que entender que esto es un estilo de vida. Hay gente que cree que yo no tengo vida. Y yo sigo yendo a restaurantes, sigo trabajando, sigo riendo, sigo haciendo mis directas… lo que tengo que estar conectado, y dedicarle un pedacito pequeño de tiempo a pensar en mi país. Eso es un estilo de vida. Los que no tienen vida son aquellos que hoy están presos, los que han sido golpeados, los que son amenazados y sitiados, y en general, el pueblo de Cuba, porque no tiene futuro.
Nosotros como exilio estamos en la obligación y en el deber de darle visibilidad a esa gente, de hablarles, de apoyarles. Otra cosa es que en cuestiones económicas hace falta ayudar. Este es un tema difícil, porque yo sé que hay grants que se están usando bien, pero hay otros que debieran repensarse también para ver cuál es la prioridad. Instituciones y países dan dinero para la libertad porque saben que para combatir a una tiranía hace falta presupuesto. Pero yo creo que hay que ver cuál es la prioridad, y me parece que los familiares de los presos políticos hoy son esa prioridad, los opositores que están en las calles dando guerra son prioridad. ¡Y hay que ayudarles económicamente! Y no me refiero a comprarles un par de Nike o un televisor de 55 pulgadas para que ellos vean películas. No. Pero necesitan cosas. Ellos no pueden trabajar en Cuba para el gobierno ni abrir un negocio, porque al momento los vigilan. ¿De qué viven entonces? Muchos me han dicho que ya no pueden más y que se tienen que alejar del activismo porque deben comer ellos y sus familias. Entonces, lo que es comida y telecomunicaciones para esa gente debe ser algo de primer orden. Además, es necesaria una mayor empatía del exilio con el pueblo que está allá. Que estemos aquí, en una nación libre y del primer mundo, no puede hacernos olvidar lo que vive nuestro país.