Uno de los cambios más significativos ocurridos en Cuba durante los últimos años ha sido la manera en que se ha articulado la sociedad civil y la acción ciudadana frente al Estado. Las dinámicas de la oposición clásica y también las de la crítica solapada han sido desplazadas por una nueva forma de expresión ciudadana: el arte. Este cambio, por supuesto, ha obligado al Gobierno a transformar sus maneras de responder. Sin abandonar la práctica de la represión, el régimen ahora intenta hacer de la cultura una barricada ideológica demasiado explícita.
El activismo generado alrededor del Movimiento San Isidro (MSI) nucleó la iniciativa ciudadana alrededor del arte. Esto cambió las reglas del juego en el enfrentamiento entre la sociedad civil y el Estado. La música, por ejemplo, pasó a ser un instrumento de expresión política, y una canción un desafío directo al régimen.
Todo empezó en San Isidro
A raíz del acuartelamiento de varios activistas en la sede del MSI en noviembre de 2020, el cantante Luis Alberto Vicet Vives, conocido como “La Crema”, estrenó una canción llamada “San Isidro”. De igual forma, el músico y productor Pavel Urkiza compuso “Una gota de verdad”. Ambos temas no solo demostraron el apoyo de varios artistas a los acuartelados, sino que ayudaron a divulgar la realidad de la represión en Cuba mediante un discurso más contemporáneo y efectivo que dejó rezagados los viejos métodos propagandísticos del régimen.
En paralelo, un grupo de artistas, curadores e investigadores residentes fuera de Cuba impulsaron la iniciativa “Guaguancuir” en solidaridad con el MSI y el grupo 27N. La convocatoria invitaba a compartir imágenes o videos en redes sociales en los que los usuarios mezclaran el guaguancó con códigos queer. La esencia de esta idea resume en gran medida el giro discursivo del activismo en la Isla: “¿Cómo contraponer a la violencia del Estado un gesto de vida?”
Los resultados de combatir un discurso monolítico de odio con uno enfocado en la inclusión y el respeto a las libertades individuales se expresaron en un creciente apoyo popular a los miembros del MSI y del 27N. Fue entonces que el régimen se lanzó a la disputa de ese espacio discursivo que es el arte.
El primer gran intento por parte del Gobierno de responder a la iniciativa artística del activismo cubano fue “Con Cuba no te metas”, una canción de Alejandro García “Virulo”, la Conga de los Hoyos, los Guaracheros de Regla y otros artistas. El resultado fue un total fracaso, expresado en el rechazo de la población al tema.
El segundo intento tuvo un carácter más social. Se centró en una suerte de reivindicación de barriadas marginales, específicamente la de San Isidro. Los continuos proyectos comunitarios inaugurados, las ferias culinarias y la apertura de centros culturales en este barrio, al final, solo sirvieron para demostrar que el Gobierno únicamente atiende a las poblaciones vulnerables si le sirven de respuesta política a una situación muy concreta.
Una canción vale más que mil protestas
El éxito político de “Patria y Vida” no tiene prácticamente precedentes en los últimos 60 años en Cuba, a no ser, quizás, “Ya viene llegando”, de Willy Chirino. La canción de Yotuel Romero, Gente de Zona, Decemer Bueno, Maykel Osorbo y El Funky representa una acción artística de un simbolismo político inimaginable.
En primer lugar, el tema reformula una consigna icónica del régimen cubano con solo cambiar una palabra. Es un juego de revertir muy simple en sus maneras, pero también muy complejo en su significado. Al relato de la muerte y la constante alusión a la guerra, la canción le opone el relato de la vida y la paz. Al del sacrificio y la represión impuesta y autoimpuesta, “Patria y Vida” le opone el de la libertad. Todo eso, simplemente, en su título.
Al Gobierno parece haberle levantado ronchas la canción, en especial los más de dos millones de visualizaciones que alcanzó en un mes y su repercusión en medios internacionales. A difamarla desde un punto de vista “artístico” y político dedicó todo su poder sobre los medios, sin embargo, no le fue suficiente. Otra vez se ha visto en la obligación de responder al arte político con arte político, pero apenas ha logrado hacer poco más que propaganda al ritmo de conga.
Su respuesta inicial fue el tema “Convicción”, interpretado por artistas folclóricos locales de Camagüey. La lógica de disfrazar esta propaganda política de folclore afrocubano para emular el hecho de que “Patria Y Vida” salió de la voz de seis negros, muchos de ellos marginados y víctimas del racismo estatal, fue un total fracaso.
Finalmente, como era de esperase, el régimen ha apostado todo a su regular última carta entre los artistas oficialistas: Raúl Torres. Torres, junto a Annie Garcés, Dayana Divo, Karla Monier y la rapera Yisi Calibre parecieron haber entendido el simbolismo que encierra la frase “Patria y Vida”, y por eso titularon su canción “Patrio o Muerte por la Vida”. No obstante, el contenido de la canción volvió a pecar de ser un manual propagandístico que nuevamente revela la incapacidad del régimen para utilizar cualquier discurso alejado del adoctrinamiento.
Los nuevos derroteros del activismo político en Cuba ya están definidos y su éxito demuestra su acierto. La espontaneidad del arte como forma de expresión ciudadana ha dejado obsoleta la retórica de la confrontación directa, donde sí sabe moverse a pierna suelta el Gobierno cubano.
El lenguaje de la música, las artes plásticas y el performance ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos, usando las redes sociales como amplificador de su impacto social. Esta dinámica impide al poder político ser proactivo y le obliga a asumir una postura defensiva en su eterna paranoia del enemigo en todas partes.