Iliana Hernandez

El libro perdido de Iliana Hernández: una biografía apócrifa (II y final)

Viene de la primera parte:

Esta es la historia de Iliana Hernández; quizás no exactamente como ella la hubiese contado en el libro que llevaba escribiendo cuando la Seguridad del Estado le arrebató la laptop, pero sí muy parecida. Lo que debió ser aquel libro iniciaba con la preparación de un temerario viaje que terminaría por convertirse en el triste cruce de una llanura estéril y desolada… 

VII

De pueblo en pueblo, las tetas de Iliana se exhiben con desenfado por buena parte de España. En las fiestas populares la gente aplaude cuando alguien la presenta como “la doble de Ana Obregón”. Y sale ella a bailar al ritmo de los caprichos de un DJ, mostrando más de lo que esconde, haciendo mil piruetas aferrada a la barra de la pista y burlando la gravedad con los movimientos que aprendió en sus tiempos de aprendiz de circo para, finalmente, descubrir con orgullo un par de senos firmes y juveniles. Luego, en el camerino, le pagan buen dinero, unos 700 euros cuando menos. 

Después de todo, Iliana se considera una mujer con suerte. Nunca supo exactamente cómo llegó su nombre a oídos de los periodistas de Radio Martí, ni si eso influyó en que el juez decidiera cambiar su pena de tres años en prisión por tres años encerrada en casa. Otro misterio fue que nadie averiguara si cumplía la sanción mientras ella escapaba a La Habana y acordaba un falso matrimonio con un amigo español de sus tiempos de coquera. De puro milagro tampoco aparecieron sus antecedentes penales en el registro de inmigración. Para cuando el Jefe de Sector del barrio pasó a corroborar el castigo impuesto, su madre, muy calmada, le dijo: 

―Bah, si mi hija hace un mes que vive en España. 

Pole dance se llama el estilo de baile que practica Iliana. No es estrictamente striptease, que va de desnudarse por completo, ni el trabajo de una chica gogó, que fue el primer empleo que tuvo al llegar a España, cuando la bailarina de un show se ausentó y ella, por probar suerte, se ofreció a sustituirla. 

―¡Un aplauso para esta chica, que se lo ha curra’o! ―gritó el DJ aquella noche, y desde entonces Iliana decidió buscarse la vida sobre las pistas de baile. 

Una chica gogó ameniza el ambiente en discotecas y clubes nocturnos, atravesada por los incesantes láseres de colores, que proyectan a contraluz su cuerpo en continuo movimiento, como enseñando a los estáticos y bebedores las maneras de seguirle el ritmo a la música. Es un trabajo seguro, pero no muy gratificado. Por eso sus compañeras se hacían fotografiar hasta llenar álbumes enteros que mandaban a castings de modelaje o cinematográficos en espera de una oferta más tentadora. Iliana hizo también el suyo y lo envió a todos los lugares posibles hasta ser aceptada como doble de la actriz Ana Obregón en la serie Ana y los siete, el éxito televisivo del momento. 

La trama de la serie era algo sencilla: una niñera que en las noches hacía de stripper. Para las escenas que filmó Iliana no fue necesario que memorizara algún diálogo y tampoco que maquillara su rostro al estilo de la sex symbol del año. Tan solo le bastaron algunos bailes sensuales, dos o tres acrobacias agarrada a la barra o a telas que colgaban del techo, y un primer plano de sus piernas aceitadas. No obstante, la pequeña aparición no pasó desapercibida y pronto llegaron los equipos de Antena 3 y del diario El Mundo para realizarle entrevistas. 

En las fantasías eróticas de muchos españoles, Iliana Hernández es lo más cerca que estarán de Ana Obregón, por eso pagan para verla hacer pole dance y finalizar su acto en topless. Un par de tetas al aire, sin embargo, no es nada raro en esta España que ha sabido desembarazarse de la moral católica impuesta por Franco, y donde las mujeres enseñan sus senos sin pudor en las playas más concurridas. A Iliana, simplemente, le pagan por hacer lo que otras hacen gratis. 

Fragmento apócrifo:

(…) Eché a andar en cuanto anunciaron la arrancada de la edición número treinta del Marathon des Sables. Éramos mil trescientas  personas, cada una a su paso, conscientes desde el primer momento de que no todos llegaríamos a la meta. Doscientos cincuenta kilómetros de desierto, repartidos en seis días, se encargarían de decir quién lo lograba y quién no. 

Salí pensando en muchas cosas. Lo primero, en las que llevaba en mi mochila. Cargaba con ocho kilogramos a mis espaldas, que hubiesen sido más de no ser por algunos compañeros que me aconsejaron llevar lo imprescindible. ¿Qué era lo imprescindible para mí? Pues comida, agua, los bastones que me ayudaron a caminar, la camiseta de Somos + (que enseñaría  una vez alcanzara la meta) y la bandera cubana. La bandera era lo más importante, aquello que me identificaba entre gente de tantas nacionalidades. Solo una cubana antes que yo había recorrido esos parajes en el Marathon des Sables. Por eso la llevaba siempre, y el primer día hasta la icé en las cuerdas que sostenían la haima doce, donde dormía. 

No fue fácil llegar a la competencia. Me llevó diez meses muy duros, superando lesiones y también el estrés que me provocaba poder llegar a fin de mes. Los entrenamientos previos iban de recorrer muchos kilómetros, a veces en pleno invierno, atravesando tormentas de nieve. En verdad, no estaba lista, o no como debía. Por suerte, mis compañeros de haima  ―todos muy experimentados en eso de correr maratones― me dieron algunos “tips” para sobrevivir los primeros treinta y seis kilómetros, como racionar mi consumo de agua y comida. Recuerda, Iliana ―decían―, debes ingerir poco pero varias veces seguidas. 

Con tantas cosas en la cabeza, a veces olvidaba que tenía todo un desierto por delante (…) 

Desierto del Sahara. 5 de abril de 2015

VIII

Iliana Hernández

―No, no, no. Investiga bien y abre los ojos, que eso no puede ser ―le dice su padrastro, quien piensa que todas estas cosas que habla Iliana sobre hospitales, escuelas públicas y una generosa Seguridad Social en España es solo propaganda capitalista, resultado de la alienación a la que ha sido sometida por la sutil hegemonía de un sistema venenoso. 

―Que sí, que es verdad. Solo calcula esto: yo puedo ahorrar un año y venir, como ahora, de vacaciones a un hotel en Cuba. Tú aquí, siendo del Partido Comunista y ahorrando toda una vida, jamás podrás pagar unas vacaciones en  un hotel en España.

Touché, piensa divertida, pero su padrastro no está dispuesto a dar su brazo a torcer. No importa. Ya lo hará poco después, cuando viaje por primera vez a España y decida fijar allí residencia. Entonces llamará algo avergonzado a su hijastra para darle la  razón. 

A diferencia de otras veces, Iliana ha venido a vacacionar a Cuba acompañada. Hace ya un tiempo que abandonó los escenarios y también la academia de pole dance que abrió junto a unos amigos. Ahora está enamorada y hasta contrajo matrimonio; uno real, no un acuerdo enmarañado  para escapar. De hecho, Iliana no necesita escapar nunca más. Vive en España como una ciudadana cualquiera. Allí tiene sus amistades, su pareja, su casa, los crudos inviernos de Valladolid, un nuevo trabajo en la empresa de su esposo. Cuba, naturalmente, debió quedar atrás, muy lejos, solo en las esporádicas visitas veraniegas a la familia y en los recuerdos de los difíciles últimos meses que pasó en Guantánamo. Pero no es así. 

A inicios de los 2000, Iliana persigue con frecuencia cada noticia sobre Cuba en la prensa española, sobre todo en Internet. En las vacaciones aprovecha para invitar a cenar a viejos amigos y averiguar de primera mano cómo van las cosas en el país. El tema no suele ser del agrado de su esposo, a quien no le gusta inmiscuirse en conversaciones sobre  política, todavía menos en las referidas a Cuba. “Los problemas de Cuba son cosa de los cubanos”, dice él con frecuencia, e Iliana, cohibida, intenta cambiar el tema de conversación. Por supuesto, en ocasiones no puede hacerlo. El drama político y social de la isla es tan omnipresente como invariable y rara vez las charlas giran en torno a cualquier otro asunto. 

―Hay algo que me pregunto todo el tiempo: ¿Aquí nadie hace nada? Es decir: ¿Nadie le ha cantado  las verdades al Gobierno en su cara? ―pregunta de pronto a varios de sus amigos. 

―No, aunque hace poco pasó algo. Fue un muchacho de la UCI que se hizo famoso porque se enfrentó a Ricardo Alarcón y lo puso en ridículo. Hay un video de ese momento por ahí, dando vueltas ―explica uno de ellos. 

― ¿Y ese muchacho dónde está?

―No sé. No se ha sabido más de él. Para mí que lo desaparecieron. 

Fragmento apócrifo:

(…) Los dolores comenzaron al segundo día. No era buena señal. Las molestias en la espalda que sentí semanas atrás reaparecieron hasta hacerse insoportables. No me dejaban  dormir bien; y un buen sueño en aquel lugar era más que imprescindible. El frío de la noche tampoco ayudó. Yo había leído algo sobre las temperaturas extremas en los desiertos, pero nunca imaginé que al calor tremendo de la mañana se le opusiera un atroz frío invernal que me hiciera tiritar. Para colmo, subiendo una duna me golpeé la rodilla.

Debo seguir, debo seguir, debo seguir, me decía.

El siguiente camino era de unos treintaiún kilómetros de montañas y acantilados, no apto para quien padeciera de vértigo. Reconozco que la vista desde allí arriba era impresionante, aunque a lo lejos solo se viera un mar de arena y rocas que se extendía hasta el horizonte. Hice buena parte del recorrido sola, aunque a veces me acompañaban otros maratonistas. Cuando estaban cerca sacaba mi mejor sonrisa y hacía fotos. No quería recordar la maratón como el tormento que estaba siendo. Además, sonreír siempre me ha enajenado. En el desierto es importante crearse de manera consciente tus propios espejismos. El mío era Cuba, pero al fin libre, con un sistema político democrático y no con un gobierno decrépito.

Debo seguir, debo seguir, debo seguir, repetía para mis adentros (…)

Desierto del Sahara. 6 de abril de 2015

IX

Iliana Hernández

“Al fin alguien que hace algo”, piensa Iliana, mientras ve cómo en Televisión Española hablan de una filóloga delgada y de pelo negro muy largo, llamada Yoanis Sánchez. Yoanis ―dicen en el reportaje― ha convertido la plataforma digital de los blogs en una trinchera desde donde informar las verdades que esconde a toda costa la prensa apologética estatal cubana. 

Iliana se siente ligeramente emocionada con la noticia, en especial con el fragmento en que mencionan las represalias que los órganos de la Seguridad del Estado han tomado contra la bloguera. Saber de alguien que se ha sobrepuesto al miedo en Cuba, que es el grillete que asegura la inactividad de sus ciudadanos, la llena de orgullo. Faltará algún tiempo para que también crezca en ella cierto sentido del deber y de compromiso con el reducido grupo de personas que han decidido “hacer algo”; por ahora el asunto solo le despierta curiosidad. 

Desde España comienza a seguir los escritos de Yoanis por Internet. Unos textos le llevan a otros, y así, en cuestión de meses, completa una suerte de mapeo de la blogosfera cubana “disidente”. También sigue otros blogs de corte oficialista, pero solo para divertirse comentando lo que cree artículos tan rimbombantes como hipócritas. Además de Generación Y, Iliana lee con asiduidad los textos de Claudia Cadelo, en Octavo Cerco, y de Regina Coyula, en La Mala Letra. Que varias personas se atrevan a expresarse en contra del régimen cubano le alegra; pero que muchas sean mujeres, le entusiasma. Presiente que algo extraordinario está sucediendo en su país y no está dispuesta a perdérselo.  

Durante sus siguientes viajes, siempre a escondidas de su esposo, conoce en persona a varios de los autores que tanto lee. A veces los invita a cenar, otras les da una pequeña ayuda económica y promete recargarles el saldo de sus móviles hasta donde pueda. En una ocasión, alguien le presenta a un joven tunero de nombre Eliécer Ávila, a quien ella reconoce como “el muchacho de la UCI que dejó en ridículo al Presidente de la Asamblea Nacional”. 

En 2012, Eliécer Ávila es considerado una de las voces más jóvenes de la disidencia cubana. Pasados varios años de lo sucedido en la Universidad de las Ciencias Informáticas (UCI), todavía algunos le paran en la calle para preguntarle qué ha sido de él o, simplemente, para felicitarle por su valor. Al tener la valentía tan bajos estándares en Cuba, Eliécer se vuelve medianamente popular, lo cual lo convierte en la cara más visible del movimiento cívico-político que comienza a plantearse junto a Iliana y otros compañeros.  

De vuelta a España, Iliana enfrenta la separación de su esposo. Ahora tiene más tiempo para dedicarse de manera abierta a sus vínculos con la oposición. Por primera vez se siente parte de algo importante a lo cual entregarse por completo. La idea de la libertad de Cuba y el fin de la dictadura le seducen. Aspira a una isla con un sistema político que emule la socialdemocracia europea en cuanto a libertades y derechos ciudadanos. 

Esta es su utopía y la cree más cercana de lo que cualquiera podría sospechar. Una vez se cumpla, piensa, deberá saber tomar distancias, pues sabe que su sitio no está en las primeras planas. Prefiere los bordes, las fronteras apartadas desde donde no perder de vista todo aquello que el poder, en cualquiera de sus formas, intente esconder. Quizás sin quererlo, Iliana se ha planteado las bases de la que será su futura profesión: el periodismo. 

Fragmento apócrifo:

(…) Al dolor de espaldas se le sumaron dos molestas ampollas, una en cada pie. Los zapatos me apretaban mucho y eso enlentecía mi paso. Mientras atravesaba un lago seco sentí más calor que en cualquier otro momento. Caminaba bajo cuarenta y dos grados, suficiente para evaporar hasta el sudor de mi cuerpo, y lidiando con mi período que, caprichoso, tocó por esas fechas. 

Más allá del lago seco encontré una planicie de tierra muerta, con el suelo resquebrajado en infinitos surcos por donde entraban y salían exóticos insectos. Recordé entonces las zonas áridas de Guantánamo, que si bien no tienen dunas de arena, sí poseen grandes extensiones de suelos ásperos e infértiles como este. Diecinueve años atrás había fracasado al atravesar un desierto mucho más pequeño que el que cruzaba ahora. Aquel fiasco, con todo lo que me costó, seguía siendo una deuda pendiente, como una espinita clavada, algo con lo cual debía desquitarme. Hasta cierto punto, también cruzaba el Sahara por eso. No competía con nadie más que con la Iliana de 1996: la que intentó huir de Cuba dos veces y fracasó (…)

Desierto del Sahara. 7 de abril de 2015

X

Iliana Hernández

Iliana Hernández. Foto: Helman Avelle

―Fíjate en las posiciones que tú tienes. Y te lo estoy diciendo delante de tu mamá, porque esas posiciones después pesan. ¡Y te van a pesar! ―advierte el mayor Mandy, o así dijo llamarse este hombre cuando se presentó en casa de Iliana y su madre, en Cojímar. 

Aunque demuestre lo contrario, Iliana está asustada. Es inevitable, más cuando se trata de su primer choque directo con los órganos represores de la Seguridad del Estado. Imagina que deben seguirle el rastro desde hace unos días, cuando visitó junto a Eliécer la casa del opositor Antonio Rodiles. Ahora sabe que estará marcada para siempre, que a partir de hoy será blanco constante  del todopoderoso Ministerio del Interior. 

―Viniste  a amenazarme, a decirme que no me voy a quedar en Cojímar, sino en una prisión…

―Iliana, tú vas a Estados Unidos a cometer un delito y te quedas presa en Estados Unidos ―le interrumpe, como intentando justificar sus amenazas. 

―El problema es que yo no he cometido ningún delito.

El mayor Mandy ha reparado en el celular con que Iliana ha filmado buena parte de cuanto ha sucedido en la sala de su casa. Él aclara que la grabación no es más que una provocación. Dice también que poco le importa quedar expuesto, aunque la prisa repentina y la agresividad in crescendo que manifiesta demuestran lo contrario.

―Yo llevo 28 años en la Seguridad del Estado, dándole la cara al enemigo.

―¿A qué enemigo? ―se burla ella. 

―Mira, Iliana, yo no voy a conversar más contigo. Nos vemos mañana en Inmigración.

―Me traes una citación…

―No, no hay citación. Yo voy a venir con un patrullero de Inmigración.

―A mí no me pueden prohibir pensar distinto al Gobierno.

―Está bien, pero te va a pesar ―concluye él.

―Sí, tú amenaza todo lo que tú quieras, que a mí no me importa. 

Las amenazas del mayor Mandy, al menos por esta vez, quedan en el aire. Iliana vuelve a España sin percances y desde allá apoya al movimiento cívico-político Somos +, el cual ayudó a fundar junto a Eliécer Ávila. Todavía son pocos los miembros, pero Eliécer parece comprometido con el proyecto y elabora mil planes ambiciosos para fortalecerlo, incluyendo una especie de gira por Europa, donde intenta entrevistarse con varios cubanos emigrados que aspiran regresar a una Cuba democrática. 

Somos + consume buena parte del tiempo y los pensamientos de Iliana, sin embargo, desde la ruptura de su matrimonio no ha podido evitar sentirse algo solitaria y ociosa. Cursa entonces un taller de Community Manager que le servirá para brindarle mayor visibilidad al movimiento, y también otro de Preparación Física para combatir el aburrimiento y las largas horas frente a la computadora. De a poco recupera en este último la atlética figura que presumía en aquellos tiempos en que hacía acrobacias en la pista de baile. Se le ve feliz y satisfecha con las rutinas de entrenamiento a las cuales le obliga su metódico profesor. Las clases van más allá de los ejercicios, y a veces hasta se vuelven largos debates sobre referentes deportivos y retos internacionales que invitan a probar los límites de las capacidades físicas humanas. En una de ellas, el profesor, casi de tarea, recomienda a los alumnos ver un video. Se trata de un documental de corta duración en el que hombres y mujeres sudorosos, casi desfallecidos por una evidente fatiga, narran la experiencia más temeraria de sus vidas: el Marathon des Sables. 

Fragmento apócrifo:

(…) Disfruté del paisaje, no lo niego. Miraba admirada las dunas, que son como olas estáticas de arena, los pequeños torbellinos formándose a lo lejos y, desde las montañas, las llanuras amarillentas como postales en sepia. Sin embargo, tenía mi cabeza en Cuba. 

Por aquellos meses estaba muy emocionada con el proyecto Somos +; no tanto por lo que era entonces, sino por lo que podría llegar a ser. Personas de varias provincias se habían integrado y ya teníamos coordinadores por todo el país. Eliécer, por su parte, creó una academia, la “10-10”, que funcionaba para nosotros como la “Ñico López” para el Partido Comunista, excepto por sus cursos, que duraban solo diez días y las materias iban desde Ciencias Políticas hasta cuestiones relacionadas con los Derechos Humanos. 

Luego de la maratón, se celebraron los congresos del movimiento. El de Cuba, como casi todas nuestras actividades, se hizo bajo el constante asedio de la Seguridad del Estado, aunque eso fue algo con lo que tuvimos que aprender a lidiar. Hacíamos bastante con los pocos recursos con que disponíamos, pero seguía siendo insuficiente. Cuando más miembros necesitamos atraer fue cuando más creció la ortodoxia y la burocracia en el núcleo de la organización. Todo comenzó a girar alrededor de reuniones que no llevaban a nada, donde cualquier idea quedaba en el aire. Somos + dejó de ser aquello a lo que habíamos aspirado sus fundadores. Eliécer consumió al movimiento, lo convirtió en su empresa personal y lo abandonó luego a su suerte. 

Y allí estaba yo, sola, en medio del Sahara, pensando en la libertad de Cuba para aliviar los dolores del cuerpo, ajena al desencanto que me esperaba (…) 

Desierto del Sahara. 9 de abril del 2015

XII

Iliana Hernández

Iliana Hernández. Foto: Helman Avelle

Es 6 de octubre del 2020 Iliana, desde el jardín de su casa, en Cojímar, se prepara para una de sus directas. El tema le ha llegado hace unos minutos, cuando un colega de Cibercuba Noticias le avisó que dos hombres lo habían asaltado. Los asaltantes, cuenta, no parecían rufianes comunes  y solo se interesaron por el móvil, por lo que es muy probable que en verdad se trate de agentes de la Seguridad del Estado. 

A Iliana la noticia no le sorprende, pues conoce de sobra las maneras de actuar de la policía política. Con ella misma han usado detenciones en las cuales le han decomisado sus equipos de trabajo, y también arrestos domiciliarios, encierros en calabozos, y una regulación migratoria que le impide salir del país desde hace años. 

El peor encuentro con la Seguridad del Estado que recuerda fue hace algún tiempo, cuando el mayor Alejandro, uno de los represores con los que más problemas ha tenido, le retuvo violentamente en una estación de policía. 

―Tienes tres opciones: O dejas la contrarrevolución, o te vas del país y no regresas, o te pasas un año en prisión. Tú escoges ―le dijo el oficial.

―Pues me quedo con la primera porque, de todas maneras, yo no hago contrarrevolución. El que hace la contrarrevolución, el que se opone a un cambio, eres tú.

Su respuesta solo sirvió para aumentar la ira del mayor Alejandro, quien la condujo a una oficina para que le tomaran las huellas dactilares y luego a un cuarto para que le realizaran la prueba de olor. Esta última consistía en un trozo de tela, el cual Iliana debía frotar por todo su cuerpo, sobre todo en las axilas y la vagina, que después sería guardado por la policía como rastro olfativo en caso de necesitar algún día lanzarle a los perros. La prueba de olor le pareció una humillación tremenda, mucho peor que las noches en los calabozos o las ridículas difamaciones que sobre ella hacía el Gobierno cubano. Por primera vez sintió que la trataban como a una delincuente común, como si la persecución a la que es sometida no tuviese una razón política de fondo. 

Llega al fin la hora acordada para la directa, que no tarda en sumar una considerable cantidad de visitas y reacciones. Iliana habla frente a su celular con total desenvoltura. Sabe generar empatía, su estado de ánimo resulta contagioso. Muchos la creen periodista de profesión, y muy pocos imaginan la realidad de su pasado: una trepidante aventura que desembocó casi por azar en este oficio. 

La primera vez que probó suerte como periodista fue en Lente Cubano, una serie de programas que hizo por puro hobby y luego colgó en YouTube. Aunque las catorce entregas de Lente Cubano fueron un proyecto muy personal que no debía llevarla a ningún lado, tuvo cierto éxito y hasta logró la presencia de reconocidos artistas del panorama cultural de la isla, y también de cubanos comunes que expresaban sus frustraciones cotidianas en una sección llamada “Denuncia Ciudadana”. Sus videos atrajeron la atención de la Seguridad del Estado, como después lo harían sus directas independientes en Facebook, antes de trabajar de periodista en Cibercuba Noticias.

Como reportera, Iliana es de las que busca las noticias en pleno desarrollo y sobre el terreno. Su actitud temeraria la ha convertido en narradora y protagonista de cuantas convocatorias surgen por parte de activistas, artistas independientes y opositores. No le gusta llamarse a sí misma “periodista” a secas, pues cree imposible separar su profesión de su labor por el activismo político y en favor de las minorías; como tampoco acepta que la cataloguen como “opositora”. 

―En Cuba es ilegal otro partido fuera del comunista, por tanto, no hay oposición, sino disidencia. Yo soy, en todo caso, una disidente ―suele explicar al respecto. 

Por hoy, su trabajo ha terminado. En Facebook su público la felicita y le agradece estos veinte minutos de diálogo e información, a lo cual Iliana responde con una sonrisa satisfecha desde este lado de su móvil. Todas las vueltas que dio en su vida tuvieron su razón, piensa. A fin de cuentas, la han traído hasta aquí. 

Por ahora, solo sus seguidores, amigos y colegas le reconocen su trabajo, aunque unas semanas más tarde también lo harán la Fundación Internacional para las Mujeres en los Medios y el Centro Knight, cuando le reconozcan, junto a la reportera cubana Camila Acosta, como una de las periodistas más valientes de América Latina y el Caribe. 

Por esas fechas, específicamente el 10 de octubre, la Seguridad del Estado hará otro tanto, pues para Iliana la hostilidad de los represores siempre ha sido otra forma de medir su eficiencia como profesional. Ese día la detendrán en medio de un acto de repudio, la llevarán a una estación de policía e intentarán disuadirla para que abandone sus posturas políticas mediante sutiles amenazas. Ella les responderá, como siempre, que no les teme y que, además, se le hace imposible hacerlo. Podría entonces justificar su valor en la enrevesada historia de su vida, hablarles de mares bravos, de desiertos y del enorme reto que supone emigrar, pero no estará dispuesta a contarlo. No a ellos. 

Iliana Hernández

Iliana Hernández. Foto: Helman Avelle

Fragmento apócrifo:

(…) Comencé la última etapa de madrugada, siguiendo las lucecillas verdes que dejaron en la arena para marcar el camino. Fue difícil caminar sobre la arena blanda que me tragaba a cada paso hasta las rodillas y acrecentaba las molestias de una reciente torcedura de tobillo. El frío era terrible y hacía que todos mis dolores se multiplicaran, pero debía seguir. No me iba a rendir tan cerca del final. 

De camino, encontré un beduino que me ofreció una taza de té caliente. Le agradecí como pude aquel líquido que había reactivado mis músculos tiesos por las bajas temperaturas. A esas alturas, prefería el sol antes que el frío. Soy de Oriente, de la porción más calurosa de Cuba, así que estoy relativamente adaptada al calor. Quizás por eso nunca me gustaron los inviernos españoles. 

Después de muchas horas de camino, sentí el día morir a mis espaldas. La noche llegaba y yo, ya muy cerca de la meta, eché a correr. Olvidé los dolores de un golpe y saqué la camiseta de Somos + para las cámaras. Luego agité la bandera cubana. Quería que todos la vieran y hubiese dado cualquier cosa porque así hubiese sido también en Cuba. “Iliana Hernández Cardosa, segunda cubana en completar el Marathon des Sables”. Era un buen titular para la prensa en mi país, pero sabía que algo así jamás aparecería en Granma ni en el Noticiero. Para el Gobierno cubano tan solo era ―y sigo siendo― una “mercenaria”, una “provocadora”, una “pagada por el enemigo”. Pero no me importó. La medalla que colgaron en mi cuello, y que hoy guardo con mucho orgullo, es también para Cuba, para la Cuba que quiero. Así lo siento, y eso me basta (…)

Desierto del Sahara. 10 de abril de 2015

Iliana Hernández

Iliana Hernández. Foto: Helman Avelle

Contralmirante de un bote solitario que teme a los aviones, periodista accidentado, fumador de cuanto combustione, bebedor de mercurio, enamorado de los mitos y de todo aquello que termine en un “Basado en hechos reales”.
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